Agnès Sorel: La amante del rey y madre de Dios

El Díptico de Melun es un extraño cuadro de Jean Fouquet que enaltece la figura de Étienne Chevalier, por entonces tesorero del reino. Se lo ve al lado de san Esteban, su santo protector, que sostiene entre sus manos la piedra con la que fue lapidado.

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El Díptico de Melun del pintor francés Jean Fouquet. Es una pintura al óleo sobre tabla, y fue pintada hacia la década de 1450. Consta de dos partes: Etienne Chevalier y San Esteban y la Virgen de Melun. Es considerada una obra maestra del siglo XV.

El Díptico de Melun del pintor francés Jean Fouquet. Es una pintura al óleo sobre tabla, y fue pintada hacia la década de 1450. Consta de dos partes: Etienne Chevalier y San Esteban y la Virgen de Melun. Es considerada una obra maestra del siglo XV.

Exponerse junto a los santos era una costumbre de la época -afín con la vanidad humana-. Hoy algunos se retratan junto a actores y deportistas. Por entonces, se hacían pintar a la diestra de santos y beatos. La otra parte del díptico muestra una peculiar imagen de la Virgen y del niño Jesús. Hubiese sido una madona más, de las tantas que ilustran templos y capillas, si no fuera por algunas insólitas características. En primer lugar, la corte de ángeles que observa a la Virgen lleva los colores de Francia, el azul y el rojo, característica que le otorga cierto aspecto dramático a la obra (se diría que casi parecen ángeles caídos, propios de las huestes mefistofélicos). En segundo lugar, la figura de esta encantadora Virgen que exhibe su pecho es el fiel retrato de Agnès Sorel, la amante del rey Carlos VII de Francia. ¿Una cortesana como reina de los cielos? Algunos pretendieron ver en este gesto un peligroso esbozo de herejía o, como dijo oportunamente un experto medievalista, refiriéndose a su presencia, “un soplo de decadente irreligiosidad”. Pronto, los teólogos encontraron la solución a este planteo. El poder del rey para gobernar al pueblo de Francia emanaba del mismo Dios; entonces, todo lo que el rey tocara era, por carácter transitivo, tocado por la mano de Dios. Los tres hijos habidos con ella eran una prueba más que suficiente para demostrar que Carlos VII de Francia había impuesto algo más que sus manos sobre la divina Agnès. Ante esta contundente explicación, todas las voces de protesta callaron para contemplar en silencio los hermosos rasgos de la cortesana, por gracia divina, amante del rey y madre de Dios. ¿Cómo llegó esta a tan encumbrada posición? ¿De qué forma la hija de una noble de provincia accedió a la corte?

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Agnès Sorel

Agnès Sorel

Agnès Sorel ingresó al servicio de la cuñada del rey de Francia cuando solo tenía 15 años. Al verla por primera vez, Carlos quedó subyugado por su belleza. “He visto un ángel”, afirmaba ante quien lo quisiera escuchar. La persiguió a sol y sombra, seduciéndola, amenazándola, ordenándole que se aviniese a sus deseos. Todo era válido para conquistar el corazón de la joven Sorel, porque todo se puede en la guerra y en el amor, o al menos eso era lo que parecía haber aprendido Carlos durante la larga lucha que sostuvo con los ingleses para ser coronado rey de Francia. En esa oportunidad lo asistió otra joven, menos hermosa, aunque mas determinada. Ella había escuchado de boca del mismo Dios su deseo de que Carlos fuera ungido rey de los franceses. Siguiendo esta divina voz, la joven campesina se presentó a la corte portando el mensaje del Señor. Entonces Carlos se ocultó entre sus amigos y observó la conducta de esta joven tan especial. Sin embargo, la doncella de Orléans lo buscó hasta hallarlo entre los presentes para decirle las palabras que Dios le había revelado: él debía ser coronado monarca de Francia.

Juana -tal el nombre de la doncella- guió a sus ejércitos a través de batallas terribles, infundiendo coraje y determinación a los caballeros del reino, desalentados por el carácter vacilante de Carlos. Juana los condujo de victoria en victoria, dio ánimos a quienes lo habían perdido y nuevos aires a los que habían dudado de su misión. Entre ellos, estaba el joven Gilles de Rais, dueño de una de las fortunas más grandes del reino, que se convirtió en el más ferviente seguidor de la doncella. Carlos fue coronado y, después de ese momento de gloria, se desentendió de aquella joven demasiado vehemente para su gusto. Juana fue tomada prisionera por los ingleses y el rey no hizo absolutamente nada para recuperarla. La doncella de Orléans fue juzgada, torturada, condenada y quemada y Carlos no movió ni un dedo, ni ejerció influencia alguna para al menos atemperar sus pesares.

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Juana de Arco en la hoguera, manuscrito iluminado de Las vigilias de Carlos VII, por Marcial de Auvernia (siglo XV).

Juana de Arco en la hoguera, manuscrito iluminado de Las vigilias de Carlos VII, por Marcial de Auvernia (siglo XV).

Tanta indiferencia y desagradecimiento indignaron a Gilles de Rais, que renunció al Ejército y volvió a sus tierras. Allí, el joven de Rais, llevado por impulsos malsanos, torturó y asesinó a cientos de niños y se convirtió así en el temible Barbazul de nuestros cuentos infantiles. Al igual que Juana, fue juzgado y condenado pero, gracias a su encumbrada posición, pudo recibir una muerte menos tortuosa y más breve: murió ahorcado antes de ser quemado.

Este mismo Carlos, que había abandonado a sus fieles seguidores, se proclamaba súbdito de la bella Agnès Sorel. Sin embargo, ella dudaba de entregar sus virtudes al rey. Entonces, la encantadora e inocente muchacha hizo lo que su conciencia le indicaba: pidió hablar con la reina.

Si Agnès era de una belleza exuberante, María de Anjou, la reina de Francia, era de una fealdad exasperante. Las malas lenguas decían que, por su sola presencia, los franceses no hubiesen necesitado los servicios de Juana de Arco para expulsar a los ingleses. Apenas verla, los invasores hubiesen huido espantados.

La cándida Sorel consultó con la reina qué debía hacer ante la insistencias de su marido. Para sorpresa de la joven, la reina, casi sin pensarlo, le recomendó ceder ante tanta pasión y satisfacer los deseos de su amo y señor. La madre de los 14 hijos de Carlos VII empujó a la bella muchacha al lecho de su marido. Curiosa actitud la de la reina. ¿Pensaba que solo sería un pasatiempo del rey y que, una vez obtenido lo que de ella deseaba, pronto la olvidaría? ¿O era mejor ser amiga de la amante de su esposo para así manejarla mejor? Quizás, después de 14 hijos, María quería tomarse un tiempo de descanso.

Así, Agnès terminó en los brazos del rey, que vio compensada su perseverancia. No fue esta una pasión otoñal ni un capricho transitorio. Carlos quedó seducido por el temple y sensibilidad de la jovencita. No solo aquietó las pasiones de su cuerpo, sino que estimuló su espíritu proclive a la melancolía y a la inacción. Todavía quedaba mucho territorio en manos de los ingleses y esta empujó a Carlos -como antaño lo hiciera la doncella de Orléans- a expulsar a los enemigos del Reino. Agnès Sorel fue la primera, de las muchas favoritas de los futuros reyes de Francia, que ejerció su poder mucho más allá de la cama. Constantemente era consultada por Carlos, quien escuchaba atentamente sus consejos. Es más, en una oportunidad en que Carlos se mostró más pusilánime de lo usual frente al avance de los ingleses -cosa que ya era mucho decir-, ella amenazó con abandonarlo de perseverar en dicha inacción. El rey prontamente se puso en marcha. Este cúmulo de poder, hasta entonces nunca visto en manos de una advenediza, dio lugar a una serie de recelos, especialmente cuando se interesó por los manejos financieros del reino.

Fue entonces cuando Sorel se ganó la enemistad de Jacques Coeur, el banquero del rey, que prontamente entró en tratativas con Luis, el hijo de Carlos y María. Naturalmente, Luis veía con recelo el creciente poder de la amante de su padre y de los bastardos reales, siempre proclives a acarrear problemas y reclamos improcedentes en el futuro. Al parecer, Jacques Coeur fue secundado por el mismo Etienne y el padre Robert Poitevin en esta tarea de eliminar a la favorita del rey.

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Estatua de Jacques Cœur.

Estatua de Jacques Cœur.

Agnès murió a los 28 años, cuando se dirigía a Jumièges para acompañar a su amante. Carlos lloraría desconsoladamente su muerte. No por mucho tiempo se lamentó porque, hombre de lealtades efímeras, pronto se consoló en los brazos de la prima de Agnès, Antoinette de Maignelais. Sin embargo, quedó flotando la duda sobre la verdadera causa de la muerte de la bella amante del rey. De hecho, el tal Jacques Coeur fue acusado de envenenarla. Aunque las evidencias no eran contundentes, este fue condenado y sus cuantiosos bienes confiscados. Coeur logó escapar, pero siempre persistió la duda sobre la muerte de la joven, que recién fue saldada setecientos años más tarde, cuando los restos de la cortesana fueron estudiados en búsqueda de elementos tóxicos que justificaran su abrupta desaparición. El profesor Philippe Charlier de la Universidad de Lille encontró en sus huesos cinco veces más mercurio que lo habitual. Efectivamente, setecientos años después, se supo que esta joven de inusitada belleza, amante del rey que reconquistó Francia y modelo de la madre de Dios, fue envenenada para que no continuase influyendo sobre el hombre que la amó más allá de los prejuicios y las condenas de la época.

Este díptico que la elevaba a la categoría de madre de Dios fue escindido. La parte de la Virgen del pecho desnudo fue vendida durante la Revolución francesa y pasó a integrar la colección del museo de Amberes. La otra fracción, la imagen de Saint-Étienne, pasó a manos de un marchand suizo que desconociendo el origen de esta extraña pieza la puso en venta. El poeta Clemens Brentano fue quien reconoció la obra de Fouquet y rescató su imagen del olvido. Hoy la obra se expone en el Museo de Arte de Berlín.

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