Las damas del Tercer Reich

Desde Eva Braun hasta Magda Goebbels, las damas del Tercer Reich tuvieron más protagonismo de lo que se cree. Aunque nunca ejercieron el poder propiamente, estas son 10 de las mujeres más poderosas del régimen nazi.

Eva Braun

Eva Braun

Eva Braun

A esta joven bávara de clase media siempre se la tuvo por una muchacha despreocupada, vulgar y poco inteligente. Pero era una mujer orgullosa que no se dejaba pisotear y que tenía claro cuál era su objetivo final: ser la esposa del Führer. Evi, como la llamaba cariñosamente Hitler, convertida en una nacionalsocialista convencida, nunca se inmiscuía en las decisiones políticas ni contradecía al Führer. Por fin, en la víspera del final, su posición se oficializó, y Eva se transformó en la señora Hitler. Conocía lo efímero de aquel triunfo. Al día siguiente, los esposos se suicidaban en el búnker de Berlín.

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Hanna Reitsch

Hanna Reitsch

Hija de un oftalmólogo, Hanna Reitsch (1912-79) iba a estudiar medicina, pero quería ser piloto. Le resultó difícil, pero con su determinación venció toda oposición. Esta acendrada patriota, condecorada con la Cruz de Hierro de 1ª Clase por el propio Hitler, nunca se afilió al partido. Sin embargo, creyó en el Führer hasta los últimos días, y pasó por varios campos de internamiento aliados hasta que pudo reiniciar su carrera, en la que batió diversos récords de vuelo. Nunca renegó de su pasado. Adoptó la nacionalidad austríaca por la discriminación política de que se consideró objeto en Alemania.

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Zarah Leander

Zarah Leander

Zarah Leander (1907-81) llevaba una discreta carrera artística en su Suecia natal hasta que decidió probar fortuna en Viena. Los éxitos se sucedieron y su fama se propagó a Alemania. La productora U. F. A. la convirtió en la actriz mejor pagada de Alemania. A través de diez exitosos filmes, Zarah se convertiría en la sex symbol del régimen, mientras la voz grave de sus canciones sonaba en todas las radios del Reich. Sin embargo, nunca quiso cambiar de nacionalidad ni ingresar en el partido, y sus excéntricas fiestas estaban en boca de todos. En 1943 abandonó el Reich tras el bombardeo de su villa.

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Magda Goebbel

Magda Goebbel

La joven Magda (1901-45) recibió una esmerada educación. Se casó con Joseph Goebbels, por entonces líder nacionalsocialista de Berlín. Con la llegada al poder, Magda se convirtió en la gran dama del Reich. Nacionalsocialista convencida y políticamente ambiciosa, Magda aparecía en los medios como una madre perfecta, mientras su esposo se dedicaba por entero a su trabajo. Ya próximo el fin de la guerra, se trasladó junto a sus seis hijos pequeños al búnker de la Cancillería en Berlín. Tras el suicidio de Hitler, y siguiendo el parecer de Joseph Goebbels, hizo envenenar a sus niños para después suicidarse junto a su esposo.

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Leni Riefenstahl

Leni Riefenstahl

La directora de cine Leni Riefenstahl (1902-2003) dio al nacionalsocialismo dos largas películas documentales de gran calidad, El triunfo de la voluntad (1935) y Olimpiada (1938), que hicieron de ella una de las mejores cineastas de todos los tiempos. Sin embargo, sus éxitos quedaron aquí. Detenida tras el conflicto, sufrió diversos procesos y padeció durante años estrecheces económicas. Emergió del olvido en la década de los setenta gracias a un extraordinario reportaje fotográfico sobre las tribus nuba de Sudán.

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Gertrud Scholtz-Klink

Gertrud Scholtz-Klink

Gertrud Scholtz-Klink (1902-99) encarnaba a la perfección el ideal de mujer nacionalsocialista que ella misma predicó a lo largo de su vida. Entusiástica seguidora de Hitler, se convirtió en máxima dirigente de algunas de las mayores organizaciones femeninas del NSDAP. Al acabar la guerra Scholtz-Klink se escondió bajo una falsa identidad, hasta que fue descubierta en 1948 y tuvo que pasar una temporada en prisión. Recuperada la libertad, siguió manteniendo sus ideales y aprovechando la menor ocasión para difundirlos.

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Emmy Göring

Emmy Göring

Emmy Sonnemann (1893-1973) conoció a Hermann Göring cuando su carrera como actriz se hallaba en franco declive. El Führer les “aconsejó casarse”, aduciendo que había demasiados solteros entre los líderes del partido. Trocó entonces su papel por el de “primera dama del Reich” y disfrutó de su regalada vida. Protegió a algunos de sus compañeros de profesión de origen judío. Considerada culpable de haberse beneficiado del régimen, tras la guerra dedicó su vida a recuperar el patrimonio que consideraba suyo, así como a limpiar en lo posible la memoria de su marido.

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Unity Mitford

Unity Mitford

Unity Mitford (1914-48), aristócrata inglesa, formaba parte de la Unión Británica de Fascistas (BUF). Se sentía atraída por el nacionalsocialismo, y estaba prendada de su líder, Adolf Hitler. Se trasladó a Múnich para conocerle y pasó a formar parte del círculo de sus allegados. Hitler la utilizó como medio para congraciarse con influyentes sectores de la sociedad británica. La declaración de guerra le supuso un choque traumático. Se pegó un tiro en la cabeza, pero no murió. Devuelta a Gran Bretaña, acabó sucumbiendo a las secuelas de su frustrado suicidio.

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Gerda Bormann

Gerda Bormann

A primera vista, el tosco jefe de la Cancillería del partido y secretario de Hitler, Martin Bormann, y su atractiva y discreta esposa Gerda (1909-46, en el extremo dcho. de la imagen) nada tenían en común. Nacionalsocialista de pro, participaba con su marido de las decisiones políticas y le aconsejaba en todo, incluso sobre las infidelidades que él cometía. Para Gerda la poligamia era una bendición. Debía ser institucionalizada para conseguir suficientes soldados para el Führer. Al acabar la guerra, el Tribunal de Desnazificación no pudo hallar ningún testigo en su contra.

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Winifred Wagner

Winifred Wagner

Hitler trabó una sincera amistad con Winifred Wagner (1897-1980), la nuera de Richard Wagner. Ella se convirtió en una ferviente nacionalsocialista. Winifred se dedicó en cuerpo y alma al que sería el proyecto de su vida, el Festival de Bayreuth, que tendría lugar todos los años en honor de su suegro. Ni siquiera la guerra pudo terminar con un evento que siguió celebrándose hasta 1944 (se reemprendió en 1951). Tras la conflagración, Winifred fue hallada culpable de haber ayudado a los nazis. Desde su voluntario retiro siguió defendiendo su relación personal con Hitler, que procuraba diferenciar de la carrera política del dictador.

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