La paradoja de Leni Riefenstahl

“¿De qué soy culpable?” Esa pregunta, una y otra vez, se hace Leni Riefenstahl en los últimos minutos del documental biográfico que Ray Müller filmó sobre ella en 1993. Para ese entonces, la infame directora de cine alemana, rondando los noventa años y sin saber que llegaría hasta los 101, estaba desesperada por reinventarse. Era (y sigue siendo) imposible pensar en Leni Riefenstahl sin pensar en sus grandiosas e increíblemente polémicas películas de propaganda nazi, pero en los inicios de la década del noventa, parece ser, ella soñaba con mostrarle al mundo que ella era mucho más que eso. Para Riefenstahl, el artista debía poder separarse de su arte y éste, a su vez, tendría que ser pasible de ser interpretado por fuera de su contexto o, incluso, su temática.

La película en cuestión, La maravillosa, horrible vida de Leni Riefenstahl (1993), actúa entonces como una suerte de testamento de la directora. Pero Müller, por su parte, se tomó el trabajo de asegurarse que el espectador no caiga en las trampas de su sujeto. Así, la vemos contar su historia en detalle. En pocos minutos, Riefenstahl, nacida el 22 de agosto de 1902 en Berlín, cuenta que había pasado los primeros años de su juventud como bailarina. Habla de su formación, de sus inicios en la danza profesional (algo que ella creía que no iba a ser más que un experimento) e ilustra su éxito aclarando que fue convocada por el mismísimo Max Reinhardt. Una herida en la rodilla, sin embargo, puso un freno a su carrera en 1925.

En este punto, igualmente, para Riefenstahl el destino se tejió a través de la visualización de una producción cinematográfica llamada Der Berg des Shicksals (literal, La montaña del destino de 1924). Con ella, en 1925, Riefenstahl descubrió las Bergfilme de Arnold Fanck y, seducida a más no poder por las laderas nevadas en pantalla, decidió que debía trabajar con él. Por un golpe de suerte, pudo contactarse el director y, según nos dice, descubrió que la admiración era mutua. Encantado con su aspecto y su danza, Fanck escribió Der Heilige Berg (La montaña sagrada, 1926) específicamente para ella y la convocó para protagonizar la película. De ahí en más, a través de esta alianza Riefenstahl se transformó en una suerte de Esther Williams del alpinismo y, a finales de la década del veinte, participó de cinco nuevas películas de montaña.

La actuación, de todos modos, no parecía ser suficiente para ella, y a esta altura de su vida descubrimos que, durante sus experiencias con Fanck, Riefenstahl había ido aprendiendo los rudimentos de la dirección. Así, ella pudo llevar adelante la realización de propia película, Das Blaue Licht (La luz azul, 1932), coescrita con Béla Balázs y producida, dirigida y protagonizada por ella. Hasta aquí, todo normal. Pero es en este punto, cuando la ópera prima sale al mundo y es bien recibida, que la vida de Riefenstahl cambia.

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Das Blaue Licht

 

Por pura coincidencia, mientras se gestaba su primer éxito como directora, ella vio hablar por primera vez a Hitler. Para alguien que se esforzaría una y otra vez por declararse ignorante, puede resultar llamativo que, en la película de Müller, la cineasta no duda en explicar de qué manera ella se dejó seducir por la oratoria del Führer en ese invierno de 1932. Por pedido de la propia Riefenstahl, tuvieron su primer encuentro en mayo de ese año y, mientras ella lo halagaba por sus palabras, él se declaró admirador de Das Blaue Licht. Según la propia Riefenstahl, en este punto Hitler, obnubilado por su talento, incluso habría sentado las bases de su futura relación asegurándole que, cuando llegaran al poder, ella debía hacer sus películas. Más allá de lo que nos dice la propia cineasta, siempre cuidando poner en ridículo a quienes dijeron que ella era la amante del líder nacionalsocialista, no han trascendido demasiados detalles acerca de cómo siguió esta relación. Lo que sí queda claro es que, de ahí en más, ella mantuvo un estrecho contacto con Hitler y con otras personas de su entorno.

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Riefenstahl con Hitler.
Riefenstahl con Hitler.

 

En todo caso, la imagen de la cineasta como el prototipo de la mujer aria – fuerte, atlética, bella – seguramente fue algo que desde el régimen se dispusieron a utilizar a su favor y, en 1933, ella tuvo su primer encargo. Sin estar afiliada, por pedido expreso de Hitler, Riefenstahl acudió a filmar el congreso del partido nazi en Núremberg, pero, con poco tiempo de preparación y saboteada por sectores del Ministerio de Propaganda, la producción de La victoria de la fe (1933) no estuvo a la altura de sus estándares. Ironizando con que en la cúpula del gobierno “habrían estado felices con cualquier cosa que tuviera esvásticas”, ella editó el material y la película se estrenó, a pesar de sus deseos, con tibia aceptación.

Su decepción con esta película, eventualmente, tuvo la oportunidad de ser compensada cuando al año siguiente la convocaron nuevamente para cubrir el evento. Esta vez con recursos ilimitados y su libertad artística garantizada, Riefenstahl se propuso representar el congreso de 1934 de una forma que excediera al mero reportaje y elevara al documental, como ella llamaría a esta película propagandística, a una altura estética jamás alcanzada. El resultado: El triunfo de la voluntad (1935). Película controversial si las hay, aunque en su momento fue multipremiada y, aún hoy, se la considera como una maravilla técnica y visual, con ella Riefenstahl habría de sellar su destino a largo plazo como un genio del mal.

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Plano de El Triunfo de la Voluntad.jpg
Plano de El Triunfo de la Voluntad

 

A esta producción – aunque no es mencionada por Riefenstahl, es mucho menos publicitada y no fue recuperada hasta la década de 1970 – le siguió la realización un último cortometraje propagandístico titulado Tag der Freiheit: Unsere Wermacht (1935), que estaba enfocado en las actividades del ejército. Después de esto, aparentemente, Riefenstahl habría cortado formalmente su lazo con el régimen.

De todos modos, en su siguiente película, Olympia (1938), la mirada fascista se mantuvo. Esgrimiendo haber sido convocada por el Comité Olímpico – según ella, Hitler odiaba las Olimpiadas – Riefenstahl y su equipo se embarcaron en la ardua tarea de documentar las actividades deportivas que tuvieron lugar en el verano de 1936 en Berlín. Haciendo uso de técnicas novedosas, como la implementación de rieles para mover las cámaras o de trincheras cerca de las zonas de salto para poder filmar a los atletas con el cielo de fondo, Riefenstahl rodó unos 400 km de material que le llevó casi dos años montar. El resultado, no obstante, fue reconocido como un triunfo cinematográfico que, a posteriori, sería criticado por su atención excesiva a la belleza de los cuerpos, típica de la estética fascista.

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Riefenstahl en el rodaje de Olympia.
Riefenstahl en el rodaje de Olympia.

 

Con esta trayectoria, aún jurando que no habría de hacer más películas para los nazis, Riefenstahl fue convocada con un equipo especial para ir al frente poco después de la invasión de Polonia en 1939. De nuevo, ella no explica demasiado qué hacía ahí y la información no es del todo transparente, pero, según su biógrafo Jürgen Trimborn, el viaje habría estado motivado por la realización de un nuevo documental propagandístico sobre la guerra. Hasta hay fuentes que sugieren un marcado interés de la directora en llevar adelante el proyecto que se le había encomendado, pero para finales de septiembre ella se desligó completamente. No se sabe a ciencia cierta que pasó, pero se ha sugerido que el haber sido testigo de matanzas de judíos en Konskie fueron demasiado para ella. Trimborn, teorizando, agrega que “es posible que, dado lo que Riefenstahl había visto en el frente, después de mirar lo que su equipo había filmado no se sentía capaz de editar del material una película de propagada que equiparara el mensaje positivo de los documentales que ya había hecho para el régimen”.

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Riefenstahl presenciando horrores en el frente polaco (1939).
Riefenstahl presenciando horrores en el frente polaco (1939).

 

En la seguridad de Alemania, como tantas otras veces, ella está feliz de volver a la ignorancia. Durante la guerra, aún con todas las limitaciones lógicas del contexto, Riefenstahl volvió a la ficción y produjo Tiefland, una película sobre enfrentamientos rurales en España que no llegaría a estrenarse hasta 1954. Irónicamente, en este punto, uno de los aparentemente menos politizados de su carrera cinematográfica, la directora protagonizó un episodio que pone en duda seriamente la inocencia que siempre se arrogó. En un punto de la producción, requiriendo extras “mediterráneos”, unos 100 gitanos fueron sacados de un campo de concentración, obligados a actuar para las cámaras y – aunque se aseguró más de una vez que todos habían sobrevivido – en 2002 salió a la luz el hecho de que casi la mitad habían sido enviados a morir a campos de exterminio luego de su participación en la película.

Nada de esto, sin embargo, parece haber aparecido en los juicios a los que se la sometió en la inmediata posguerra. Desde ya teniendo una inmensa aura de sospecha, se la investigó a fondo, pero no se pudo encontrar nada que permitiera probar que ella fuera una criminal nazi. No estaba inscripta en el partido, no había personalmente matado ni denunciado a nadie y, según ella, no tenía idea de que el Holocausto hubiera sido una política de su líder. Tan desconectada estaba, diría, que recién sintió borrarse el encantamiento de Hitler cuando él, cobardemente, dejó de visitar los campos de batalla y envió a niños y ancianos a luchar. Exonerada eventualmente con la etiqueta de colaboracionista, Riefenstahl se retiró y pasó los siguientes años de su vida viviendo con su madre en un departamentito en Múnich.

Con el inmenso estigma que pesaba sobre ella, a principios de la década del sesenta decidió irse al continente africano con la idea de filmar una película sobre la trata de esclavos. Allí, instalada en Kenia y, luego de sufrir un accidente en Nairobi, en Sudán; ella abandonó el proyecto original y se interesó por la vida tribal, especialmente, de la nación Nuba. En 1962, fascinada, Riefenstahl vivió durante ocho meses entre personas que jamás habían oído hablar de ella y tuvo la oportunidad de filmar y fotografiar a estos sujetos durante un festival de lucha. El resultado, el libro Die Nuba, vio la luz en 1973 y, aunque llamó la atención y suscitó un renovado interés en su figura, no faltaron quienes, como Susan Sontag, destacaron la pervivencia de la estética fascista, ahora aplicada a los cuerpos negros de los nuba.

Después de este período, Riefenstahl abandonó el mundo de los hombres y se lanzó a las profundidades del mar. La fotografía submarina y el buceo se le volvieron pasiones, pero no logró – ni siquiera en este nuevo rol – ganarse la confianza de un público determinado a recordarle que había enfermado al mundo con sus imágenes.

¿Acaso era (es) Leni Riefenstahl irredimible? En los últimos momentos del documental de Ray Müller la pregunta parece ser esa. Él, ambicioso, le pide una declaración, una disculpa pública. Ella, sin dificultad alguna, expresa su arrepentimiento, pero se declara agotada. ¿Qué más puede hacer para probar su inocencia? Después de todo lo que hizo en su vida – con la ley de su lado, incluso – parece ser que la respuesta todavía sigue sin ser definitiva. Aún reconociendo su genio (algo que muchos ni siquiera están dispuestos a hacer), subsiste el hecho de que Riefenstahl lo usó para mal. Y, aún si se ha disculpado, se ha arrepentido y, manteniendo su posición, jamás pudo entender por qué no podíamos olvidar lo que había hecho, parece ser que hay cosas que no pueden ser superadas de forma tan sencilla.

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