La silla eléctrica, el horrible invento creado para provocar «una muerte rápida e indolora»

En 1999 fue subastada una silla eléctrica que había pertenecido a Andy Warhol. Al parecer uno de sus discípulos la había adquirido cuando la prisión de Alcatraz fue desmantelada.

El artilugio que sirvió para acabar con la vida de varios criminales se convirtió de la noche a la mañana en un objeto de Pop art y fue reproducida en numerosas ocasiones como un alegato contra la pena de muerte.

Pugna entre dos titanes de la electricidad

La invención de este macabro invento se la debemos a Harold P Brown, uno de los empleados del laboratorio de Menlo Park de Thomas A. Edison. Al parecer fue contratado por el prolífico inventor para investigar la electrocución y desarrollar una silla eléctrica que desacreditase a la corriente alterna.

En aquellos momentos había una fuerte pugna entre los defensores de la corriente alterna, con George Westinghouse a la cabeza, y los que abogaban por la supremacía de la corriente continua, desarrollada por Edison.

Al parecer la idea partió de un dentista de Buffalo (Nueva York) llamado Alfred Sothwick, que tuvo la inspiración al observar como una persona borracha, tras tropezar de forma accidental, se electrocutó con un generador.

En 1888 Brown diseñó un pequeño asiento al que amarraba un gato y aplicaba una descarga de corriente alterna cada vez mayor, hasta que el animal caía desplomado y, literalmente, achicharrado.

Su máquina se mostró en varias ciudades estadounidenses en un rutilante espectáculo feriante, ante la mirada escéptica de centenares de espectadores el colaborador de Edison acabó con la vida de perros, vacas, caballos, liebres y hasta un orangután.

La electricidad en el corredor de la muerte

En 1889 un comité de expertos del estado de Nueva York determinó que la ejecución mediante un sistema eléctrico sería un sistema mucho «más humano» que la horca, el método más habitual para llevar a cabo la pena capital.

El diseño era bastante sencillo, contaba con dos electrodos dispuestos en la cabeza y en una de las extremidades del ajusticiado, que aseguraban que el flujo eléctrico circulase y provocase, al menos sobre el papel, una muerte rápida e indolora.

La verdad es que tanto Westinghouse como Edison se opusieron abiertamente a este sistema de ejecución, no por problemas de índole ética, sino más bien de tipo monetario. Ambos inventores temían que los consumidores estadounidenses rechazasen tener en sus hogares aparatos que utilizasen ese tipo de corriente eléctrica.

El primer ejecutado en la silla

La primera vez que se empleó este método de ejecución fue el 6 de agosto de 1890 y se llevó a cabo en la prisión Auburn en Nueva York. El reo fue William Kemmler, el «primer condenado a morir por electricidad». En una rueda de prensa que concedió unos días antes afirmó: «Soy un criminal y debo morir. Muy bien. Pero no en la horca. En esa silla que han inventado, más moderna».

Cuando todo estuvo preparado se aplicó 1.000 voltios durante diecisiete segundos, pero ante la sorpresa de los allí congregados, el reo no falleció y la ejecución tuvo que ser interrumpida durante unos minutos. Se reinició con un voltaje mayor –2.000 voltios– que acabó con la vida del condenado en poco más de un minuto.

La escena fue espantosa, el olor a carne quemada era insoportable y cuando Kemmler falleció salía humo de su cabeza. El propio Westinghouse comentó con ironía: «mejor hubieran usado un hacha».

A pesar de todo, la prensa calificó la muerte de Kemmler como la primera ejecución moderna de la Historia. El artilugio causó una enorme expectación tanto dentro como fuera de Estados Unidos, hasta el punto de que el emperador Melenik II de Abisinia –la actual Etiopía– compró tres unidades, a pesar de que en su país todavía no había corriente eléctrica.

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