Por todos lados y con variedad de pretextos, estos tiranos/victimarios siguen priorizando ante todo la acumulación de poder (del suyo) sobre la vida (de los demás), utilizando para ello las herramientas tradicionales: el asesinato, la tortura, el encarcelamiento, el hambre, el destierro, la represión. En estos rubros, el progreso consiste en alguna sofisticación de los métodos de sometimiento, el aprovechamiento o censura (según convenga) de los medios de comunicación masivos y el maquillaje legal y político para las tropelías. Los dictadores del siglo XX/XXI no son muy diferentes a los de la historia antigua, medieval o renacentista; simplemente visten diferente y utilizan mejor tecnología. Hay de todo y para todos, en los cinco continentes, en los dos hemisferios, en todos los idiomas y con similares argumentos. Evaluando datos entre los tiranos/dictadores más famosos pueden descubrirse denominadores comunes; es un ejercicio algo masoquista, pero puede dar una idea del perfil de esta caterva. Veamos…
Lo primero y obvio es que, independientemente de la forma en que acceden al poder, se quedan con él; se lo apropian indefinidamente. Como presidentes, como primeros ministros, como jefes militares, como jefes del partido dominante, como sea. La cuestión es seguir cortando el bacalao a través de los anõs; hasta formar dinastías, si fuera posible. Kim Il-sung estuvo 46 años en el poder en Corea del Norte; después de su muerte tomó la posta su hijo y la dinastía continúa actualmente con su nieto, Kim Jong-un, ese personaje de exótico corte de pelo al que algunos de nosotros le habría hecho bullying en el colegio (bueno, mejor, no, por las dudas). La dinastía Somoza (padre y dos hijos) gobernó Nicaragua durante 42 años, Fidel Castro estuvo 49 años en el poder en Cuba hasta que delegó el cargo a su hermano, Robert Mugabe mantuvo el poder 42 años en el poder en Zimbabwe (“Zimbabwe es mío”, llegó a decir). Muhamad Khadaffi también mantuvo el poder durante 42 años en Libia (sólo fue presidente 8 años, pero a veces en cuestiones de poder eso es lo de menos), Porfirio Díaz mantuvo oprimido a México durante 35 años, Iosif Stalin estuvo 30 años sembrando el terror en la Unión Soviética, Francisco Franco gobernó 39 años en España. Leopoldo II de Bélgica estuvo en el poder 44 años (entre 1885 y 1909, comienzos del siglo XX); si bien era un rey y la duración de su mandato estaba definida por su realeza, su gobierno ejerció una tiranía en el Congo durante 23 años, lo que le da chapa suficiente para ponerlo en este vil rejunte de muchachos difíciles. Muchos otros estuvieron más de 20 años en el poder: Saddam Hussein (Irak, estuvo 24 años), Ferdinando Marcos (Filipinas, 21), Nicolae Ceaucescu (Rumania, 22), Josip Broz “Tito” (Yugoslavia, 27), Sekou Touré (Guinea, 26), Benito Mussolini (Italia, 23). A muchos otros, menos tiempo les alcanzó para hacer desastres más que suficientes y denigrar la raza humana: Adolf Hitler (Alemania, 12), Mao Tsé-tung (China, 11 -aunque, aún retirado, tenía un ojo abierto vigilando que las cosas se hicieran como él había diseñado-), el Ayatollah Khomeini (Irán, 10), Idi Amín Dada (Uganda, 8), Augusto Pinochet (Chile, 16), François Duvallier, “Papá Doc” (Haití, 14), Hugo Chávez (Venezuela, 14), Pol Pot (Camboya, 18), Rafael Trujillo (República Dominicana, 18), Ante Pavelic (Croacia, 4), Mustafá Kemal, “Atatürk” (Turquía, 18), Jorge Videla y las juntas militares (Argentina, 7), Slobodan Milosevic (Serbia, 11), Ismail Enver Pashá (Turquía, 4)… y así podríamos seguir.
A pesar de la máxima crueldad y la gran cantidad de daño producida por esta gente, debe hacerse notar que la mayoría de ellos fueron longevos y murieron de manera no traumática, por enfermedades, en un lecho de muerte hogareño y en un ámbito retirado y hasta cuidado. Sobre cuarenta tiranos (los más notorios) evaluados, 33 murieron después de los 60 años. Stalin murió a los 75 años luego de una hemorragia cerebral (si bien hay versiones de envenenamiento), Mao murió de un infarto a los 83, Idi Amin por insuficiencia renal a los 78, Díaz luego de un ACV a los 85, Khomeini de un infarto a los 87, Franco por complicaciones de una hemorragia digestiva a los 83, Pinochet de un infarto a los 91, Noriega de un tumor cerebral a los 83, Fidel Castro por una insuficiencia cardíaca luego de un padecimiento intestinal a los 90, Tito por una insuficiencia cardíaca a los 88, Kim Il-sung de un infarto a los 82, Videla por complicaciones cardíacas a los 88, Mugabe de cáncer a los 93, y así la mayoría. Fueron minoría los que tuvieron muertes violentas o los que murieron, por así decirlo, “en su ley”: Hideki Tojo (Japón), que no fue un tirano clásico pero que durante la guerra actuó como un dictador, fue ejecutado en la horca; Saddam Hussein también fue ejecutado en la horca, Ceaucescu y Mussolini fueron fusilados en la calle, Khadaffi fue baleado y linchado por una multitud, Trujillo y Somoza fueron asesinados con armas de fuego, Pol Pot fue envenenado, Hitler se suicidó. Sólo uno, Ismail Enver Pashá, líder de “los Jóvenes Turcos” y antecesor de Atatürk, murió en pleno combate, a los 44 años.
Los asesinos pueden salir de cualquier lado. Sin embargo, hay que reconocer que la profesión militar parece estar a la cabeza entre las que han generado a este tipo de sujetos, ya sean militares de carrera o tipos que una vez en el poder se adornan con títulos militares que jamás se ganaron en las escuelas militares y mucho menos en combates. Pero además de los militares conocidos por todos, hay tiranos abogados (Castro, Pavelic, Marcos), obreros (Ceaucescu, Tito, Touré, en una época Mussolini), empresarios (Milosevic, Somoza, que además era ingeniero), docentes (Mugabe, Mao, Mussolini), religiosos (Khomeini), médicos (Duvallier), cuatreros (Trujillo) y hasta burros sin mayores aptitudes aparentes (como Pol Pot, al que echaron del monasterio budista, o Stalin, que dejó el seminario ortodoxo, Kim Jong-un).
Los argumentos de las dictaduras suelen ser siempre los mismos siete u ocho que se mezclan entre sí y en los que el poder está siempre presente (aunque no mencionado) y el dinero casi siempre. Sin embargo, todos exponen un maquillaje en la vidriera que explica y hasta pretende justificar conductas degradantes sostenidas a lo largo de los años: cuestiones étnicas o religiosas, opresión del pueblo por parte de los ricos, razones políticas o ideológicas, defensa del territorio o de la identidad nacional.
La exacerbación de la crueldad religiosa, por ejemplo, es la marca registrada de la teocracia que impuso el Ayatollah Khomeini. El pretexto de la raza aria generó el Holocausto judío perpetrado por Hitler; el odio étnico de Pavelic generó la masacre étnica llevada a cabo por los ustashas croatas, con un racismo religioso nacionalista espeluznante; algo similar llevó a la masacre producida por los serbios de Milosevic. Saddam y su odio a los persas, la razia étnica comandada por Pol Pot en Camboya, los haitianos asesinados por Trujillo, el dictador vecino, son muestras de una locura étnica desatada incomprensible.
Las tiranías que justifican asesinatos por razones ideológicas o políticas no se quedan atrás: Stalin mató y hambreó sin límites, guiado por su insana megalomanía paranoide disfrazada de ideología comunista; Chávez expropiaba, prohibía, reprimía y aniquilaba opositores en defensa de su revolución bolivariana, que se enfrentaba al “yanqui de mierda” (al que, sin embargo, le seguía vendiendo su petróleo); Mao mató dos veces a su pueblo, con “El Gran Salto Adelante” primero y con la “Revolución Cultural” después, en haras de la perpetuación del ideal comunista; Franco arrasó con todo lo que fuera republicano en España; Tito y Ceaucescu sostuvieron la dictadura “obrera” mientras se llenaban los bolsillos y el pueblo se hambreaba; Pinochet, Videla y compañía mataban y torturaban con tal de exterminar al enemigo comunista; Castro sostuvo “el orgullo de la revolución” mostrando los logros de la misma a lo largo de los años, mientras las ciudades se caían a pedazos y los cubanos se acostumbraban a vivir con casi nada; Mussolini mataba a todo aquel que fuera necesario para imponer el fascismo, etc, etc…
La expresión del poder “por el poder mismo” (“hago lo que quiero, porque puedo y porque me da la gana”) es otra forma de tiranía que exacerba la locura, con exponentes como Trujillo, a quien le acercaban niñas y jovencitas (a veces, los propios padres) para ser desvirgadas; Khadaffi, déspota sin límites y maniático sexual; Stalin, que mataba y encarcelaba sin razón alguna, traicionó a todos sus pares y no confiaba ni en su sombra; Duvallier, que arrasó a su país; Noriega y Somoza, inmorales magnates en medio de la pobreza extrema de sus pueblos.
El argumento de la defensa de la independencia nacional y del terrirorio propio es otra excusa para matar y someter: Yakubu Gowon (Nigeria), uno de los responsables de la guerra-hambruna en Biafra; Hitler y sus necesidades de extender el territorio para la “gran nación aria”; Atatürk y el nacimiento de Turquía luego de la caída del Imperio Otomano (Hitler dijo de Atatürk: “Mussolini es su primer discípulo y yo el segundo”); Mugabe en Zimbabwe, Saddam invadiendo Kuwait.
Las herramientas habituales de los dictadores asesinos (asesinato, hambre, opresión) muchas veces suelen ser instrumentadas a través de violentos grupos de choque/ataque/represión que mantienen a raya a la población y evitan cualquier intento de oposición que surja de la gente que ya no aguanta. Las milicias chavistas, los tonton macoutes de Haití, los Jermenes Rojos de Camboya, las SS nazis, los camisas pardas (nazis también), los Jóvenes Turcos, los “grupos de tareas” sudamericanos, los camisas negras de Mussolini, los ustashas croatas, la Guardia Roja de Mao, etc, etc, son ejemplos más que claros. Cuando esto no ocurre, es directamente el poder militar del país quien se ocupa del trabajo sucio, como brazo armado del tirano que esté al mando, que suele tener el poder político y militar a la vez. Esto resulta cada vez más fácil, ya que antes de eso invariablemente se ha eliminado la división de poderes (¿qué era eso?): el poder político (el dictador, bah) pone sus propias leyes e impone su propia justicia, transformándose en el dueño de la vida de la gente.
El asunto es que nunca (pero nunca, eh) una tiranía ha logrado mejorar la vida de la gente. En primer lugar porque el poder sólo es genuino si el que lo otorga (la población de determinada región o país) también puede quitarlo, y con los dictadores eso no ocurre ya que se apropian de él, construyen espacios de poder interminables que los preserven a ellos, a su ego, a su megalomanía y a las élites que ellos mismos crean para mantenerse en el tiempo, con lo cual lo único que pasa a ser de su interés son ellos mismos, no la gente a quien se supone deben servir y rendir cuentas.
Como el asesinato sistemático e impiadoso es imprescindible para sostener estas situaciones en el tiempo, vale la pena echar un vistazo a los números para constatar las consecuencias escalofriantes de estos sicarios a gran escala y ver la cantidad de humanos que han muerto como consecuencia directa o indirecta de los actos de esta gente: con cierta variabilidad de cifras, el podio de la abyección lo dominan Mao (70 millones de muertos), Stalin (20 a 25 millones) y Hitler (15 a 17 millones). Las decisiones de Leopoldo II se cargaron a 15 millones, las de Hideki Tojo a 5 millones, las del turco Ismail Enver Pashá a casi 3 millones (incluyendo su responsabilidad en el genocidio armenio), Kim Il-sung exterminó a casi 3 millones, Yakubu Gowon fue responsable de la muerte de algo más de 2 millones de personas en Biafra, Pol Pot exterminó a casi 2 millones, Mengistu Haile Mariam a 1,5 millones en Etiopía, Ante Pavelic a 1,5 millones en los Balcanes, Porfirio Díaz de algo más de 1 millón en México, Mussolini de casi 1 millón. Idi Amín Dada fue responsable de la muerte de casi 500 mil personas, Franco de unas 400 mil, Chávez de unas 300 mil, al igual que Atatürk; Milosevic de 250 mil, Tito de casi 200 mil, Duvallier de 150 mil, Noriega de 120 mil, Ceaucescu de 100 mil, Trujillo de 50 mil, Khadaffi de 40 mil, y así podríamos seguir… y a estos números hay que agregarles un número igualmente horroroso de encarcelados, torturados, desterrados o emigrados forzosos que se han visto obligados a escapar de la muerte o la locura como han podido.
Más allá de las otras formas de vestirse que tiene la muerte sin sentido (la guerra, el hambre, la paranoia política, los intereses geopolíticos o comerciales, el imperialismo en cualquiera de sus formas y desde cualquier ideología, el terrorismo), la personalización del poder absoluto casi nunca se ve venir y lleva a una tragedia que nace casi con nada. Cuando el tirano está instalado y a sus anchas, toda opción es dolorosa: aceptar una vida resignada e indigna o arriesgarla para detener el sufrimiento.