Los llanos en armas

Fue Ángel Vicente Peñaloza hombre de Quiroga, a quien sirvió desde muy joven, cuando para todos solo era el Chacho, el eco de la voz de su tío cuando lo buscaba entre los cerros, llamándolo muchacho.

Fue oficial de las tropas de Facundo, destacándose por su coraje que lo impulsaba a enlazar los cañones enemigos para llevarlos hasta sus líneas.

Peñaloza siguió a su jefe en las campañas contra Paz, hecho a las derrotas y viviendo en la clandestinidad, hasta que supo de la muerte del Tigre de los Llanos en un oscuro paraje de Córdoba.

Para Chacho, para el hijo de Facundo, para Brizuela y sus hombres, no hay dudas, Rosas es el causante de la muerte de su jefe. Todos ellos se unen a Lavalle y Lamadrid, que pretenden alzar al interior contra el tirano porteño.

El Chacho se prende en esta contradanza unitaria condenada de antemano al fracaso por las desinteligencias entre sus jefes, pleno de gestos gratuitos, como el fogoso romance entre Lavalle y la esposa del Zarco Brizuela, que no se molestan en ocultar. Al Zarco lo mataron sus propias tropas al ser derrotado por el fraile Aldao y Lavalle debe huir al destierro, donde lo espera una muerte misteriosa.

El Chacho unió sus desarrapados riojanos a las tropas de Araoz de Lamadrid, pero una vez más pertenece a la facción perdedora. Derrotado se dirige a Chile, después de no pocas penurias.

Persevera el Chacho en su campaña contra el asesino de Quiroga, y en el ’42 vuelve a San Juan y Catamarca acompañado por escasos oficiales, entre los que se cuenta un joven Felipe Varela. Vencido por Benavidez, vuelve a cruzar la cordillera junto a su esposa, que pelea a su lado.

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Una y otra vez retorna a los llanos para pelear contra Rosas y tantas veces ve frustrados sus intentos. Aunque desde Buenos Aires reclamaban su prisión, nadie se atrevía a poner preso al riojano que participaba en las luchas políticas de su provincia.

Después de Caseros, Urquiza le presta todo su apoyo, lo consagra general de la República y le pide que restablezca el orden y la armonía en la Rioja, cosa que no era fácil por años de anarquía, donde las afrentas y rencores personales repercutían en las políticas locales, más acostumbradas a las luchas que a las letras de la Constitución.

Unificada la nación, las tropas nacionales invadieron la Rioja ante la resistencia de Peñaloza. Obligados a claudicar, se firmó el tratado de “La Banderita”. Peñaloza entregó a los oficiales del ejército que había capturado “sin tocarles un botón”. Los nacionales no devolvieron prisioneros. Los hombres del Chacho habían sido pasados por las armas. Un prolegómeno de la suerte que le esperaba a Peñaloza.

Los que conocían a Peñaloza y las entreveradas relaciones en estas provincias, sabían que no era fácil la paz sin la figura patriarcal del general riojano como rector de la conciliación. Pero las voces se alzaban en su contra; Peñaloza era el pasado y se lo acusaba de tropelías que no había cometido. Acosado, se reveló contra Sarmiento, quién como gobernador de San Juan, ordenó reprimir a los lugartenientes del Chacho. Ángel, Varela y Chumbita se batieron contra los nacionales. Gauchos mal armados pelearon contra tropas del ejército nacional. Sarmiento dirigió las operaciones, pero las derrotas de los nacionales se sucedían y el sanjuanino fue reemplazado.

Mientras Paunero acorralaba a los riojanos en Lomas Blancas, el Chacho se escapó y marchó rumbo a Córdoba, que cayó en sus manos. Si, la Docta fue capturada por una banda desalineada que poco la pudo sostener, por la falta del apoyo del jefe máximo, Don Justo José de Urquiza que permanece impasible en su estancia de Arroyo de la China, mientras el Chacho huía y resistía. Sin perder los estribos, rearmó las montoneras y se convirtió en el símbolo de una lucha dispar.

Consciente de su inferioridad, pidió la paz. Una y otra vez la rechazaron. Solo le restaba al Chacho atacar, y con escasos hombres amenazó San Juan. Quien sería su matador, el coronel Irrazabal, lo derrotó. Poco le quedaba más que retirarse a Olta, donde fue apresado. Vencido, se entrega mansamente, pero Irrazabal ultimó al general Peñaloza, a pesar de estar atado. Su cuerpo fue mutilado, una de sus orejas regalada, su cabeza expuesta en lo alto de una tacuara y su esposa maltratada.

La noticia de esta muerte atroz se dispersó por la patria, despertando voces que cantaron su resistencia e hidalguía, mientras Urquiza guardaba silencio, y nada decía de la muerte del hombre que lo consideraba su jefe y amigo.

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oldados del Chacho Peñaloza tomados prisioneros por Irrazábal en 1863.

oldados del Chacho Peñaloza tomados prisioneros por Irrazábal en 1863.

chacho peñaloza

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