Lope de Vega, el fénix enamorado

Desde muy joven Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562 – 1635), más conocido como Lope de Vega, se perfiló como intelectual y niño prodigio, al punto que a los diez años ya escribía comedias, y a los 15 ya estaba estudiando en la Universidad de Alcalá de Henares. Por estos años de juventud, en 1580, conoció al que sería su primer gran amor en una larguísima lista de mujeres: María de Aragón, hija de un panadero a quien llamaría “Marfisa” en sus poemas. Juntos tuvieron una hija, Manuela, que nació en 1581 y que murió antes de cumplir los cinco años.

Acabada esta relación y empujado por su espíritu aventurero, en 1582 Lope se alistó en la expedición a la Isla Terceira, en las Azores, y peleó allí bajo el mando del marqués de Santa Cruz, regresando a Madrid para 1583. Allí conoció a su segundo gran interés romántico: Elsa Osorio, “Filis”, hija del empresario teatral Jerónimo Velázquez, para quien Lope escribió muchísimas comedias. El romance con Elsa, una mujer casada con otro dramaturgo, Cristóbal Calderón, fue tórrido e intenso, como queda claro en las miles de referencias que Lope hizo de él a lo largo de toda su vida, pero cuando ella enviudó en 1587 prefirió casarse con un hombre de fortuna. Luego de que se celebrara el matrimonio, casi en coincidencia con él, por las calles de Madrid comenzaron a circular algunos poemas difamatorios que criticaban a la dama y a su familia, por lo que Velázquez acusó a Lope de libelo y éste terminó encarcelado. Durante todo el tiempo que estuvo preso, el dramaturgo insistió que no había sido él el autor de los libelos y llegó a afirmar, no sin escándalo, que Elsa podía estar detrás de ellos ya que él no escribía más comedias para su padre. Sin dar mayor atención a estas acusaciones y pensando que Lope seguía escribiendo difamaciones desde la cárcel, el 7 y el 8 de mayo de 1688 se registró su celda, se secuestraron sus papeles y se lo condenó a ocho años de exilio de Madrid y dos del reino de Castilla.

Lope partió, pero no sin antes de raptar (con su consentimiento) a Isabel de Alderete y Urbina, “Belisa”, con quien se casó el 10 de mayo por poderes, aunque se sospecha que no estaba muy lejos de Madrid cuando lo hizo. Para sorpresa de su reciente esposa, los ánimos aventureros reaparecieron con furia y para el 29 de ese mismo mes Lope estaba a bordo del galeón San Juan, alistado como parte de la Armada Invencible, y no retornó a España hasta diciembre de 1588. En ese momento, se reunió con Isabel y partieron juntos a Valencia, donde Lope conoció su primer momento de fama, inicialmente como poeta. En esos años de gran efervescencia cultural el Romance estaba de moda y Lope se entregó a su escritura, apareciendo varios de ellos en compilaciones y cancioneros publicados entre 1588 y 1591. En este mismo contexto, sin embargo, también estaba actuando una enorme influencia del teatro italiano y muchos otros dramaturgos estaban comenzando a doblar las reglas de la comedia clásica. Lope, ciertamente, fue el maestro de este estilo y redactó muchísimas obras en esta primera época de oro para el teatro, siendo capaz de vivir de ellas y así sostener a su familia. Irónicamente, no sólo se volvió un reconocidísimo dramaturgo en Valencia, sino también en Madrid, la ciudad a la que tenía vedado el ingreso. Su fama en este momento era tal que el mismo Cervantes, con quien luego tendrá una de las enemistades más famosas de la historia de la literatura, en el prólogo de sus Comedias, reconocía que por esos años “el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, (…) llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas”, acentuando lo impactante que era que todas sus comedias llegaron a ser representadas.

Por estos años de alegría, se asomaba también el fin del exilio, por lo menos de Castilla, por lo que Lope decidió trasladarse a Toledo en 1590, donde consiguió trabajo como el secretario del Duque de Alba, cargo que ostentó por cinco años. Aunque todavía estaba alejado de Madrid, su estadía toledana también fue una de gran estabilidad y productividad, llegando incluso a escribir el que sería su primer libro publicado, la novela pastoril La Arcadia (1598). Aún así, este paréntesis de felicidad se selló con la tragedia de la muerte de Isabel en 1594, luego del nacimiento de su segunda hija, Teodora, quién murió un año después.

En coincidencia con todo esto, sin embargo, le llegó una buena noticia: Jerónimo Velázquez, presumiblemente por el nuevo estatus de Lope, decidió pedirle a las cortes que se levantara la prohibición de paso que existía sobre el dramaturgo. Ante esta noticia, suponemos que él regresó rápidamente a Madrid y que la pérdida de su esposa, aunque dolorosa, no resultó en una depresión muy larga, porque para 1596 fue procesado por vivir en amancebamiento con doña Antonia Trillo, una actriz viuda. El romance, sin embargo, no duró demasiado y en 1598 Lope contrajo matrimonio por segunda vez con Juana de Guardado, la hija de un importante y próspero carnicero que abastecía los mercados madrileños. Quizás porque su nueva mujer no era refinada o porque se rumoreaba que el casamiento había sido puramente por interés, por estos años Lope se transformó en el blanco de burlas e ironías de otros poetas y dramaturgos, especialmente de Góngora, quien nunca escatimó los insultos para referirse a él, llegando a llamarlo “un idiota sin arte ni juicio”.

Para peor, el año 1598 fue uno duro para las artes teatrales, especialmente después de que muriera la infanta Catalina Micaela y su padre, Felipe II, prohibiera las representaciones como señal de respeto, algo que se mantuvo hasta la muerte del rey el año siguiente. Por eso, en esta situación, Lope se puso al servicio como secretario del Marqués de Sarria, luego Conde de Lemos, a cuyas ordenes estuvo hasta 1600.

Con el retorno de los espectáculos teatrales, Lope, que ya por esta época era conocido como el “Fénix de los Ingenios”, estrenó nuevas comedias y publicó nuevas obras, entre las que se destaca el poema épico La Dragontea. Pero siendo él como era, su vida sentimental se reactivó cuando empezó su relación con la actriz Micaela de Lujan. Ella era casada, pero su marido estaba en Perú desde 1596 y falleció en 1603, por lo que el amorío se empezó a volver cada vez más público, al punto de reconocer que cinco de sus hijos eran de Lope. En esta época él se puso al servicio del duque de Sessa, Luis Fernández de Córdoba, un personaje que actuaría luego como su protector y mecenas, pero la vida de Lope se debatía entre la de sus dos familias, debiendo viajar constantemente entre Madrid y Toledo, donde las tenía ubicadas. No fue sino hasta que relocalizó a todos en Madrid y la relación con Micaela se enfrió en 1608 que pudo volver a dedicarse a su la escritura, redactando Arte nuevo de hacer comedias, un fuerte alegato en favor de su arte, y, a partir de 1610, algunas de sus obras más reconocidas como La dama boba, El perro del hortelano, El castigo sin venganza y Fuenteovejuna.

Para 1613, la tragedia llegó nuevamente a la vida de Lope con la muerte de su esposa, Juana, y su hijo en común Carlos Félix, de 7 años. Abrumado por la soledad, él se llevó a sus dos hijos más pequeños Marcela y Lope Félix (hijos de Micaela) a vivir con él y, para el año siguiente, lo encontramos ordenado como sacerdote. Intentó llevar una vida más estricta, pero aún en sus momentos de mayor actividad sacerdotal, le fue imposible mantener la rectitud y jamás dejó de escribir. Tal era la flexibilidad de sus votos que para 1616 se encontró enamorado de la que sería su último amor significativo: Marta de Nevares Santoyo, a quien dedicó obras como La viuda valenciana (1620) y Las mujeres sin hombres (1621).

En esta época de su vida, también, comenzó a adoptar un rol muy activo en la corrección de sus obras, razón por la cual hoy es visto como un pionero de los derechos de autor. Hasta entonces sus comedias habían sido editadas por libreros independientes con los títulos de Partes, sin consultar los originales y sin pedir el permiso de Lope, por lo que llama la atención que para 1617 apareció la Parte IX con un prólogo en el que el autor desconocía las ediciones previas y especificaba que ésta era la única con su curaduría. En los años siguientes, hasta 1625, continuó estando a cargo de las correcciones, misteriosamente abandonando ese rol a partir de la Parte XXI. Lo cierto es que probablemente tenía problemas más apremiantes, como la enfermedad psiquiátrica de Marta de Nevares – quien quedó ciega por 1621, sufría depresiones y episodios maníacos regularmente, y terminó muriendo en 1632 – o las dificultades económicas que sufría la familia, a pesar del supuesto mecenazgo de varios nobles.

Los pocos hijos vivos que le quedaban fueron partiendo, murieron o sufrieron desgracias, como el rapto de su hija con Marta, Antonia Clara, y Lope se quedó cada vez más solo, aunque componiendo todavía grandes obras como La Dorotea (1632) y la Égloga (1637), sus trabajos más autobiográficos. A fines de agosto de 1635, empezó a sentirse mal y agonizó hasta la tarde del 27, en la que murió en su casa de Madrid a los 72 años.

Las exequias fueron espectaculares y el duque de Sessa, que tanto dinero le había escatimado en vida, organizó su entierro en la Iglesia de San Sebastián, aunque algunos años después, por falta de pago, sus restos pasaron a fosa común. Como muchos han señalado, Lope de Vega terminó siendo uno de los grandes y se exageró enormemente el fanatismo que generaba entre los miembros de las elites, siendo esto muchas veces una mera fabricación post mortem. El verdadero mérito del dramaturgo, quizás, fue el de haber logrado construir una popularidad “popular”, alejado, e incluso renegando, de las artes cortesanas. Él era el tipo de persona que la gente de a pie reconocía por la calle, cuyas obras se citaban en el día a día y cuya figura producía reverencia entre los que acudían al teatro regularmente. Entre la hipérbole y el insulto, Lope de Vega llegó a ser merecedor de su estatus como el dramaturgo español más importante y, ciertamente, el autor más prolífico, del que se conocen miles de sonetos, cientos de comedias y varias novelas.

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<p><i>Sor Marcela de San Félix viendo pasar el entierro de su padre, Lope de Vega</i>. Ignacio Suárez Llanos. 1862. (Museo del Prado, Madrid).</p>
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Sor Marcela de San Félix viendo pasar el entierro de su padre, Lope de Vega. Ignacio Suárez Llanos. 1862. (Museo del Prado, Madrid).

 

 

 

 

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