La muerte de todos

Hoy oportuno recordar a un precursor de la Tanatología, Erasmo de Rotterdam, uno de los más brillantes escritores del Renacimiento, época de utopía y de desgarramiento. Erasmo padece esta ruptura, pero sin perder la esperanza. La espera y la esperanza acompañan nuestro peregrinar en este mundo. De esto trata su breve ensayo ‘Preparación para la muerte’. Entre los autores del Renacimiento es preponderante el tema de la educación, de aquí la importancia, que no se contraponen, de educar para la vida y para la muerte. Por eso, Platón enfatizaba que filosofar es prepararse para morir. Al cumplir 67 años Erasmo vendió su biblioteca y con este desprendimiento preparaba su partida, aunque luego señalará que el más profundo desprendimiento es ofrendar la vida: “en tus manos encomiendo mi espíritu”, como lo hizo Jesús de Nazaret.

Erasmo comienza su libro con una cita de Aristóteles: “de todas las cosas terribles, la más terrible es la muerte” (Ética a Nicómaco), la obra de Erasmo se contrapone a esta frase del Estagirita, ya que la Biblia señala: “si camino en medio de sombras de muerte nada temo, porque tú estás conmigo” (Salmo 24). Erasmo, como Gabriel Marcel, concibe al hombre como un ser peregrino: “somos caminantes de este mundo, no habitantes, peregrinamos en hosterías, o (por mejor decir) en tiendas; no vivimos en la patria. Toda esta vida no es otra cosa que una carrera hacia la muerte…” .

Aludiendo a una expresión griega: moros pasa to meiro, Erasmo señala que la muerte se nos da por igual a todos, reyes y ricos, campesinos y mendigos. Nuestra naturaleza es mortal: “indignarnos de que moriremos, no es menos vergonzoso que si nos indignáramos de haber nacido”. Erasmo encuentra en el Eclesiastés, una ponderación del día de la muerte: “es mejor el día de la muerte que del nacimiento”, de aquí la importancia de la preparación para la muerte: “la infancia no se siente, la adolescencia se nos va volando, la juventud se escurre, la vejez sorprende… nos queda la esperanza cierta de otra vida”, en lo cual coincide con la famosa tanatóloga Elisabeth Kübler-Ross.

Erasmo observa que suele ser frecuente el prometernos a nosotros mismos, en un futuro, cambiar de vida, ser mejores. Sin embargo, ¿quién puede presumir que va a vivir en el futuro?, ¿quién se puede prometer un día más de vida?: “nadie al entregarse al sueño, está cierto de que despertará… la muerte es hermana del sueño”. La muerte nos recuerda los aspectos claves que la rodean, entre ellos el juicio de la vida, queda siempre la pregunta ¿a quién tengo que dar cuentas?

El filósofo de Rotterdam recomienda hacer el testamento con tiempo, no a última hora cuando existen muchas presiones. Observa que algunos rechazan hacer el testamento, como si fuera algo funesto: “el testamento no hará que mueras más pronto, sino más tranquilo.” El testamento debe ser claro, sin ambigüedades, de otra manera, como diría Jean-Paul Sartre, varios siglos después: “los muertos son el botín de los vivos”. Erasmo capta también una necesidad básica del enfermo terminal, dar y pedir perdón, de este modo la muerte es trasformadora de nuestra vida.

La muerte nos muestra la fragilidad de nuestra existencia: “ella es el parteaguas de la vida, o por un asalto, o por un terremoto: ¿a cuántos no los atrapa las ruinas de sus propios techos?”. El sólo acumular riquezas y darse a “la buena vida” es insensato. Acumular bienes por acumular no puede ser el fin de la vida. La avaricia es un barril sin fondo, nadie posee plenamente algo si no es capaz de darlo.

En la vida todo es incierto, sólo la muerte es segura, pero la hora de la muerte y el modo es incierto. Por consiguiente, es necesario cultivar las riquezas del espíritu. En el fondo es pobre el que teniendo mucho quiere tener más. La avaricia es como beber agua salada, mientras más se bebe, se tiene más sed.

En suma, todo ser humano tiene que asumir una gran tarea, encargarse de su vida, prepararse a morir. La muerte nos impulsa a vivir una existencia más auténtica: aceptar nuestra finitud, gozar nuestra condición itinerante, relativizar la acumulación de bienes y funciones sociales, descalificar el egoísmo y el afán de lucro, a fin de valorar la solidaridad humana y la profundidad del momento y la tarea presente.

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