Alfred Nobel y la dinamita

Alfred Nobel nació en Estocolmo, Suecia, en 1833. Su padre, ingeniero, se había consagrado al estudio de los explosivos; interesado en conocer su composición química y sus efectos, construyó una mina submarina que despertó el interés de las naciones europeas, que deseaban comprar la patente para adquirir los derechos de explotación exclusiva ya que la consideraban útil en la defensa de sus puertos.

En la trama cronológica de los acontecimientos, se hace imprescindible señalar que los chinos habían inventado los primeros explosivos en el año 9 a.C., pero sobre todo (en lo que refiere a esta historia) que en 1847 Ascanio Sobrero, un químico italiano de la Universidad de Torino, había descubierto la nitroglicerina. Sobrero quedó lleno de cicatrices y cortaduras por la explosión de los cristales de un tubo de ensayo con aquel llamado “aceite explosivo” que le explotó en la cara cuando la descubrió. Sin amedrentarse, Sobrero continuó investigando sobre aquella sustancia, pero consideraba que la nitroglicerina era demasiado peligrosa como para llegar a tener una utilidad práctica. La razón era que, cuando la nitroglicerina no era pura, podía explotar en cualquier momento sin previo aviso, generando enormes daños.

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Un joven Alfred Nobel.
Un joven Alfred Nobel.

 

La verdadera innovación de Nobel en 1867 fue descubrir que, mezclando ese material altamente volátil con otra sustancia, podía estabilizarse la nitroglicerina para que no hubiese reacciones imprevistas. De esa forma, este nuevo compuesto, podía utilizarse de forma mucho más segura. Lo que hizo Nobel fue trabajar sobre la nitroglicerina disminuyendo su caótica peligrosidad y aumentando el control sobre la misma; en otras palabras, reduciendo los riesgos de accidente (en uno de ellos había muerto su hermano Emil). Eso lo logró mezclando la nitroglicerina con un material sólido poroso, un polvo que redujera la extrema volatilidad de la nitroglicerina: probó con el silicio, con el polvo de ladrillo, con arcilla, con yeso, con carbón. Finalmente logró hacer que la nitroglicerimna se absorbiera en una sustancia porosa e inerte como las mencionadas (la pólvora), creando así un dispositivo mucho más seguro y manejable que la nitroglicerina “per se”: la dinamita. Este invento disminuyó el uso de la “nitro” (otra de las muchas denominaciones de la nitroglicerina, como “piroglicerina”, “TNG”, etc) y potenció el uso de este nuevo compuesto.

La nitroglicerina fue el primer explosivo práctico con mayor potencia que la pólvora negra, y Sobrero se sintió algo mortificado cuando Nobel (a quien había conocido en el laboratorio del profesor Deleuze en París en la década del cuarenta, siendo Nobel muy joven) comenzó con la explotación comercial segura y exitosa de la dinamita, y aunque cabe destacar que Nobel citó abiertamente a Sobrero como el inventor de la nitroglicerina, Sobrero se sintió víctima de una injusticia.

Para comprobar y afianzar la fiabilidad del compuesto, Nobel tuvo la idea de usar una onda de choque para detonar el explosivo. Calculó que la nitroglicerina necesitaría un calentamiento rápido para explotar, y una onda de choque podría proporcionar ese calentamiento casi instantáneo. Para llevar a cabo esa tarea inventó el detonador, cuyo mecanismo consistía en iniciar una explosión muy pequeña en otra sustancia explosiva que luego detonara la explosión más grande. En el primer prototipo, el detonador fue un tapón de madera lleno de pólvora negra, que fue detonada con la iluminación de un fusible.

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Además de inventor, Nobel era constructor en Estocolmo. De hecho, su idea original era crear la dinamita como un sistema revolucionario para la construcción, permitiendo a las personas dividir las rocas, cavar túneles o construir raíles de forma más sencilla, sin necesidad de tanto esfuerzo manual. Para este tipo de proyectos, su invención posterior, la “gelatina de voladura” o “nitrogelatina” resultó ser más útil y hasta podía ser utilizada bajo el agua, aunque era más cara que la dinamita.

Pero una de las cosas más evidentes sobre la dinamita era su potencial como arma en la guerra. La primera vez que se empleó la dinamita para fabricar una bomba fue en 1870, durante la guerra franco-alemana, y pronto se empleó en la guerra de Cuba y Filipinas. Su utilidad militar y bélica tomó rápidamente preponderancia; Nobel, que no era ajeno a estos usos, continuó de hecho desarrollando inventos en este campo, como cohetes; creyó inicialmente que la invención de armas de destrucción masiva increíblemente poderosas serviría como un elemento disuasivo que en definitiva evitaría guerras (un tierno, Alfred). Sin embargo, años más tarde adoptó una postura mucho más pacifista.

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Aunque no fue el único, la dinamita fue su invento más célebre. Gracias a su patente -y a otras como, por ejemplo, la de la pólvora sin humo- se convirtió en un empresario multimillonario. Tanto fue su éxito que muchas de las compañías fundadas o adquiridas por Nobel se convirtieron en grandes emporios industriales que todavía hoy desempeñan un importante papel en la economía mundial.

La última voluntad de Alfred Nobel, fijada en su testamento, fue la de crear los premios que llevan su nombre. Muy posiblemente esta decisión estuvo motivada por cierto sentimiento de culpa, así como por el deseo de no pasar a la historia como el inventor de un arma que causó tanta destrucción en la guerra y que además le hizo rico. Cuando murió en 1896, Nobel dejó una herencia de 31 millones de coronas suecas (equivalente a 256 millones de dólares de ahora). Los premios Nobel (objeto concreto de su legado) estarían destinados a personas que hicieran contribuciones “en un amplio campo de conocimiento y progreso”, y un gran premio especial sería destinado a la persona que hiciera “el mayor o mejor trabajo para la hermandad de las naciones y la abolición o reducción de los ejércitos permanentes, así como para el establecimiento y la difusión de la paz entre los hombres”. Esto sería conocido como el Premio Nobel de la Paz…

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