Grace Kelly es una de las pocas estrellas de Hollywood que se podría decir que tuvo una historia feliz. Siendo una actriz premiada y exitosa, conoció a un príncipe y se casó con él, como si fuera el final de un cuento de hadas. La ilusión, ese material del que están hechas las películas, saltaba de la pantalla y se hacía realidad, llevando al extremo los límites de lo posible. Aún en esta historia casi perfecta, sin embargo, queda claro que la felicidad es algo bastante relativo cuando uno se refiere a los protagonistas de la era de oro del cine.
Para Grace Kelly todo parece haber sido fácil desde un principio. Nació en 1929 en el seno de una familia próspera, marcada por el ascenso social. Sus abuelos habían sido inmigrantes irlandeses, su padre, Jack, millonario. Al dinero se sumaba el hecho de que todos en la familia fueran talentosos: Jack había sido medallista olímpico, su madre, Margaret, una nadadora premiada y su tío, George Kelly, era un dramaturgo ganador del premio Pulitzer.
Con esta presión intrafamiliar, Grace se sentía obligada a triunfar, inclinándose por una carrera en el espectáculo, pero siempre estaba a la sombra de su hermana mayor, Peggy. “Todo lo que Grace haga, Peggy lo puede hacer mejor”, decía su padre.
Sin demasiadas expectativas de su entorno, Grace renegó de ellos. Se mudó a Nueva York a finales de la década del ’40 para estudiar actuación y no aceptó un centavo de su padre. Allí comenzó una tímida carrera como modelo y como actriz en el teatro, apareciendo regularmente en especiales filmados para la televisión. Además de su característico modo de ser tan frío, algo con lo que llegaría a asociársela, en esta época ya aparecen las primeras críticas respecto a su aspecto. Su belleza no era tradicional y ella recordaría luego como la marginaban por ser siempre “demasiado” – demasiado flaca, demasiado alta o demasiado extraña.
A inicios de la década del cincuenta llamó la atención de los estudios de cine e hizo su debut en 1951, cuando apareció en un rol menor en Catorce Horas. A este le siguió su primer papel notable, su actuación como la mujer del personaje de Gary Cooper en A la hora señalada (1952). Aunque celebrada, ella dudaba todavía de sus dotes actorales y volvió a Nueva York. Esta estadía fue breve, ya que al poco tiempo se dejó tentar por MGM, estudio que le ofreció la posibilidad de viajar a África para filmar Mogambo (1953) con Clark Gable y Ava Gardner a cambio de que firmara un contrato de siete años.
A esta actuación, que le mereció su primera nominación al Oscar, le siguieron otras de gran importancia, notablemente sus colaboraciones con Alfred Hitchcock en La llamada fatal (1954), La ventana indiscreta (1954) y Atrapar al ladrón (1955). Estos roles marcaron el “estilo Grace Kelly” y ayudaron a sellar la imagen de la actriz como una especie de belleza frígida, casi la antítesis de otras “bombas” rubias de la época, como Marilyn Monroe. El hecho de que siempre estuviera casteada junto a hombres que podrían haber sido sus padres daba a los roles de Kelly una cierta inocencia, como si fuera imposible que realmente esa mujer de apenas veinticuatro años pudiera sentirse atraída por ellos. La frase que mejor captura la esencia de estas interpretaciones fue acuñada por el mismo Hitchcock, quien la describió como poseedora de “elegancia sexual”. En esta línea, Kelly era el tipo de mujer que se ve bella y virginal, intocable casi como un jarrón chino, no obviamente sensual, pero que, según el director, “te sorprendería abriéndole los pantalones a un hombre en el asiento trasero del auto”.
Esta imagen pública de Kelly como la mujer obediente y tradicional, chocaba con su vida privada, algo que ella se encargaba enérgicamente de defender de las garras de la prensa. Los amoríos con sus coestrellas, muchos de ellos casados, eran un secreto a voces y se murmuraba que usaba su sexualidad para ascender en el mundo del cine. Sin embargo, según sus amigos cercanos la historia parece haber sido más cruel para con ella de lo que muchos estaban dispuestos a admitir. Kelly aparentemente deseaba con todas sus ansias formar algún tipo de conexión y terminaba por cultivar sentimientos de amor genuinos hacia todos esos hombres. Ellos, una vez que satisfacían sus deseos, no se hacían cargo de sus romances, dejándola sola y deprimida. En este marco de situaciones desafortunadas, se encuentran imágenes muy patéticas que ilustran la ironía de este destino, por ejemplo, la noche en la que ella ganó el Oscar por su actuación en La angustia de vivir (1954). El evento fue traumático en más de un nivel. Por un lado, su triunfo fue una sorpresa ya que competía contra Judy Garland por su actuación en Nace una estrella. Muchos estaban seguros de que Garland iba a ganar y cuando anunciaron el nombre de Kelly, comenzaron las murmuraciones en su contra. A esta situación se suma el hecho de que su pareja, Oleg Cassini, diseñador de vestuario de MGM, había roto la relación que mantenía con ella después de que la familia Kelly se pronunciara en contra de un casamiento entre ellos. En lo que recuerda como una de las noches más solitarias de su vida, ella volvió a su hotel con su premio, sin nadie con quien compartir ese triunfo.
A este sentimiento de desesperación se le sumó uno más característico de la industria del entretenimiento: el envejecimiento y el tabú asociado a él. En un tiempo que debería haber sido triunfal y celebratorio, luego de ganar su Oscar, MGM la comenzó a citar una hora antes de su entrada usual al estudio. Preocupada, ella acudió pero descubrió con horror que era la forma sutil en la que el estudio le anunciaba que estaba poniéndose vieja. Con tan sólo 26 años, ella ya calificaba como una mujer mayor y, es sabido, el proceso para embellecerlas es más largo. Cuando ella se sentaba en su silla a las 7 de la mañana, Joan Crawford ya estaba ahí desde hacía un par de horas.
En el medio de esta crisis, durante la presentación de La angustia de vivir en Cannes, conoció a la persona que torcería su destino: El príncipe Rainiero de Mónaco. Ella visitó el principado para participar de una sesión fotográfica en el palacio, y cuando se conocieron ambos quedaron encantados con el otro. Comenzaron una relación epistolar y platónica que finalmente se concretó a fines de 1955, cuando Rainiero viajó a Estados Unidos a pasar las fiestas con ella y con su familia. Durante este viaje, le propuso casamiento a Grace Kelly, a quien solo había visto personalmente por media hora varios meses antes, y ella aceptó.
Kelly terminó su onceava y última película Alta sociedad (1956), y partió a Mónaco para la boda. Hay quienes aseguran que Jack Kelly pagó una dote de 2 millones de dólares a Rainiero, encantado de poder establecer un lazo con una familia real europea. Según estas versiones, este dinero y la publicidad que produciría una unión con una estrella de cine – necesarios para llenar las arcas vacías de Mónaco – habría sido la razón principal por la que el príncipe buscó formalizar este lazo.
Ya fuera una simple transacción comercial o una historia de amor, la boda de Grace Kelly y Rainiero pareció algo sacado de una película. No sólo porque el vestido que ella lució fue diseñado por Edith Head, la diseñadora estrella de MGM, sino también porque le mostró a cerca de 30 millones de personas de todo el mundo que los sueños se podían volver realidad.
De más está decir que las cosas no fueron especialmente color de rosas luego del casamiento. Grace dejó la actuación para ajustarse a los estrictos códigos de conducta de la realeza y actuar como una sirvienta de Mónaco. En el año 1962, en un momento de relajación se anunció, repentinamente y para sorpresa de muchos, que “su serena alteza” participaría de Marnie, la nueva película de Alfred Hitchcock. Al poco tiempo, sin embargo, ella decidió declinar la invitación y se anunció oficialmente que ella no podría separarse del pueblo de Mónaco. Lo que hoy se sabe que sucedió fue que, al poco tiempo de ser convocada, se enteró que estaba embarazada de dos meses. Más tarde, luego de dar marcha atrás con el rol, perdió el embarazo y nunca más se repitió una experiencia así.
El resto de su vida estuvo dedicada al cumplimiento de su función como una madre y una esposa real, participando también de varias fundaciones y organizaciones caritativas. Buscando una vía de escape del asfixiante Mónaco, en 1976 se transformó en la primera mujer en estar en la mesa directiva de 20th Century Fox, algo que la sacaba del principado cuatro veces al año.
Hacia inicios de la década de 1980 se especuló con un retorno al mundo del cine, cuando produjo y protagonizó un corto llamado Rearranged en el que se interpretaba a sí misma. El material obtuvo buenas respuestas y varios canales de televisión norteamericanos se mostraron interesados en él. No obstante, el proyecto nunca llegó a concluirse debido a la repentina muerte de Kelly.
El final de su vida fue inesperado y traumático. Se dice que durante los últimos meses de su vida ya había sufrido varios dolores de cabeza, que había comenzado a beber más de lo que siempre bebía y que se había dejado estar. A todo esto se sumaban las preocupaciones que le producía su rebelde hija menor, Stephanie, constantemente atrapada en el medio de escándalos.
El 14 de septiembre de 1982, Grace estaba llevando a Stephanie a Montecarlo desde una casa de vacaciones cuando repentinamente su auto se salió del camino y cayó por un precipicio. Hay todo tipo de teorías conspirativas al respecto de lo que realmente sucedió ese día, pero las versiones oficiales indican que Grace Kelly sufrió un derrame cerebral cuando estaba al volante y que esto le hizo perder el control del vehículo.
Con su muerte prematura a los 52 años de edad, quedó para siempre la duda acerca de qué habría pasado con la carrera actoral de Kelly. Más allá de la especulación, lo cierto es que su trabajo concreto – realizado en tan solo cinco años a inicios de la década de 1950 – fue más que suficiente para que hiciera historia.