Las muertes de José Hernández

El poeta murió el 21 de octubre de 1886 en su quinta de “San José” sobre las barrancas de Belgrano, poco después de haber sido reelecto senador provincial. Los Pueyrredón, de los que descendía por parte de madre, tenían un largo historial de diabetes y José Hernández no fue una excepción, pero falleció de una complicación cardiológica.

Sin embargo, podría haber muerto mucho antes, en el Rincón de San Gregorio, cuando con escasos 20 años se unió a las tropas del coronel Rosas y Belgrano para pelear contra el ejército de Hilario Lagos, que sitiaba a la díscola Buenos Aires.

También podría haber terminado sus días en 1857, cuando un rayo mató a su padre, dejándolo a él y a su hermano Rafael en la calle, porque un socio se quedó con lo que les pertenecía. De allí en más, los Hernández recorrieron los mismos caminos, por esa ley primera que insta a la unión de los hermanos.

José Hernández podría haber muerto poco tiempo después en un duelo con un oficial, por esos asuntos de orgullo viril, que empujan a dejar lucir el brillo de los facones con más presteza que las palabras de reconciliación.

La muerte podría haberlo alcanzado con una bala perdida peleando para Urquiza en Cepeda o en Pavón o la Cañada de Gómez, donde muchos compañeros murieron degollados por los hombres de Venancio Flores. Ya entonces Hernández lucía los galones de sargento mayor.

También el escapó a las Parcas en 1864, cuando fue a buscar a su hermano Rafael, obstinado en pelear en Paysandú, acompañando la heroica defensa de Leandro Gómez.

En cada escrito, en cada artículo, Hernández se jugaba entero, como cuando denunció el asesinato del Chacho Peñaloza abandonado a su suerte por Urquiza o cuando criticaba a Mitre y a Sarmiento por igual. Este último, le puso precio a su cabeza.

Le escapó a la muerte en los combates de las guerras jordanistas, cuando prestó su talento como secretario y escribiente de López Jordán, el caudillo de la rebelde Entre Ríos.

Pudo haber muerto víctima de fiebre amarilla, cuando de incógnito volvió a Buenos Aires a visitar a su esposa en plena epidemia, aún cuando tenía orden de captura.

Un año más tarde, concedida la amnistía a los jordanistas, volvió de Montevideo con la historia del gaucho Martín Fierro y los escritos que distribuyó bajo el pseudónimo de “Polilla”.

De aquí en más, su prestigio de poeta costumbrista se diseminó por los senderos de la patria, logrando una fama que se multiplicaba con las ediciones de sus poemas. En un país que no contaba con dos millones de almas, siendo la mayor parte analfabeta, se sucedían las ediciones de 50.000 ejemplares repitiendo las estrofas de este gaucho perseguido por la justicia.

Por entonces José Hernández libraba una batalla silenciosa contra la enfermedad que había cegado la vida de su primo, el pintor Prilidiano Pueyrredón y otros miembros de la familia: la diabetes.

En su entierro en el cementerio de la Recoleta, hablaron Lucio V. Mansilla y Luis Varela. El primero en contar su vida fue su hermano Rafael, celoso custodio de la obra de José.

“En las actividades de su vida, y merced a su poderosa organización intelectual, guiaba su mente por distintos rumbos, sin distracción ni confusión”. Así fue como ejerció las distintas tareas que jalonaron su vida. “Hombre de espada y de pluma, del bosque, del salón, de tribuna y espuela”.

Hombre enorme, tanto en lo físico como en lo personal, José Hernández sostuvo una de las más altas virtudes que pueden adornar a una persona, la falta de vanidad a pesar de la fama que le otorgó su obra.

Sus versos sobre la desafortunada vida del gaucho, se han convertido en el canto de los argentinos, quienes a su vez se ven reflejados en estos versos sobre la hermandad, la lealtad, la astucia y también, porqué no, en la malicia de este paisano, hecho en las durezas de la vida rural, los fortines, las tolderías y las injusticias que tuercen su destino.

José Hernández fue un luchador contra las inequidades de la sociedad, que combatió aún a expensas de exponer su vida en batallas y entreveros, expresando sus ideas y convicciones en innumerables artículos y estás estrofas sobre las desventuras de un gaucho llamado Martín Fierro.

 

Este texto también fue publicado en La Nación

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