Charles Darwin tenía una imposición familiar: debía ser médico como su célebre abuelo Erasmus. A tal fin inició la carrera que no pudo terminar, porque en el anfiteatro de anatomía descubrió que no tenía el estomago para lidiar con cadáveres y mucho menos con vivos a los que debía extirpar alguna parte de su cuerpo. Esto fue un fracaso en la vida del joven Charles, al no cumplir el mandato familiar de convertirse en un personaje como su abuelo, un inventor, un filósofo natural que adhirió a conceptos evolucionistas, que contradijo a La Biblia, que escribió sesudos libros sobre los cambios en la naturaleza y fue además un conocido galeno (a punto de convertirse en el médico de Jorge III, caso que rechazó por ser este el Rey Loco), un buen padre pero un mejor amante… Erasmus a pesar de su aspecto desalineado y enorme abdomen, era un seductor que enloquecía a las damas con su verba amable y sensual. Entre las muchas actividades terapéuticas que recomendaba a sus pacientes estaban los ejercicios diarios, que incluían la práctica del sexo, que practicaba en exceso por las múltiple y variada descendencia que dejó…
Erasmus era el médico en el que todos confiaban en Lichfield. En esta ciudad se incorporó a la “Sociedad lunatica ” grupo de 14 integrantes que compartían experiencias científicas. Como se reunían los lunes, de aquí deriva su nombre (no por la luna sino por los lunes).
El Dr. Darwin no tenía prejuicios con el tema de la libre sexualidad, “fuente de la más pura felicidad”. Erasmus creía que el sexo era la “gota cordial en la insulsa copa de la vida”, y esta “cordialidad” se apreciaba en su progenie. Además de los tres hijos que tuvo de su primer matrimonio, tenía otras dos hijas ilegítimas que no tuvo problema en reconocer. De su matrimonio con su segunda esposa, Elizabeth Pole, tuvo siete hijos más y algunos dispersos por el condado, gracias a su prolífica actividad reproductiva.
Ningún tema le era ajeno a nuestro doctor, quien compartía sus inquietudes con sus colegas lunáticos a fin de encontrar una explicación científica a esas cuestiones más allá del dogmatismo creacionista.
Fue también un entusiasta de la educación femenina, un abolicionista que detestaba la esclavitud y un hombre de visión al futuro sentando las bases para la dirección moderna del automóvil, ascensores, el magnetismo y máquinas para duplicar documentos y hasta el motor de un cohete, a la vez que continuaba publicando libros como Los amores de las plantas y su Zoonomia, tratado considerado subversivo por el Vaticano, y prohibida su lectura, además de ser discutida políticamente, porque si todo puede mejorar, las clases obreras progresarían y estarían a la par de la dirigencia… ¿Cómo seguir entonces? ¿Qué sentido tenían las diferencias sociales? Por esta razón adhirió a la Revolución francesa, idea que le ocasionó varios problemas.
Erasmus continuó con la exposición de sus ideas y en su libro publicado en forma póstuma, El Templo de la Naturaleza“, sostenía que la vida provenía de la materia, aunque con cierta intervención de la divinidad. Y todos éramos descendientes de un único antepasado, expresado en poemas que fueron alabados por las generaciones de poetas posteriores como Coleridge y Wordsworth. Sin embargo, sus obras quedaron opacadas por las teorías emitidas por dos de sus nietos, Charles Darwin y Francis Galton, dos seguidores, a su modo, de las teorías evolutivas de su abuelo, aunque con distintos estilos: Charles era tímido y cauto, con miedo a la expresión de sus conclusiones y Francis, seguro y expansivo que dio vueloo a sus propuestas, llegando a proclamar la eugenesia para la mejoría de la especie, cuando aun no se habían descubierto los genes de Mendel.
Otro descendiente del erudito y controvertido médico fue su bisnieto, el compositor Ralph Vaughan Williams, quien mereció ser enterrado en Westminster Abbey junto a su tío.
Erasmus fue un hombre brillante, que se encargó de diseminar sus genes generosamente.