A principios del siglo XIX, con la llegada del duque de Wellington al poder, la tolerancia a los reclamos liberales llegó a su fin y muchos activistas políticos prefirieron huir de Gran Bretaña. Lord Byron tenía, además, otras poderosas razones para alejarse, como la relación impropia con su media hermana Augusta Leigh, y el conflictivo divorcio con su conyugue, Anna Isabella Noel, a quien la misma noche de bodas le había advertido “te arrepentirás de haberte casado con el Diablo”.
Después de unas vacaciones compartidas con el matrimonio Shelley y el doctor Polidori a orillas del lago de Ginebra, donde se gestaron las historias de Frankenstein y El Vampiro, Byron recorrió Italia, donde participó de revueltas carbonarias, movimientos antipapales, protestas contra Austria y una maratónica serie de relaciones sexuales por las que se ufanaba de haber conocido a no menos de 250 mujeres. Quizás, para distraer su ocio con románticos aires bélicos, Byron decidió viajar a Grecia comprometido con la causa de independencia, donde trató de organizar un regimiento de soldados brillantes por su desorden y notables por las rencillas entre bandos.
Lord Byron fue recibido como un héroe por los griegos, no solo por su presencia, sino por el dinero que aportó a la causa. Para hacer honor a su imagen, junto al príncipe Mavrokordatos planeó atacar la fortaleza de Lepanto, en mano de los turcos.
A mediados de febrero de 1824, Byron había sufrido convulsiones. Se dice que su creciente adicción al alcohol lo había debilitado. A pesar de esta condición que lo obligaba a hacer reposo, Byron y el conde Pietro Gamba habían salido a cabalgar. Un aguacero lo sorprendió y el enfriamiento lo mantuvo postrado. El estado febril desconcertó a los médicos quienes solo atinaron a hacer una sangría, tratamiento inoportuno, pero uno de los pocos disponibles. En realidad, no le hicieron una, sino cuatro sangrías. “¿No tienen otro remedio?”, les recriminó el poeta. “Sus lancetas causan más muertes que las lanzas”, dijo antes de caer inconsciente.
Años antes Byron se había encargado de quemar el cadáver de su amigo Shelley, ahogado en las costas de Livorno. Sin embargo, la muerte había sorprendido al poeta, sin tratamiento ni instrucciones de qué hacer con su cuerpo. En algún momento había expresado su deseo de ser enterrado en la Abadía de Westminster, en el Rincón de los Poetas, pero su incorrección política impedía esta concesión.
Sus seguidores griegos planeaban enterrarlo en Missolongui, pero mientras estos discutían su destino póstumo, llegó una nave británica que transportaba los caudales gestionados por Byron para la causa griega. Su amigo, el capitán Edward Trelawny, se encargó de llevarlo a Inglaterra y enterrarlo en Nottinghamshire junto a su madre. En el desorden propio del precipitado traslado, los griegos se quedaron con los pulmones del poeta. Como era de suponer, su cuerpo no fue trasladado a Westminster Abbey, aunque una placa lo recuerda en el Rincón de los Poetas donde, en algún momento, ambicionó reposar por el resto de la eternidad.