Primera parte: Los libros de la Independencia – Parte I
Debemos tener en claro que la misión de este Congreso de Tucumán era convertir una guerra civil entre españoles en una guerra entre naciones. Esto era de esencial importancia para la campaña Sanmartiniana.
Evidentemente Paine había leído a Rousseau, cuyo Contrato social había sido traducido y prologado por Mariano Moreno y editado en Buenos Aires en la imprenta de los Niños Expósitos, cuidándose de eliminar aquellas partes que atacaba la religión, porque recordemos que Moreno había ido a Chuquisaca a estudiar teología hasta que conoció a Guadalupe Cuenca y decidió cambiar el celibato por los avatares del matrimonio y las leyes. Ahora, los demás firmantes ¿a quién seguían? ¿A Rousseau o al padre Suárez? Vale la pregunta que formuló el Dr. Massot en su libro Las ideas de esos hombres. Para el padre Suarez el pueblo era el depositario del poder divino y dada la cantidad de sacerdotes que conformaron el congreso es dable suponer que conociesen el De legibusac de Deo Legislatore, de Suarez antes que el Contrato Social de Rousseau, cuyos textos estaban en el Index. Se puede decir que es el padre Suarez un precursor del pacto social: el poder es dado por Dios a toda la comunidad política y no solo a algunas personas, un esbozo democrático en pleno siglo XVI. En las tres bibliotecas mencionadas existe un ejemplar de los textos del Padre Suarez.
En la biblioteca de Godoy Cruz, se destacan el Tratado de Legislación de Jeremy Bentham, abogado y filósofo utilitarista a quien Bernardino Rivadavia frecuentó en su hogar mientras vivió en Inglaterra y que tendría, a través de Bentham, una curiosa influencia en Mendoza, cuya penitenciaria fue construida siguiendo el panóptico de Bentham con dinero que la esposa de Godoy Cruz obló para evitar las penas impuestas por la delicada situación legal al ser acusada de mandar a asesinar a su yerno, el Dr. Federico Mayer.
También existían en las bibliotecas consultadas un ejemplar de La riqueza de la naciones, de Adam Smith, autor consultado por Belgrano al que podemos llamar nuestro primer economista.
Belgrano volvió de Europa en 1816, después de intentar en vano traer un príncipe español para coronarlo Rey de las Provincias Unidas y Chile. Frente a los congresales expuso sus ideas sobre el derrotero de la política europea después de la Santa Alianza. Todos los diputados escucharon muy interesados sus impresiones y la idea de paliar la falta de realeza europea con incas autóctonos. De ese periplo europeo trajo un libro poco divulgado pero que debe haberle llamado mucho la atención porque introdujo al país una edición que él mismo había mandado a imprimir a Inglaterra. El libro de marras pertenecía al jesuita chileno Manuel Lacunza. Este texto fue escrito en Italia y se llamaba Venida de Jesús en gloria y majestad, de tono milenarista. Como el libro estaba prohibido por la Inquisición, fue publicado bajo el nombre de “Juan Josafat Ben Ezre”.
Se conoce que uno de los libros de esta edición terminó en manos del general Gorriti, otro en las de fray Cayetano Rodríguez -congresales del Congreso- y uno más fue para Ildefonso Ramos Mexía, amigo del general que llegaría a ser efímero gobernador de Buenos Aires, el día de los tres gobernadores, cuando murió Belgrano.
Pero no fue Ildefonso sino su hermano Francisco Hermógenes, quien había estudiado en Chuquisaca, el que puso en práctica las lecciones de este texto entre los indios pampas de su estancia en Miraflores sobre los que tenía gran predicamento. Este hecho, más los desencuentros de don Pancho Ramos Mejía con el gobernador Martín Rodríguez y el disenso en el manejo de las relaciones con los aborígenes creó el ambiente propicio para que don Francisco fuese acusado de herejía. Ramos Mejía fue el último argentino procesado por la inquisición. Los rumores de celebraciones religiosas ofrecidas por don Pancho entre los indios, repartiendo pan con sus manos y predicando su interpretación de las Sagradas Escrituras fueron elementos suficientes para ser acusado de una herejía protestante, ya que don Pancho se oponía, entre otras cosas, a la transubstanciación.
Hasta acá hemos hablado de los libros que los congresales e inspiradores de la Independencia leyeron, pero para terminar voy a hablar de un libro que no leyeron y que por eso no pudieron discernir entonces un plagio bicentenario, como lo llama del Dr. Diego Bauso.
Por años el Plan de Operaciones fue atribuido a Mariano Moreno y también se decía que había un aporte de Manuel Belgrano. El tema fue ampliamente difundido a partir de la segunda mitad del siglo XIX, suscitando adhesiones y críticas por el tono jacobino de su contenido.
De haber leído la novela El cementerio de la Magdalena, del francés Jean Joseph Regnault Warin, obra escrita en el 1800 pero editada en Sevilla en 1816 y traducida por el poeta liberal José Mor de Fuentes, todos se hubiesen percatado de que dicho “plan de operaciones” era un extracto de esta novela sobre los últimos días de Luís XVI y María Antonieta.
Este texto fue creado como un libelo difamatorio por españolistas que habitaban en la sitiada Montevideo, encabezados por Andrés Álvarez de Toledo, Felipe Contucci (quien sería suegro del general Oribe) y fray Cirilo de la Alameda y Brea, a fin de mostrar que los conductores ideológicos de la Revolución no eran otra cosa más que la versión latinoamericana de Robespiere. Resulta casi increíble como una novela de cierto éxito se convierte en parte de una trama política que durante 200 años se prestó a un prolongado y por momentos, arduo debate, que dividió a los intelectuales e historiadores argentinos.
Y para terminar ¿qué escribieron los hombres de la independencia?
Sáenz escribió como docente de la Universidad de Buenos Aires que fundó.
Medrano cultivó la sátira como La carta de Celia a Armesto, La Martiniana y los versos laudatorios a su amigo Juan Manuel de Rosas, “Poema a la campaña del desierto”.
Y Fray Cayetano Rodríguez brilló como poeta con la “Oda a Carlos de Alvear”, “El paso de los Andes” y “La victoria de Chacabuco”, además de haber competido con Vicente López y Planes en una versión de la marcha patriota, poemas que desconocemos, porque según la versión difundida, los rompió al escuchar los versos de López y Planes, reconociendo su superioridad.