Cuando Edipo fue a la guerra

María de Medici nació en el seno de la familia más rica de Europa y gracias a esa fortuna accedió al trono de Francia al aportar 600.000 escudos de oro, como dote para casarse con Enrique IV, quien había estado casado previamente con Margarita de Valois (la reina Margot inmortalizada por la pluma de Alejandro Dumas), hija a su vez de Catalina de Medici, tía abuela de María.

María llegó a Marsella con una comitiva de 2.000 personas dispuestas a mostrar la magnificencia de los Medici y especialmente de esta reina que pasó a llamarse “La gran Banquera”.

El encuentro con su marido fue en Lyon, y el pintor Rubens inmortalizó el himeneo con una serie de tapices mitológicos para conmemorar la concreción del matrimonio de tan singular pareja. De esta apasionada unión nació el futuro Luis XIII y otros hijos, aunque la pareja solía tener frecuentes reyertas conyugales que terminaban en fogosos encuentros y sus subsecuentes embarazos.

Lo motivos de discusión eran siempre los mismos: las veleidades pasionales de Enrique que mantuvo romances con “cuantas ellas le fue concedido amar”. Así pasaron por sus brazos la marquesa de Verneuil, la condesa de Moret y la condesa de Romorantin. Estos amoríos desvelaban a María pero más la afligía el hecho que Enrique, a pesar de sus súplicas y los dineros aportados, no la había hecho coronar como reina de Francia. Al final, el 13 de mayo de 1610, antes de que Enrique iniciase una “visita armada” al Sacro Imperio Romano, María fue coronada con toda la pompa del caso. Al día siguiente Enrique moría víctima de un atentado.

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La coronación en Saint-Denis

La coronación en Saint-Denis

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La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia

La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia

María se convirtió entonces en regente de su hijo. Para calmar las ansias expansivas de sus vecinos, decidió realizar alianzas dinásticas con España casando a sus hijas e hijos con princesas y reyes hispanos. Los protestantes, un grupo poderoso en el país galo que aún recordaba la matanza de San Bartolomé organizada por Catalina de Medici, vieron con inquietud este acercamiento a una nación tan católica como lo era España. Si a esta inquietud agregamos la impopularidad del consejero de la reina, Concino Concini, más la xenofobia a los italianos que rodeaban a los Medici y se enriquecían a costillas del erario francés, no sorprende que un grupo de nobles encabezados por el príncipe Luis I de Borbón-Condé, se alzase contra María. Está revuelta culminó con la muerte de Concini y el forzado exilio de la reina regente.

Sin embargo, María no estaba dispuesta a darse por vencida y organizó un levantamiento contra su hijo Luis XIII. En estos tiempos faltaban aún dos siglos para que Freud pudiera analizar los hechos. Pero el que sí existía entonces era el cardenal Richelieu quien salvó las diferencias filiales con el Tratado de Angulema. Pero nada era suficiente para aplacar a María, que no se sentía satisfecha con el arreglo acordado y una vez más tomó las armas contra su hijo Luis XIII. Éste venció a la coalición armada por su progenitora, a quien tuvo a bien perdonar gracias a la intercesión, una vez más, de Richelieu. Fue el mismo cardenal quien propuso la incorporación de María al Consejo del Rey y ella quien nombró al cardenal ministro de Luis XIII.

Quizás los ánimos se hubiesen calmado y todos podrían haber vivido en paz, pero estamos hablando de una Medici y de Richelieu, aquel que afirmaba que con solo diez frases podría encontrar una excusa para colgar a su autor. Entre ellos abundaban las suspicacias, y más cuando el cardenal decidió aliarse con los protestantes alemanes contra los Habsburgo, que se habían convertido en el sostén de la Santa Iglesia.

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La felicidad de la regencia de María de Médici

La felicidad de la regencia de María de Médici

María era una ferviente católica que no podía permitir que esto aconteciese, y aprovechando la enfermedad de su hijo, destituyó al cardenal. Sin embargo Richelieu, con una maniobra propia de su talento, engañó a sus enemigos, se hizo una vez más del poder y se deshizo de la reina confinándola en el castillo de Compiègne.

Pensando en que su vida corría peligro, María huyó de Francia. En represalia fue privada de su título y pensiones, obligándola a un patético peregrinar por las cortes europeas. En ese tiempo, hasta estuvo alojada en la residencia de Rubens, su pintor favorito, que la había retratado con sublime belleza cuando desembarcó en Marsella para ceñirse la corona de Francia.

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El desembarco en Marsella

El desembarco en Marsella

María murió el 3 de julio de 1642 a los 67 años, meses antes de que su archienemigo, el cardenal Richelieu, pasase a habitar, junto con ella, la morada de Dios, si es que este se avino a aceptarlo en el Reino de los Cielos.

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