Las enfermedades de un hombrecito con bigotes

Hubo criminales seriales coetáneos a este personaje que ampliamente superaron su proceso de muerte industrializada (Stalin, Khmer Rouge, Mao) y sin embargo no gozan del prestigio nefasto que impregna al nombre de Hitler. Curioso fenómeno solo explicable por la derrota total. Vieja regla de la humanidad: los que ganan escriben la historia. Y Stalin ganó. Y Mao ganó. Recién ahora sabemos de los gulags y de las víctimas de la revolución cultural. De Hitler siempre se supo hasta el más mínimo detalle de su intimidad. Y si no se lo sabía, se lo suponía, para así armar al monstruo más brutal de la historia, solo comparable con Atila, Ghengis Khan, Vlad Tepes, Napoleón y tanta otra competencia.

Hitler era hijo de un agente de aduanas. Se dice que la abuela materna, Maria Schicklgruber, había trabajado como criada en la casa de uno de los barones Rothschild, en Viena. Al parecer la abuela quedó embarazada, mientras trabajaba en esta casa. Hasta aquí, una historia repetida hasta el cansancio en cada culebrón de la tarde. Lo particular del caso es que tanto el barón, como las demás miembros del servicio, eran de origen judío. Esta versión se presta a suponer que Hitler era de ascendencia semita, al igual que Torquemada, el conocido inquisidor, que ponía al horno todo aquello que oliese a hebreo.

Cinco años después de este incidente, la abuela de Hitler se casa con un molinero llamado Hiedler. Este no reconoce a Alois, padre de Adolfo, hasta 30 años después. ¿Por qué el molinero se tomó tanto tiempo para reconocer a este hijo bastardo? Las malas lenguas del pueblo decían que era para poder cobrar una herencia. ¿Acaso el barón Rothschild estaba dispuesto a reconocer un hijo natural después de tantos años, dejándole una suculenta heredad? Siendo así, valía la pena esperar. Lo cierto es que una vez reconocido (es decir, resignada su posibilidad de heredar) Alois varió el apellido Hiedler por Hitler, de tan triste fama. Curiosa paradoja del destino para un defensor de la raza aria.

El asunto, que suena a teleteatro, debe tener algo de cierto porque el mismo Fϋrher hizo investigar esta historia desde 1935 hasta 1944, por lo menos en 6 oportunidades. El canciller Dollfuss se interesó en el caso y según algunos, fue el conocimiento de ciertos documentos, lo que precipitó su asesinato.

Hitler creció en un medio modesto, con una carga de resentimiento hacia el padre y una relación idílica con la madre –que en algún momento de delirio patriótico, identificó con Alemania-.

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¿Quién hubiese dicho que este querubín se tornaría en Leviatán? Viendo esta foto de Hitler bebito, la teoría del noble salvaje de Rousseau se desvirtúa.

¿Quién hubiese dicho que este querubín se tornaría en Leviatán?

Viendo esta foto de Hitler bebito, la teoría del noble salvaje de Rousseau se desvirtúa.

 

 

Durante su adolescencia nos encontramos con un joven abúlico y disperso, que soñaba con ser pintor. No aprobó el examen para estudiar en la Academia de Arte de Viena. ¡Si los profesores hubiesen sabido lo qué le esperaba a la humanidad! Entonces Hitler se dedicó a vagar por las calles, pintando acuarelas que denunciaban su poco talento. Anduvo así por unos años, siempre mantenido por su adorable mamá que a pesar de su comprometida condición económica, siempre tenía algo para su hijo. Así transcurrían sus días, hasta que se declara la Primera Guerra Mundial. Al ingresar al ejército sufre un cambio en su personalidad. De indolente se torna en cumplidor. De desaliñado se convierte en pulcro y ordenado. Era un ejemplo para la tropa y pronto lo ascienden a cabo –de allí que los generales alemanes lo llamasen, entre ellos, el “pequeño cabo”-. Esa era toda su experiencia de estratega.

Después de un ataque con gas mostaza (tóxico que se tiraban de trinchera a trinchera), el futuro Fϋrher sufrió una crisis de ceguera histérica. Nada decía ver y los médicos nada veían en sus ojos. La clásica interpretación psicoanalítica era que, por una fijación en la etapa oral, no quería ver a su querida Alemania derrotada. No en vano Freud debió huir a Inglaterra cuando Hitler subió al poder. Al terminar la guerra Hitler había encontrado su camino. Una “voz interior” le decía que él sería el salvador de la raza germana. Muchas veces a lo largo de su carrera postergó la toma de decisiones hasta escuchar esa “voz interior” ¿Alucinaciones o simplemente una exageración para propagar el mito mesiánico?

A pesar de estos episodios, no puede decirse que Hitler fuese un histérico. Sus famosas rabietas probablemente hayan sido una sobreactuación para imponer sus criterios. Los oficiales de carrera del ejercito lo llamaban “Teppichfresser” –el come alfombras-, por su costumbre de tirarse al piso y gritar golpeando las alfombras. Realmente imponente.

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Hitler (derecha) junto a varios compañeros durante la guerra.

Hitler (derecha) junto a varios compañeros durante la guerra.

 

Lo que sí no era tan imponente era su relación con las mujeres, de las que no se conoce demasiado por la discreción que rodeaba estas vinculaciones y porque el Fϋrher se esforzaba en dar una imagen de castidad, como para demostrar que todos sus esfuerzos se concentraban en la conducción de la Nación y no en aventuras galantes.

Desde su dudosa relación con una sobrina, llamada Geli Raubal, hasta su unión definitiva con Eva Braun, pasó por una serie de vinculaciones con damas cuyo común denominador, después de conocerlo, fue intentar suicidarse. Intención en las que algunas fueron exitosas. Su sobrina Geli, con la que él vivía, apareció muerta. El caso fue catalogado como suicidio. El escándalo por poco le cuesta la carrera a Hitler, que por semanas se mostró muy apesadumbrado.

Eva Braun tuvo dos intentos de suicidio, antes de morir junto a Hitler. El rumor que se corría era que el Fϋrher tenía hábitos sadomasoquistas y “necesitaba” ser golpeado y humillado por sus amantes, que no siempre toleraban ver a su líder reducido a tan denigrante estado.

Mientras Hitler avanzaba en sus perversiones sexuales, también lo hacía en su carrera política. Había llegado a la suma del poder y creyó necesario tener un médico en su séquito. En 1934 conoció al joven cirujano Karl Brandt, que mucho no tenía que hacer porque Hitler era vegetariano, no fumaba y menos aún tomaba alcohol. Hitler perseveraba en dar una imagen de virtuosismo, apto para manejar los destinos del pueblo germano. Daba toda una alocución explicando porque era vegetariano, tema al que le daba un cariz ideológico, aunque todos sabían que había adoptado el hábito después del suicidio de su sobrina.

En 1936 Hitler conoció al médico al que confiaría el cuidado de su salud y quien con el tiempo fue el colaborador más poderoso de su séquito, el Dr. Theodor Morell. Médico de la alta sociedad, era un buen clínico y un hábil farmacólogo. Lo precedía su fama de haber curado casos difíciles con tratamientos de su invención, aunque a veces recurriese a medicamentos un tanto anticuados, como la vez que trató una crisis hipertensiva del Fϋrher con sanguijuelas.

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Hitler y Theo Morell.

Hitler y Theo Morell.

 

Se hizo cargo de la salud de Hitler y dejó toda su historia clínica consignada día por día bajo el nombre de “Paciente A”. Se tomó a pecho la tarea, no solo de tratar, sino de prevenir los problemas que podían aquejar a su célebre paciente. Entonces comenzó a medicarlo con complejos vitamínicos que él mismo inyectaba en el traste del todopoderoso. En los casi 9 años que duró esta relación médico-paciente, el bueno de Morell inyectó no menos de 3000 veces el trasero del Fϋrher. Ya les había comentado que Hitler era un sadomasoquista. ¿no?

Ahora, ¿qué inyectaba el profesor Morell en las nalgas del omnipotente dictador? Una mezcla que daba en llamar Vitamultin F, fabricado en los mismos laboratorios del Dr. Morell. Este había volcado sus ganancias en la construcción de laboratorios de especialidades medicinales que lo convirtieron en un hombre extremadamente rico. Sobre todo cuando convencía a su paciente predilecto sobre las bondades de tal o cual producto que ordenaba ingerir a todo el ejército alemán. Se pudo saber que la dichosa Vitamultin F tenía vitamina C, vitamina B, lactosa, azúcar y cantidades espantosas de cafeína y desoxiefedrina –esto es una anfetamina–. ¡Cómo no se iba a sentir bien después de este “saque’’! Se sentía dinámico, fuerte, invencible. El único detalle es que se hizo adicto y cada vez necesitaba más y más dosis para continuar con su ritmo de vida. Hacia el final de la guerra Hitler necesitaba 2 y hasta 3 inyecciones diarias para seguir. A esto se le agregó un Parkinson en la mitad del cuerpo. Por eso siempre aparecía en las fotos con una mano sobre la otra y si se sentaba, cruzaba las piernas para contener el temblor. Entonces Morell le agregó otro de sus remedios mágicos, el Hamburg 680, que tenía grandes dosis de hiosciamina, producto cuya dosis terapéutica esta muy cerca de su dosis tóxica. Igual le daba a Hitler dosis generosas. Todo era válido para lograr el bienestar de su paciente, aunque el remedio a la larga hiciese estragos en el hombrecito, ahora convertido en víctima. Esta generosidad en las dosis pronto trajo sospechas. El antiguo médico de Hitler, el cirujano Brandt, lo acusó de “encubridor de morfinómanos”. No era morfina lo que le daba. Al menos eso lo hubiese mantenido sedado al hombrecito. Era un estimulante que lo mantenía vigil, pergeñando nuevas invasiones y soluciones finales. La gente del entorno del Fϋrher comenzó a sospechar del profesor obstinado en perforar las asentaderas del líder. Comenzó a decirse que el Dr. Morell había sido sobornado por los aliados para asesinar a Hitler. El rumor llegó a oídos de Eva Braun, que le pidió a Hitler que se deshiciera del médico. Hitler lo encaró y le exigió que se retirase de su lado. El pobre Dr. Morell se desmayó, su ídolo lo echaba. Lo tuvieron que sacar del bunker entre dos personas. Tomó el último vuelo que salió de Berlin. Quizás tuvo suerte. Dos días después los rusos entraban a la ciudad. Hitler, obsesionado con las imágenes de Il Duce deshonradamente colgado en una plaza pública, decidió que eso no le iba a pasar a él. Llegado el momento se encerró en su habitación e intentó suicidarse con su pistola. Las manos le temblaban tanto que decidió tomar el acido prúsico que tenía preparado. Fue peor. Los dolores fueron tales que Eva Braun le disparó para terminar con su sufrimiento. Después ella se pegó un tiro en la boca.

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Todos sabemos como terminó la historia, los cadáveres quemados reconocidos por la dentadura. Cada tanto aparece alguien por los periódicos diciendo que vio a Hitler aquí o allá. Hasta se afirma que Hitler y Eva Braun vivieron felizmente en Bariloche.

¿Qué fue del doctor Morell? Anduvo por allí como alma en pena. Nadie podía creer que ese andrajo era el mismo soberbio que proclamara ser el inventor de la penicilina, pero que el servicio secreto inglés se la había robado. Vagó por distintas partes de Alemania, hasta que fue apresado por los norteamericanos. Dicen que hasta lo torturaron para obtener información (como ven, no hay nada nuevo).

Cuando lograron sacarle lo poco que sabía –él insistía que no se metía en política-, lo encerraron en la misma celda que su mortal enemigo, el Dr. Brandt. Al ingresar a la celda, donde lo esperaba el cirujano deseoso de disponer de un largo tiempo para dilucidar a los golpes antiguas diferencias, Morell pronunció una frase que fue un reflejo de su existencia: “Desearía no ser yo”. Murió un año más tarde.

¿Qué era Hitler?

Suma de todas las miserias que albergan nuestra humanidad, culpable de todas las desgracias acontecidas en su tiempo, siempre nos cabe preguntar qué era Hitler ¿Un loco? ¿Un maniático? ¿Un delirante místico? Muchos diagnósticos se han barajado de acuerdo a diversas versiones e interpretaciones. Cabe considerar sus crisis histéricas, sin que las mismas se hubiesen manifestado con frecuencia tal para hacerse acreedor del diagnóstico de histeria.

¿Era entonces un delirante psicótico? Las voces que lo guiaban, la pérdida del sentido de la realidad, sus elucubraciones delirantes podrían sugerir tal diagnostico. Sin embargo, por largo tiempo condujo los destinos de una nación, logrando la adhesión casi unánime del pueblo alemán y llevó con lucidez el engrandecimiento de su patria. De todas maneras la suma de votos no garantiza la idoneidad del gobernante, aunque como en este caso ganase con el 98% de los votos.

¿Un paranoico? ¿Un personaje con delirios de persecución? ¿Una personalidad anómala limítrofe con la esquizofrenia?

Podría ser muchas cosas, pero yo coincido con las consideraciones del Dr. Vallejo Nagera –eminente psiquiatra español, que estudió el tema en su celebre libro “Locos egregios”. Para él, Hitler era un psicópata paranoide con anomalías neuróticas en el plano sexual, y crisis histéricas ocasionales. No es esta una intención de justificar o atemperar sus culpas. No señor. La intención es clasificar a este personaje y saber sus intenciones, porque en cualquier momento, querámoslo o no, nos volveremos a cruzar con alguien así. Solo el conocimiento nos permitirá detectarlo antes que el mal sea mayor.

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