La Paz de Westfalia: Los ecos de una región alemana resuenan hasta nuestros días en todo el mundo

Para quienes su día a día transcurre en la diplomacia, en el Derecho Internacional, o estudiando Relaciones Internacionales, el nombre de Paz de Westfalia es una de las referencias básicas de su trabajo: el año 1648 les es casi tan célebre como 1492. Pero la gran mayoría de personas tal vez solo asocie este nombre a una localidad en Alemania. Hoy es una fecha propicia para recordar acercarse a este hecho histórico que cambió no solo el desarrollo de Europa, sino sentó las bases del principio de soberanía que hoy en día utilizamos.

La Guerra de 30 años

El historiador británico Neil MacGregor fue director del Museo Británico de Londres y hoy preside la Junta del Humboldt Forum –el proyecto cultural alemán más ambicioso de esta década– escribió en su libro sobre la historia de Alemania (Germany. Memories of a Nation, que se acompañó de una exposición de objetos y una serie de radio de la BBC) que ese país ha sufrido cuatro grandes traumas que marcan la memoria nacional. El primero de ellos es la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en que “cada estado alemán, y tropas de todas las potencias europeas lucharon en Alemania. Fue devastadora para la población civil y para la economía. Mientras los ejércitos iban y venían por el país, esparcían el terror y la peste. […] [Los] horrores experimentados por toda Alemania nunca se olvidaron.”

¿A qué se refiere con los “estados de Alemania” y “las potencias europeas”? La Guerra de Treinta años fue el conflicto que por tres décadas enfrentó entidades europeas en lo que formalmente era una especie de “guerra civil” en lo que hoy es Alemania a raíz de una diferencia religiosa: la religión católica contra la religión protestante. En el bando de los católicos, entre los estados que hoy conforman Alemania estaba la familia real Habsburgo y sus aliados: Francia y España. Por el otro bando, los protestantes alemanes en otros Estados y sus aliados Suecia, Dinamarca y Holanda. Además, España y Holanda llevaban otros cincuenta años de guerras por dominios europeos en el contexto de una carrera colonial de escala global.

Una causa directa de esta guerra paneuropea fue la Reformación de la iglesia católica iniciada en 1517 por Martín Lutero (de la que se conmemoran 500 años el 31 de octubre de 2017) cuando presentó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg. La visión protestante poco a poco fue extendiéndose por la actual Alemania y por Europa, y se enfrentó a una virulenta respuesta de contra reforma por la iglesia católica y gobernantes católicos. Igualmente, la Reforma dio lugar a otras reacciones, como el alzamiento campesino liderado por Thomas Müntzer hacia 1725.

Los tratados que crearon la Paz de Westafalia

La llamada Paz de Westfalia es lo que hoy en día se llamaría en el argot de las Relaciones Internacionales un “orden”. Es resultado de tres acuerdos: primero, el de Paz de Münster, entre los Países Bajos y España, que daba fin a 80 años de guerra, y fue firmado el 15 de mayo de 1648 en esa ciudad que hoy pertenece al estado federado de Renania de Norte-Westfalia. El segundo Tratado, el de Münster, entre el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francia y sus aliados. Por último, un tercer Tratado, el de Osnabrück (ciudad en el actual estado de Baja Sajonia) entre el Imperio, Suecia y otros aliados protestantes. Los tratados de Münster y de Osnabrück se signaron el 24 de octubre de ese mismo año.

Estos instrumentos fueron resultado de siete años de congresos diplomáticos (lo que hoy equivaldría a las reuniones ministeriales que realizan frecuentemente gobiernos europeos o latinoamericanos) en los que participaron más de cien delegaciones (aunque nunca se reunieron de forma plenaria). Éstas eran representantes de estados grandes e imperios, pero también multitud de pequeños estados feudales, además del poder de la Santa Sede.

El orden europeo (que en ese momento de imperios de ultramar era casi sinónimo a orden mundial) se transformó política y religiosamente: se reconocieron geografías y la libertad del gobernante (la idea democrática de una población que sea quien elija tardó un par de siglos más en llegar) para que en su territorio se profese una u otra religión, sin la intervención de la iglesia y sus aliados políticos. Aquí enunciados tan simplemente, estos elementos resultaron revolucionarios en ese momento: los estados reconocían entre sí sus fronteras y la libertad de hacer dentro de ellas lo que conviniera a sus intereses sin la injerencia política o religiosa de otros. Tal es el concepto básico de soberanía que llega –no sin transformaciones–hasta el siglo XXI mediante muchas constituciones nacionales creadas en el siglo XIX y XX.

Además de la soberanía, se reforzó el concepto del Estado como unidad del sistema internacional (y ese tampoco ha cambiado mucho hasta nuestros días). Más aún, a partir de la existencia de potencias europeas que habían intervenido en la guerra entre estados alemanes, cuando se logró la paz se inauguró lo que se conoce como el “balance de poder”: una “carrera” (más un maratón que los 100 metros) entre potencias para aumentar sus capacidades y asegurar que cierta equivalencia de poder económico, militar y político evite que estallen conflictos entre ellos. Este equilibrio se rompió en Europa a principios del siglo XIX con las guerras napoléonicas.

Para Alemania, la Paz de Westfalia implicó una pluralidad entre los Estados que formaban el Sacro Imperio, que de alguna forma llega también hasta la actualidad en la República Federal: en algunos de los estados federados la religión mayoritaria es la católica, en otros es la protestante.

El concepto wesfaliano en el siglo XXI

El derecho internacional en el siglo XXI debe todavía mucho a los conceptos de 1648. El orden internacional y sus instituciones construidos al final de la Segunda Guerra Mundial (por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas, ONU) están basados en principios westfalianos –si bien también contemplan excepciones. Para el 350 aniversario de la Paz westfaliana, en 1998, historiadores y teóricos del derecho y Relaciones Internacionales intensificaron el análisis sobre los principios de integridad territorialidad y soberanía.

En lo que va de nuestro siglo, la expresión “sistema westfaliano” y sus postulados no han dejado de discutirse. A continuación unos ejemplos de la vigencia (y polémica) de la herencia de la Paz Westfaliana. Primero: cuando en el primer lustro de este siglo se discutía en la ONU la violación de derechos humanos en algunos países por parte de sus gobernantes, se propuso adoptar la noción de “responsabilidad de proteger”, en la que la comunidad internacional debería intervenir y privilegiar dicha responsabilidad por encima del principio de soberanía en su acepción muy westfaliana –como se dijo, en el siglo XVII la voluntad de la población no era una variable de la ecuación soberanía– para evitar crímenes sistemáticos contra sus habitantes por tiranos locales.

Siguiente ejemplo: durante el segundo lustro del siglo XXI, visto el ascenso reciente de unos cuantos países dentro de la escala global de poder –las comúnmente llamadas “potencias emergentes”–, en la literatura de Relaciones Internacionales se ha expresado que algunas de esas potencias tienen una lectura muy estricta del principio westfaliano de soberanía: cada país es libre de hacer dentro de sus fronteras lo que más convenga, sin la amenaza de intervención de terceros –no importando que se violen libertades económicas y políticas, o que aceleren procesos de dotación de capacidades militares.

Tercer ejemplo: cuando en la primavera de 2014 Rusia intervino militarmente en la península de Crimea argumentando la defensa de la población de origen ruso en suelo ucraniano y su deseo de integrarse a la Federación Rusa, Ucrania y sus aliados occidentales en la Unión Europea reclamaron la violación del principio westfaliano de integridad territorial.

Un cuarto y último ejemplo es una iniciativa intelectual muy interesante, en la que actores políticos y fundaciones alemanas juegan un papel considerable: el proyecto ¿Una “Westfalia” para el Medio Oriente? Impulsado por la Fundación Körber y la Universidad de Cambridge, es la iniciativa que reúne expertos académicos, observadores políticos de todo el mundo y, obviamente, de países de Medio Oriente para pensar en cómo una fórmula al estilo Paz de Westfalia podría reducir las tensiones que existen entre países de esa zona del mundo, en que la religión, el poder político y el militar, distintos, atomizados y radicalizados atentan diariamente contra la prosperidad de sus poblaciones y sus vecinos. Esta propuesta ha sido discutida también en ocasión de la importante Conferencia de Seguridad de Múnich, que cada invierno reúne en la capital de Bavaria a la comunidad global de paz y conflicto.

Como se mostró en las líneas anteriores, Westfalia no es solo una región de Alemania. Es un elemento fundamental de historia alemana, europea y mundial; un recordatorio de los compromisos internacionales que hoy son base de nuestra vida internacional. A propósito del significado de lo westfaliano en el siglo XXI, el hoy Presidente Federal alemán Frank-Walter Steinmeier escribió en la revista Foreign Affairs: “A veces los alemanes necesitamos que otros nos recuerden la utilidad de nuestra propia historia. En 2015, por ejemplo, tuve una estimulante conversación con un pequeño grupo de intelectuales en Yeda, Arabia Saudita. Uno de ellos comentó: ‘Necesitamos una paz de Westfalia en la región’. El trato que los diplomáticos fraguaron en 1648 en Münster y Osnabrück para separar la religión de los poderes militaressigue inspirando a pensadores del Medio Oriente. Para un oriundo de Westfalia como yo, no podría haber mejor recordatorio de las capacidades educativas del pasado.”

Texto publicado originalemente en: https://alemaniaparati.diplo.de/mxdz-es/zv-pazdewestfalia/1085864

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