Lola Membrives, estrella de dos puertos

Hija de inmigrantes andaluces, Lola Membrives nació un 28 de junio de 1885 en los fondos de una peluquería ubicada en la porteña calle Defensa, entre Alsina y Moreno, justo frente a San Francisco. En este establecimiento, uno de los dos del mismo rubro que llegaría a tener su padre, ella se crio entre pomadas y tijeras y, aclamada desde el principio por su público, en su infancia solía recitarles poemas a los clientes. Un día, sin embargo, se puso a cantar y dejó a todos anonadados. Más tarde, en una entrevista con Soiza Reilly para Caras y Caretas, recordaría que “ese día, en aquella humilde salita de peluquero, yo descubrí el encanto que encierran los aplausos teatrales”.

A partir de ahí, su carrera empezó a florecer. Con sólo 10 años tuvo sus primeros roles en producciones infantiles y se unió a un coro del Círculo Valenciano. Cada vez más desarrolladas sus dotes musicales, su familia decidió mandarla al Conservatorio de Música de Buenos Aires, de don Juan Gutiérrez, y ahí fue descubierta por el empresario Valentín Garrido, dueño de la compañía La Comedia. Habló con el padre de Lola y, aunque ella sólo tenía 14 años, lo convenció de que la dejara actuar y en 1902, debutó en La Buena Sombra, de los hermanos Álvarez Quintero, en el Teatro la Comedia.

Aunque su presencia todavía era muy reducida, inmediatamente recibió elogios del público y de la crítica, actuando Enrique Freixas, cronista de La Nación, como su más importante entusiasta. Las oportunidades en el plano porteño se siguieron, pero – tras una breve temporada como parte de la compañía de José Palmada – con apenas 17 años fue descubierta por Enrique Gil, importantísima figura del teatro español. De su mano cruzó el Atlántico para ir a triunfar en la tierra de sus padres y, tras una muy halagada presentación en el teatro Eldorado de Barcelona, alcanzó la fama en el Apolo de Madrid con La Viejecita.

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Membrives en la tapa de la revista española Mundo Gráfico (1913) (1).jpg
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Membrives – ahora como reconocidísima tiple (cantante capaz de cantar todo tipo de piezas) – era realmente una sensación imparable. Durante el resto de su carrera ella desarrolló una intensa y variada actividad en los dos lados del Atlántico, por lo que pasear por la prensa de la época, tanto argentina como española, es encontrarse con una actriz que brillaba en todo momento. Parecía que nada le podía salir mal y, especialmente para los europeos, Membrives parecía una especie de camaleón capaz de adaptarse a todo tipo de estilos. Según ella misma diría, esto se debía quizás a que “allí, donde los artistas nacen y mueren especializados en un género, se asombran con razón al saber que he cultivado la zarzuela, la comedia, el drama, el sainete, el teatro criollo, la tragedia y hasta la tonadilla. La vida es así. Probablemente debo mis mejores éxitos a esa multiplicidad de esfuerzos realizados que me dan la solidez y que constituyen el tesoro de mi gran experiencia”.

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Desde ya, su talento y esta variedad en su actividad la acercó a grandes dramaturgos. En 1922, por ejemplo, formó una alianza importantísima con Jacinto Benavente que, además de acompañarla en una importante gira realizada ese año en la Argentina, fue el creador de algunas de las obras más icónicas que Membrives llegaría a protagonizar, como La Malquerida o Pepa Doncel. Del mismo modo, se puede destacar su relación con Federico García Lorca, literato a quien ella ayudó a visibilizar en el contexto nacional de la década del treinta a través de su participación en Bodas de Sangre, La zapatera prodigiosa y Mariana Pineda.

Lola Membrives con Jacinto Benavente

 

Lola Membrives con Jacinto Benavente (1922).
Lola Membrives con Jacinto Benavente (1922).

 

Ya para la década del cuarenta, además de haber fundado una compañía, tenido un programa en Radio Splendid y participado en una de las dos películas que hizo – La chismosa (1938) y La cigüeña dijo ¡Sí! (1955), Membrives empezó una importante carrera como empresaria teatral. Junto con su marido, Juan Reforzo, en 1936 adquirieron el Teatro Cómico (hoy conocido como Lola Membrives) en la calle Corrientes. Allí la pareja montó varias obras de compañías locales y extranjeras, y, a partir de 1943, Membrives lo adoptó como su espacio por excelencia.

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Parecía que nada podía detenerla, pero en octubre de 1955 la situación política se coló por los pasillos del Cómico en el día del estreno de Su amante esposa, de Benavente. La actriz, que desde el principio del régimen peronista se había declarado oficialista y hasta había recibido de Perón la Medalla de la Nación al Mérito Artístico, fue abucheada a poco de haberse producido la llamada “Revolución Libertadora”. El evento en sí, propiciado por una minoría pequeña pero ruidosa, no habría sido tan terrible si el acto no hubiera sido seguido por una serie de ataques intimidatorios que terminaron con destrozos en el hall del teatro.

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A modo de escape, para enero de 1956, Membrives partió a España por vía de Venezuela. Volvería recién a inicios de los sesenta, momento en el que fue aclamada una vez más por el público porteño, pero sus días como actriz estaban llegando a su fin. En 1964 se despidió de los escenarios en el Teatro Odeón y, aunque siguió desarrollando una actividad entre bambalinas, terminó falleciendo el 31 de octubre de 1969.

Producida su muerte, ella fue llorada por personalidades del teatro de todo el mundo hispanohablante, llegando a señalarse en la elegía de Iris Marga, presidenta de la Casa del Teatro, que “Lola fue más que una actriz genial, fue un alma y una voz”.

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