Un 6 de marzo de 1927 nacía Gabriel García Márquez, quien cargó con altura el estigma de llamarse como su hermano muerto en la infancia, a quien el padre de ambos, Gabriel Eligio García, quiso hacer honor dándole al escritor, el nombre de un hermano al que nunca conoció. La vida de uno fue un suspiro, la del otro un viento huracanado como el que borró a Macondo, el pueblo nacido de su imaginación.
García Márquez basó gran parte de su escritura en las vivencias y relatos familiares, y aunque insistamos en llamarlas realismo mágico, en estás latitudes el realismo y la magia siempre van de la mano, aún en los momentos más dramáticos.
Su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía era de esos militares latinos que se pasan la vida de guerra en guerra, revoluciones y revueltas de las que solo se recuerdan los excesos. Nicolás Márquez era el coronel que esperaba con infinita paciencia una carta que no habría de llegar, el Aureliano Buendía que salvó su vida de morir acribillado contra un paredón de fusilamiento, por culpa una causa que era más imaginaria que real.
El coronel era consciente de su importancia y quería que su hija se casase con alguien más acorde a sus aspiraciones que con un ignoto telegrafista llegado a Aracataca, escapando de la pobreza. No solo tenía un oficio poco auspicioso, sino que lo perseguía la maldición de ser hijo de madre soltera y de pertenecer al partido contra el que su futuro suegro había luchado toda una vida. Un matrimonio así no era lo que quería el coronel y envió a su hija lejos del malhadado telegrafista.
Gabriel Eligio perseveró en sus intenciones y conquistó a la joven a fuerza de serenatas, persistencia epistolar e insistencia telegráfica hasta que Luisa se rindió a sus encantos y la familia capituló ante la insistencia. Esta historia de vínculos desencontrados sería la inspiración de El amor en los tiempos del cólera, una novela de vidas sin retorno ni destino en un viaje sin fin.
El padre de Gabriel decidió dejar su oficio de puntos y espacios para buscar mejor vida en pócimas y lociones. En 1928, el joven matrimonio se mudó a Barranquilla, dejando a Gabriel al cuidado de sus abuelos. El coronel liberal insistía en contarle a su nieto, y a todo el mundo que se detuviese a escucharlo, sobre las muertes sin sentido de las masacres bananeras perpetradas por el Ejército Nacional. De esta forma, el abuelo del niño se convirtió en un vínculo con la historia de las luchas sociales en Colombia.
De él, Gabriel también aprendió a consultar el diccionario ante cualquier duda, y de su abuela, Mina Iguarán, el vuelo de la imaginación de una mujer sumergida en las tinieblas de la visión y los cuentos de fantasmas, aparecidos, premoniciones y augurios como los que terminarán borrando de este mundo el pueblo de Macondo.
El coronel murió cuando Gabriel tenía ocho años y como Mina no podía cuidar a sus nietos por su invalidez, Gabriel y sus hermanos fueron a vivir a Sucre con sus padres, donde ingresó a un internado. Allí se acabaron las historias de guerras, fantasmas, y también, en cierto sentido, concluyó su niñez. Gabriel decidió inventarlas él mismo, para capturar los relatos de su infancia y bucear en el sentido oculto de esos años felices, donde lo perseguía el fantasma del otro Gabriel, el que apenas conoció la luz del Caribe colombiano.
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Este texto fue publicado en LN