“Su presencia me deslumbró, me perturbó… después de esa noche fuimos inseparables”, así describió Oskar Kokoschka su primer encuentro con Alma Mahler, viuda del célebre compositor Gustave Mahler, que tuvo lugar en la casa del pintor Carl Moll (padrastro de Alma), el 12 de abril de 1912. Según Kokoschka, después de la cena, ella lo condujo a una habitación donde Alma se sentó al piano para ejecutar un Liebestod solo para él.
Sin embargo la descripción que hizo Alma de aquel encuentro dista de la versión romántica del pintor: “Él quería hacer un dibujo y me pidió que tocara el piano. Mientras dibujaba comenzó a toser y ocultaba su pañuelo para que no viera los hilos de sangre que salían de su boca… Después se levantó y me abrazó salvajemente. Este tipo de abrazo era ajeno a mí”.
Así comenzó esta relación de acercamientos y desencuentros, una clara muestra de como cada uno vivió el romance, inmortalizado en las obras del artista. Por ese entonces Kokoschka estaba pintando “La visitación”. Los rasgos de la Virgen son los de Alma.
La madre del artista se opuso a esta relación, la diferencia de once años entre Alma y Kokoschka hacía la relación inviable, desde su punto de vista. Sin embargo, Oskar continuó con esta pasión que lo consumía, tanto por la deslumbrante atracción que sentía por Alma, como por los celos que lo corroían. Alma no solo tenía varios festejantes, como el arquitecto Walter Gropius y el director de orquesta Bruno Walter, sino que guardaba un afecto lindante con la idolatría por su marido muerto dos años antes. Las frecuentes separaciones de la pareja por distintos motivos, no hacían nada bueno para mejorar esta celotipia indomable del pintor.
En julio de 1912, Alma percibió los primeros síntomas de embarazo. En esos días, Kokoschka le hizo llegar el primero de los seis abanicos que diseñó para su amada, mudos testigos de las zozobras de la pareja. Enterado del embarazo y atormentado por los celos que jamás lo dejaban, Kokoschka le propuso matrimonio a su amante.
La ceremonia secreta, dada la resistencia de los padres de Kokoschka, habría de realizarse en Interlaken. Pero al arribar a Viena, Alma recibió la máscara mortuoria de Mahler. “Su contemplación me robó los sentidos”, confesó. Cuando Kokoschka la visitó, la encontró desecha en lágrimas. Ella le rogó, le suplicó, le pidió de todas las formas posibles que autorice el aborto. Dadas las circunstancias, el pintor no pudo negarse. Este fue un golpe terrible para Kokoschka.
Con ánimo de rehacer la relación, la pareja viajó a Italia durante la primavera de 1913. Venecia, Roma y Nápoles los deslumbraron. El amor renació e inspiró al artista. Kokoschka concibió la que sería una de sus obras más logradas, “La Tempestad”, que originalmente iba a llamarse “Tristán e Isolda” en homenaje a la obra de Fidus (Hugo Höppener) llamada “El sueño del rey”. Pero una tarde de lluvia, mientras completaba el lienzo, el poeta Georg Trake comenzó a recitar un poema de su inspiración
Ebria de muerte, la tempestad
Se sumerge en las negras colinas.
En el cuadro, la tormenta envuelve a la pareja desnuda. Alma duerme, mientras Oskar tiene su mirada perdida en el horizonte, como atento a las nubes que se ciernen sobre ellos.
Desde entonces las propuestas de matrimonio arreciaron, pero Alma siempre postergó la boda con variadas excusas. “Me cortas y me quemas brutalmente mientras me arrastro hacia ti para morir”, le escribió el pintor en una de sus cartas. Kokoschka no dejaba de hostigarla con escenas de celos y la retrataba una y otra vez en sus libros de artista.
Por su parte, Alma comenzó a verse con Walter Gropius sin que Kokoschka siquiera sospechase esta relación. En el interín se desató la Primera Guerra Mundial y el artista debió enlistarse en el ejército como oficial de caballería. Oskar se retrató entonces como un caballero errante. La separación era inminente. Por aquellos días Alma escribió en su diario: “se ha convertido en un extraño indeseable”.
Finalmente Oskar fue movilizado al frente Este, donde a pesar de los vaticinios se comportó como un héroe. Fue herido en combate y condecorado por su valor. Durante unos días en que nada se sabía del artista, después de haber sido herido, Alma abrió el estudio de Kokoschka para rescatar sus cartas y algunos dibujos.
En agosto de 1918 Alma se casó con el arquitecto Gropius. Desesperado, Kokoschka le escribió largas cartas prometiendo enmienda, pero ella nunca le contestó. Ante lo inevitable, el artista mandó a hacer una muñeca de tamaño natural con los rasgos de Alma. Fue ésta, la única forma de conservar el amor perdido de la mujer de sus sueños.
En la primavera de 1922 Alma y Kokoschka se encontraron por casualidad en Venecia. Ella quedó impresionada por las nuevas obras del artista. El siguiente encuentro también fue en esa ciudad, en el teatro de la Fenice. Apenas se saludaron, pero ambos comprendieron que la pasión había muerto. Desde entonces se escribieron esporádicamente como viejos amigos.
En su última carta, Kokoschka le pudo expresar todo lo que había implicado este amor para él. “Nosotros dos siempre estaremos presentes en el escenario de la vida cuando la banalidad y la trivialidad de la existencia den lugar al esplendor nacido de la pasión… Nadie ha conocido la lucha por la vida, el regocijo de la alegría y aún de la muerte más que el amante al que una, vez franqueaste tus secretos. Recuerda que este juego de amor es el único hijo que hemos tenido.”
Alma emigró hacia los Estados Unidos en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Allí murió en 1964. Por su parte, Kokoschka se casó con Olga Palkovska en 1934 y durante la guerra vivió en Inglaterra.
En 1960 fue nombrado Doctor Honoris Causae de la universidad de Oxford. En 1975 retomó la nacionalidad austríaca y recibió otro doctorado de la Universidad de Salzburgo. Murió en Montreux, Suiza, en 1980 y está enterrado en el cementerio de Clarens.