Felix Frías, cruzado en favor de la unión nacional

Corría el año 1837 y un grupo de jóvenes hartos de enfrentamientos y de odios heredados decidieron reunirse para estudiar el origen de los males argentinos y buscar una solución superadora del enfrentamiento encarnizado entre federales y unitarios. Eran conscientes de que cuando esa situación desapareciera sería posible concretar el viejo anhelo: la organización constitucional.

En aquellos años el marco jurídico de la Confederación Argentina era el Pacto Federal de 1831, que dejaba abierta esa esperanza, claro que para concretarse la reunión de un Congreso General Federativo las demás provincias debían estar “en plena libertad y tranquilidad”.

Se necesitaba conquistar la paz. Los jóvenes no estaban equivocados; tampoco fueron comprendidos. Sufrieron la persecución hasta el exilio. Desbarataron a la Joven Argentina pero sus miembros desperdigados en la Banda Oriental, Chile y París, lejos de la Confederación, conservaron los ideales que fueron el germen de la Constitución de 1853. Entre sus numerosos miembros se encontraban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Luis y José Trifón Domínguez, Carlos Tejedor y Félix Frías, quien se destacaría como uno de los más importantes intelectuales católicos del siglo XIX.

En 1838, Frías marchó rumbo a Montevideo. Un año más tarde conoció al general Juan Lavalle, luchó a su lado en la fracasada Legión Libertadora, fue su secretario y a su muerte, en 1841, formó parte de la escolta del cadáver del guerrero en una lacerante peregrinación que concluyó en territorio boliviano donde lo sepultaron.

Frías se estableció en Chuquisaca. Allí ejerció el periodismo en El Restaurador dirigido por Facundo Zuviría, precursor de la intelectualidad católica y futuro presidente de la Convención Constituyente de 1853.

Si bien comenzó a destacarse por sus artículos, en 1843 decidió abandonar Bolivia y se trasladó rumbo a Chile y continuó su carrera periodística en El Mercurio de Valparaíso. En 1848 le asignaron la corresponsalía del diario en París. Allí vivió de cerca la revolución de aquél año, acontecimientos que lo llevaron a reflexionar: “Dios no nos ha dado un vastísimo y prodigioso paraíso -escribió a Alberdi-, como es nuestra tierra, para que nosotros juguemos como bestias feroces a la guerra civil. La guerra civil permanente es la revelación de nuestros vicios, de nuestras groseras ambiciones, de nuestros pueriles errores y de nuestro orgullo insensato”. (F. Frías, Escritos y Discursos, T. I, p. 34).

PERIODISTA

Frías regresó a Buenos Aires -convertida en Estado y enfrentada a la Confederación- en 1855 con dos ideas importantes: luchar por el fortalecimiento del catolicismo argentino y trabajar por la unión nacional y para llevarlas a cabo fundó el diario El Orden junto con dos viejos compañeros de la Joven Argentina: Luis L. Domínguez y José María Cantilo.

“Yo desearía perder mi memoria -escribió en el primer número- si sólo había de servirme de ella para mantener siempre encendidas las pasiones del odio. Si no lo sabemos todavía, aprendamos a olvidar. A este precio afianzaremos la paz”. Estas palabras cobran aún más fuerza proviniendo de un exiliado que, por encima de los padecimientos personales, bregaba por la unidad: “A la luz de mis principios católicos -concluyó- y pidiendo las inspiraciones del patriotismo más bien al corazón que a la mente, examinaré más tarde esa cuestión pendiente entre los dos Estados en que hoy está dividida la patria de nuestros padres. No dudo que me será fácil demostrar que la gloriosa herencia es indivisible, y que los recuerdos del pasado, no menos que las esperanzas del porvenir, nos imponen la obligación de entendernos como hermanos, y de no desgarrar el seno de la madre común”. (F. Frías, op.cit, T. II, p.1 al 8).

Frías sufrió la incomprensión. La polémica, los ataques y las injurias lo tuvieron como blanco. Su otrora amigo Juan Carlos Gómez permitió que en las columnas de su diario lo acusaran de “vendido al oro extranjero” porque al gobierno de Paraná se había suscripto a El Orden.

Muchos de sus viejos amigos devenidos en adversarios no entendieron la coherencia de vivir en todos los órdenes de la vida la fe que profesaba.

Frías siguió con su objetivo de la unión nacional a través de la prensa y de la política; sin embargo su espíritu religioso advirtió que esa acción debía ser acompañada por un plan de fe y caridad.

Convocó a nueve personalidades porteñas y el 24 de abril de 1859 fundó en la parroquia de la Merced, la primera Conferencia Vicentina Argentina de la Sociedad de San Vicente de Paul. Frías no perdió la esperanza de que la unión espiritual de muchos argentinos basada en principios cristianos lograra la unión entre porteños y provincianos.

El sueño de Frías se cumplió. Uno de esos vicentinos, Felipe Llavallol, fue uno de los artífices del Pacto de San José de Flores de 1860 que logró, en aquél entonces, la ansiada unidad.

Texto publicado originalmente en laprensa.com.ar

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