El camino de las lágrimas: Camille Pissarro

“Pero yo amo las gotas de lágrimas retenidas, aquellas que parecen caer sobre el corazón, tras la mascara del rostro. Yo las retengo como un tesoro.”

Enfentines – Valery Larbaud (1881-1957)

Pero algunos no pueden retenerlas… porque inexorablemente caen por sus mejillas sin que su corazón se muera de pena o amor. No son lágrimas de dolor, ni lágrimas de perdón. Son lágrimas que han perdido su rumbo, al encontrar su curso cerrado, caen de los ojos abiertos sin aparente razón.

Si dejamos de lado la poesía y las connotaciones emocionales que encierran las lágrimas, veremos que estas cumplen una función imprescindible para la integridad del globo ocular, especialmente la nutrición de la cornea, ya que la misma no posee vasos sanguíneos y por lo tanto depende de ellas para subsistir.

Las lágrimas tienen una constitución química muy específica, cuyo balance no solo les da esa capacidad nutritiva, sino que además, mantienen la superficie ocular lubricada de modo tal que los párpados se puedan deslizar suavemente. Cualquier desequilibrio en su constitución u osmolaridad, se traduce en un cuadro que se ha dado en llamar “Ojo Seco”, sin que la escasez de líquido sea siempre la causante del desequilibrio. Este cuadro es cada día más frecuente, circunstancia que no solo se puede atribuir a la asociación con enfermedades reumáticas (el llamado síndrome Sjögen) sino a otras razones, como el uso excesivo de gotas, los conservadores que estas gotas tienen, tóxicos ambientales, etc., etc., y tantos etcéteras como ignorancia ostentamos.

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Pero en otros casos, las lágrimas parecen abundar, rebalsan su continente natural, forman ríos sobre las mejillas, sin que reflejen estados de ánimo melancólicos, sino una obstrucción en su camino. Veamos el camino de las lágrimas. Estás se generan en las glándulas lagrimales que aportan su contenido acuoso. En glándulas dispersas por el párpado y la conjuntiva se suman los componentes proteicos y lipídicos necesarios para la nutrición, evitando así su evaporación excesiva.

Una vez sobre el globo ocular, se distribuyen uniformemente por los párpados, que las desplazan hacia el ángulo interior del ojo, donde se encuentran dos orificios llamados puntos lagrimales. Estos se unen en un solo conducto lagrimal, desembocando en la nariz y de allí a la cavidad orofaringe. (por esto la instilación de colirios a veces se acompaña de un gusto extraño). Justamente la obstrucción de este camino es el que genera el lagrimeo o epifora.

La obstrucción puede ser mecánica o funcional. La obstrucción funcional se debe a que, en ausencia de oclusión objetivable, no se ejerce la suficiente succión para que las lágrimas entren por los puntos lagrimales. Este cuadro llamado “Síndrome de Mildred”, puede obedecer a múltiples, y a veces sutiles circunstancias como la falta de tonicidad de los párpados secundarios a la edad.

En la obstrucción mecánica un verdadero estrechamiento u obstáculo se ha interpuesto en el camino. Detiene el flujo y trae aparejadas funestas consecuencias, no solo el molesto lagrimeo más no peligroso, sino la infección secundaria con sus temibles secuelas: la dacriocistitis aguda, los abscesos, las fístulas y hasta la diseminación de gérmenes a distancia.

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<div id=El jardín en Pontoise, 1877.

Justamente, esta situación aquejó a uno de los más conspicuos miembros del movimiento impresionista, Camille Pissarro (1830 – 1903), el único que participó de todas las exposiciones del movimiento, sin haber alcanzado el brillo o la fama de sus compañeros y amigos. Dejó una obra plena, de serena melancolía, como una mansa resignación a su humilde condición y a esta afección que lo marcó durante los últimos quince años de su vida.

Pissarro había nacido en la paradisíaca isla caribeña de Saint Thomas, en el seno de una familia acomodada. A los veinte años se fue a Venezuela y de allí a Paris donde comenzó su carrera artística de la mano de Corot en la escuela de Bellas Artes. Pissarro, casado a temprana edad y con seis hijos, siempre se encontraba en aprietos económicos. Para colmo de males, en 1870 durante la guerra Franco Prusiana, huyó a Londres dejando su casa de Louvecienne, que fue tomada por el enemigo. Robaron sus muebles y usaron casi 1500 de sus obras para encender el fuego de las cocinas alemanas.

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Camille Pissarro.
Camille Pissarro.

A diferencia de sus colegas, que en muchos casos se codeaban con personas de la alta burguesía ó la realeza, y así vendían sus obras a buen precio, Pizarro, de ideas socialistas y rechazaba ese tipo de relaciones. Se mudó a las afueras de Paris, donde la vida era más barata y podía mantener a su siempre creciente familia.

Pissarro era adepto a la medicina homeopática, en la que trató de interesar a sus amigos pintores. Fue él quien le sugirió a Theo Van Gogh, que consultara al Dr. Gachet, médico de Vincent durante sus últimos días. Camille comenzó a experimentar un intenso lagrimeo de su ojo derecho en 1889. Consultó al Dr. Parenteau, médico oftalmólogo con interés en la homeopatía, a la que no adhería estrictamente.

Al sondar la vía lagrimal (es pasar una varilla desde el punto lagrimal hasta el orificio que desemboca en la nariz), detectó una obstrucción que no podía sortear. Le recomendó fomentos y “evitar al aire y el sol”. Pissarro era un buen paciente, sumiso y respetuoso de la opinión profesional. Pero él pintaba al aire libre, buscando los aspectos cambiantes del paisaje de las afueras de Paris. Respetó la consigna y se recluyó en su casa. Las cosas no mejoraron. A los pocos días comenzó con una inflamación del saco lagrimal –Dacriocistitis– una tumefacción que aparece en el ángulo interno del ojo, vecino a la nariz (no es la inflamación de la glándula lagrimal que ocupa el ángulo superior externo y se llama dacrioadenitis, circunstancia mucho más rara).

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<p><i>Mañana, sol invernal</i>, 1901. Imagen con el Pont-Neuf, el río Sena y el Louvre, París. Academia de Artes, Honolulu.</p>
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<p><em>Mañana, sol invernal</em>, 1901. Imagen con el Pont-Neuf, el río Sena y el Louvre, París. Academia de Artes, Honolulu.</p>
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<p>La inflamación produjo pus. Este se acumuló en forma de absceso. Todo material purulento tiende a drenar al exterior (el trayecto entre el absceso y la piel se llama fístula). Ante el cuadro establecido, el buen doctor Parenteau no tuvo más remedio que desinfectar el foco, con antisépticos tópicos. El más usado para estos menesteres, en la era preantibiótica, era el nitrato de plata. Así fue cómo que nuestro dócil pintor se sometió a este tratamiento que se prolongaría por casi quince años (desde 1889 hasta 1903) con exacerbaciones y remisiones periódicas que teñían sus días de esperanza o decepción, de acuerdo con el drenaje del saco lagrimal. Detalles que precisaba en su extensa relación epistolar con su hijo Lucien.</p>
<p>Las molestias, especialmente el lagrimeo al estar expuesto al aire, obligaron a cambiar sus hábitos artísticos. Aumentó su tarea de taller. Mudado a Paris a medida que mejoraba su situación económica pintaba, cuadros de lo que veía por las ventanas de su apartamento, lejos del viento que traía lágrimas a sus ojos. Un año después de la muerte de Pissarro, el Dr. Toti, de Italia, describió la dacriocistorinostomia, cirugía que produce una anastomosis (unión) entre el saco lagrimal y la cavidad nasal, sorteando la obstrucción del conducto y facilitando el flujo de las lágrimas. De esta forma, Pissarro hubiese dejado de llorar.</p>
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<p><i>Mañana, sol invernal</i>, 1901. Imagen con el Pont-Neuf, el río Sena y el Louvre, París. Academia de Artes, Honolulu.</p>
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<p>“><em>Mañana, sol invernal</em>, 1901. Imagen con el Pont-Neuf, el río Sena y el Louvre, París. Academia de Artes, Honolulu.</p>
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Extracto del libro Males de Artistas de Omar López Mato.

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