Los 33 orientales que no fueron 33

Don Fructuoso Rivera le confesó al próspero comerciante Francisco Lecocq, su intención de complotar contra el Imperio; Lecocq no tardó en hacerles conocer esta declaración a los Caballeros Orientales de Buenos Aires, agregando que don Frutos se proponía unirse a los jefes de Río Grande do Sul. Lecocq advirtió a Lavalleja y su gente, que debían apurarse en recuperar las tierras uruguayas, porque Rivera podía hacerlo antes.

La astucia de don Frutos lo impulsaba a seguir la consigna de Artigas, y aprovechar la disconformidad con las políticas de Río de Janeiro, que se acrecentaba en Río Grande do Sul, para unirlo con el antiguo Protectorado que integraban la Banda Oriental y las provincias de la Mesopotamia, y de esa manera consolidar un Estado con la fuerza necesaria para enfrentar las consecuencias de espoliar parte del Imperio de Pedro I.

Las intenciones de Lavalleja eran otras; buscaba integrarse a las Provincias Unidas de la Plata, a pesar de los desplantes que los políticos porteños les habían hecho sentir a los orientales.

Con la consigna de separarse del Imperio se reunieron los tres hombres más importantes de la política oriental: Oribe, quien cultivaba la amistad de figuras del Federalismo de Buenos Aires (don Juan Manuel de Rosas y los Anchorena hicieron un aporte importante de dinero para facilitar la expedición); el combativo y temerario Lavalleja, y el caudillo populista Fructuoso Rivera, astuto y realista, apóstol del credo de Artigas, con una capacidad innata para acomodar las velas de su nave a fin de aprovechar a los vientos de las pasiones.

Desembarco de los 33 Orientales

La logia masónica de los Caballeros Orientales, residentes en Buenos Aires, después de reunirse dos días antes en la isla de Brazo Largo, desembarcó el 19 de abril de 1825 en la playa de la Agraciada, conocida como Arenal Grande (al norte de la actual Carmelo). Se dividieron en dos grupos: uno bajo el mando del Coronel Manuel Oribe y el otro dirigido por Antonio Lavalleja, quien coordinaba ambos grupos.

Los militares tomaron Dolores y de Villa Soriano, dando origen a la Cruzada Libertadora que llevaría a la expulsión de los brasileros después de la batalla de Sarandí.

52 años después, en 1877, Juan Manuel Blanes, en su icónica gesta de retratar nuestra historia, visitó la misma playa donde comenzó la proeza libertaria. Para estar cerca de la Agraciada y absorber la atmosfera del lugar, se alojó en la estancia Casa Blanca, de Domingo Ordoñana.

El cuadro de Blanes están retratados:

33 orientales

 

 

El Juramento de los Treinta y Tres Orientales es el resultado de este trabajo, un fiel reflejo del profundo sentimiento patriótico, donde se ven a 33 hombres jurando la bandera tricolor, bajo el lema de “Libertad o Muerte”, aunque los distintos relatos hablan de otro número de expedicionarios. (Por lo menos existen 16 listas distintas).

El número “33” es una cifra simbólica, ya que para los masones este número representa un grado jerárquico superior del Rito Escocés. Esta teoría sobre el orien de este número se apoya en que los organizadores de la Cruzada Libertadora eran integrantes de los Caballeros Orientales, logia masónica creada en 1814 en Montevideo por Carlos María de Alvear y a la que Lavalleja también pertenecía.

La obra de Blanes fue expuesta en Montevideo en 1878, con gran afluencia de público deseoso de ver a los padres de Patria, en la emocionante jura de lealtad a su bandera.

En esa muestra, los que abonaban 4 centésimos en beneficio de la Sociedad San Vicente de Paúl, se llevaban como recuerdo una bolsita con arena de la playa La Agraciada.

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