Pese a la rápida derrota, una parte considerable del Ejército yugoslavo no se rindió al invasor. La “blitzkrieg” había impedido la entrada en combate de divisiones enteras; muchos de sus hombres se negaban a entregar las armas. Comenzaron a formarse partidas de guerrilleros en las zonas montañosas de Serbia. En la región de Leskovac, cerca de la frontera búlgara, el líder “chetnik” Kosta Pecanac se levantó al frente de un grupo de seguidores. Numerosos contingentes militares se retiraron a las zonas montañosas de Montenegro, donde era muy difícil que los italianos lograsen establecer un control efectivo. En las montañas de Sumadija, al sur de Belgrado, se hizo fuerte un coronel del Ejército real, Draza Mihailovic con un grupo de soldados a los que se agregaron los “chetniks” de la región. Pronto surgieron otros núcleos sometidos a su autoridad, que se vieron engrosados por miles de serbios fugitivos del terror “ustachi”. Mihailovic, que estableció su cuartel en la meseta de Ravna Gora, era un fanático partidario de la Gran Serbia y un convencido monárquico. Odiaba a los comunistas y a los croatas, a quienes consideraba culpables de la tragedia yugoslava. Esperaba una pronta recuperación militar aliada y en tanto se producía la derrota del Eje prefería esperar y acumular pertrechos y hombres, dispuesto a no provocar demasiado a los alemanes. Estos habían dejado una guarnición relativamente escasa en el país, ocupados desde junio de 1941 en el ataque a la Unión Soviética. Las primeras acciones de los partisanos obligaron al rápido envío de refuerzos y desataron la cólera de Hitler, quien, en septiembre, ordenó la ejecución de un centenar de civiles por cada soldado alemán que matasen los guerrilleros. La matanza de Kragujevac, el 20 de octubre, en la que perecieron unos cinco mil serbios a manos de los nazis, acabó por convencer al jefe de los “chetniks” de que una resistencia abierta al ocupante acarrearía una terrible carnicería para su pueblo. Muchos de sus seguidores llegaron a la misma conclusión. Puesto que había que esperar sin debilitarse, los “chetniks” comenzaron a buscar aliados. Una primera entrevista entre Mihailovic y el secretario general del Partido Comunista yugoslavo, Josip Broz, alias Tito, en septiembre de 1941, mostró las dificultades de ambos sectores de la guerrilla para llegar a un acuerdo. Más cerca de las posiciones de los “chetniks” estaban, paradójicamente, Nedic y los italianos de Montenegro. Pecanac y su partida trabajaban desde agosto para el jefe de Gobierno serbio y hacían gestos amistosos a los alemanes. Los dirigentes “chetniks” montenegrinos, Djurisic y Stanisic, pactaron con el general italiano Pirzio Biroli sus respectivas zonas de influencia en el protectorado. Mihailovic, que había sido reconocido como jefe por todos los cabecillas “chetniks”, se avino a contemporizar con la esperanza de que una no muy lejana victoria aliada liberase a Yugoslavia y restableciese en el trono al rey Pedro. Ante el espectacular desarrollo de la guerrilla titista, los “chetniks” pasaron gradualmente del retraimiento a la colaboración y terminaron ayudando a los ocupantes en su lucha contra los partisanos comunistas. A la vez, desarrollaron una activa política de terror contra las poblaciones croata y bosnia en represalia. por los “progroms” de Pavelic. Conforme avanzaba la guerra, Mihailovic, que había sido reconocido como jefe de la resistencia por soviéticos y británicos y nombrado ministro de la Guerra por el Gobierno real exiliado en Londres, fue quedando cada vez más aislado. La leyenda que hacía de él un patriota yugoslavo y el mejor agente británico en los Balcanes, terminaría derrumbándose estrepitosamente Frente a esta política zigzagueante, los comunistas yugoslavos encarnaron desde el primer momento el espíritu de resistencia y la aspiración de grandes sectores de la población a la reunificación nacional. La inmediata agresión alemana a la URSS libró, además, a Tito y a sus seguidores del nocivo período de inactividad a que el pacto germano-soviético condenó a los comunistas de los países ocupados en el oeste. Tras largos años de persecuciones, el PCY había entrado en una fase de franca recuperación en la primavera de 1940, al convertirse Tito en su secretario general. El croata Broz había insistido en el mantenimiento de la unidad del partido por encima de los intereses de las nacionalidades y se había rodeado de un equipo de jóvenes dirigentes que incluía a serbios como Alexander Rankovib, montenegrinos como Milovan Djilas, croatas como Iván (Lola) Ribar y eslovenos como Edvard Kardelj y Boris Kreigel. En octubre de ese año el grupo se apuntó un notable éxito al organizar clandestinamente en Zagreb el V Congreso del Partido, que dio su apoyo a la línea nacional defendida por su secretario general. La invasión alemana constituyó una sorpresa para los comunistas. Pero éstos, gracias a su experimentado aparato clandestino, evitaron el colapso que afectó a las restantes organizaciones políticas y se situaron en condiciones de actuar coordinadamente en cuantos fragmentos se dividió el país. Pese a las consignas de pasividad emanadas de Moscú, el Comité central aprobó a finales de abril de 1941 una línea política que hacía hincapié en el mantenimiento de la unidad de Yugoslavia y en la preparación de la lucha antifascista. Por aquellas fechas, Tito trasladó su oficina política a Belgrado, a salvo de las pesquisas de los “ustachis”. La Operación Barbarroja, iniciada el 22 de junio, permitió por fin a los comunistas yugoslavos lanzarse a la acción. Su líder dio a conocer una proclama dirigida a los trabajadores que comenzaba: “Ha sonado la hora de tomar las armas para defender vuestra libertad contra los agresores fascistas. Cumplid vuestro deber en el combate por la libertad, bajo la dirección del Partido Comunista yugoslavo. La guerra de la Unión Soviética es vuestra guerra, porque la Unión Soviética lucha contra vuestros enemigos. Cumplid con vuestro deber de proletarios. No permitáis que el heroico pueblo soviético vierta en solitario la sangre preciosa de sus jóvenes”. El llamamiento encontró un amplio eco en grandes zonas del país. En el mes de julio se produjeron levantamientos en numerosas zonas de Serbia y de Bosnia y en algunos puntos de Croacia, especialmente los habitados por la minoría serbia. En Montenegro, donde el día 13 de julio se había constituido un Gobierno títere del protectorado, la sublevación obligó a los italianos a refugiarse en dos o tres grandes poblaciones. No obstante, los guerrilleros comunistas tuvieron que repartirse las simpatías del campesinado con los “chetniks”. A comienzos del otoño los partisanos titistas controlaban un amplio corredor que iba desde el Adriático hasta las proximidades de Belgrado. Mantenían en su poder un ferrocarril y poseían un servicio de correos propio. Ni siquiera en las ciudades se sentían seguros los invasores. Los atentados se multiplicaban. Tito impulsó la creación de un organismo político-militar, el Movimiento de Liberación Popular, a cuyos miembros no se les exigía una militancia política determinada. Del MLP dependían los destacamentos partisanos. El Gran Cuartel General, integrado por los miembros del Politburó del PCY, estaba dirigido por un teniente coronel del Ejército real y Tito había asumido el mando supremo de sus fuerzas. Los guerrilleros se desplazaban con enorme rapidez. Cuando un destacamento atacaba una villa, procedía a cortar las comunicaciones del enemigo y a establecer en ella un Comité del Pueblo que sustituía a las autoridades municipales. Luego, se retiraba antes de que llegasen los alemanes. En agosto, sin embargo, las fuerzas de Tito ocuparon la ciudad de Uzice y se establecieron permanentemente en ella. El líder partisano trasladó allí su Cuartel General y el aparato propagandístico. Una pequeña fábrica de armas existente en la localidad proveía de armamento ligero a los guerrilleros. Tito estaba decidido a liberar su país por las armas. Por dos veces intentó llegar a un acuerdo con Mihailovic. En la primera entrevista, celebrada en septiembre en el pueblo de Struganik, se puso de manifiesto la diferente concepción táctica de los dos hombres. Mientras el “chetnik” prefería esperar, el comunista quería golpear al enemigo siempre que fuera posible. Al mes siguiente, en Brajice, Tito ofreció a su interlocutor la creación de una administración civil común en las zonas liberadas y de un frente político unificado, así como la realización de operaciones militares conjuntas. Tales propuestas fueron rechazadas por el jefe “chetnik”. La ruptura entre los dos movimientos de resistencia era definitiva, pese a que Moscú siguió presionando para que los partisanos se colocasen a las órdenes de Mihailovic. A mediados del otoño, se intensificaron las operaciones alemanas contra el territorio de la República Popular de Uzice, al tiempo que aumentaban las represalias contra la población civil. Llegaron divisiones de refuerzo desde Francia, Grecia y Rusia y el mando germano emprendió una vigorosa ofensiva con tanques y aviones de bombardeo en un frente de 175 kilómetros. Los partisanos se vieron obligados a pasar a una desesperada defensiva. Para colmo, los “chetniks”, que se veían perjudicados en su política de apaciguamiento por la actividad de los comunistas, atacaron Uzice el 1 de noviembre, aunque fueron rechazados. ` A los pocos días cayó Valjevo, llave del dispositivo norte de los partisanos. Un atentado voló la fábrica de armas de Uzice. Cuatro días después, los hombres de Tito -que había sido herido en la explosión-, tuvieron que evacuar la ciudad y dirigirse, acosados por el enemigo, hacia la vecina Bosnia. Tampoco iban mejor las cosas en Montenegro, donde los “chetniks” colaboraban con los italianos. El excesivo celo revolucionario de los comunistas locales, que disgustaba a la población campesina, perjudicaba la actuación militar de los partisanos. A finales de 1941 éstos estaban en franco retroceso y una ofensiva desarrollada por sus enemigos en la primavera de 1942 -la segunda ofensiva, como la llamaron los guerrilleros- hundió prácticamente su poder. Pese a la actividad de Djilas, enviado personal de Tito, el movimiento de resistencia montenegrino tardaría casi dos años en recuperarse.
Texto extraído del sitio: https://www.artehistoria.com/es/contexto/la-resistencia-en-yugoslavia