La muerte de el Brujo

“El pasado es un prólogo”

Shakespeare

Fue el hombre más poderoso de su tiempo y terminó siendo el más odiado. Acumuló poder y enemigos, muertes y terror por la alianza de la triple A que había creado. Debió irse del país y permaneció oculto por diez años. Su impensado regreso incomodó a muchos por miedo a que hablase.

Lopecito era cabo de la Policía Federal hasta que, por esas cosas del poder logró ascender a comisario general mientras se desempeñaba como ministro de Bienestar Social en el gobierno de María Estela Martínez de Perón. No fue magia…

El vínculo con la esposa del general de remontaba a 1965 cuando el interés por el esoterismo de “Isabelita” la llevó a una reunión organizada por el entonces hombre de confianza de Perón, el mayor Bernando Alberte (quien tendría un destino trágico, el mismo 24 de marzo de 1976, cuando fue la primera víctima del golpe militar encabezado por Jorge Rafael Videla).

Cómo “Daniel” se ganó la confianza de Isabelita, nunca se sabrá a ciencia cierta, pero López Rega termina viajando a España donde se convierte en una extraña mezcla de mayordomo, guardaespaldas y consejero espiritual y astral del matrimonio. Cuando los miembros de la CGT visitaban al general en Puerta de Hierro, allí estaba Lopecito, atento a las indicaciones de Perón y pronto a servir la copita de anis, con la que terminaban esas reuniones con “los muchachos”, siempre atentos a la prédica del ex –y futuro– presidente.

También estuvo Lopecito el día que el cadáver de Evita llegó a la residencia madrileña, después de vagar en el olvido efímero. Cuentan que López Rega realizó algunos pases mágicos sobre el cuerpo incorrupto de la segunda esposa del general, para transferir el aurea de “la conductora de los pobres” a Isabelita. Evidentemente, algo salió mal….

Tampoco transcurrió como esperaba el retorno del general a Ezeiza, porque Lopecito, por entonces ministro de Bienestar Social del gobierno de Hector J. Cámpora, estaba dispuesto a poner en su lugar a la revoltosa izquierda peronista. Hubo muertos, hubo gritos, desorden, desenfreno y la voz de Leonardo Favio tratando inútilmente de calmar los ánimos. Las acusaciones se cruzaron, los dedos señalaron al que ya todos llamaban “el Brujo” y al teniente coronael José Manuel Osinde. Lopecito redobló la apuesta y criticó la debilidad de Cámpora, quien permitía que el movimiento peronista se viese infiltrado por esos elementos indeseables… y si lo decía Lopecito, lo decía el general. Cámpora renunció y en su lugar ascendió a la presidencia el yerno de López Rega, Raúl Alberto Lastiri, el hombre que pasó a la historia por su colección de corbatas.

Con la victoria del binomio Perón-Perón, el asesinato de José Ignacio Rucci (cuya muerte arrancó un dolito “me cortaron las piernas” del general), y la expulsión de los jóvenes imberbes, el poder de López Rega fue en aumento. El Partido Peronista aprobó un documento reservado donde se denunciaban “estas agresiones marxistas” que debían ser punidas. A tal fin se abocó la AAA. Su misión era sembrar el terror en todos aquellos que luciesen una macula de comunismo… Y cumplió su tarea con creces. Más de mil víctimas cosecharon por la insistencia del Brujo en cumplir las consignas del partido.

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López Rega

López Rega

Su poder aumentó a medida que la salud del general declinaba, a pesar de sus pases mágicos de su ministro. La influencia sobre Isabelita era irrestricta. López Rega menajaba los intrincados hilos del poder en los salones de la Casa Rosada y en los laberientos del peronismo, donde despertó pasiones y recelos.

Mientras tanto, el país era víctima de una sorda guerra de venganzas y la inflación desatada. El mismo Lopecito recomendó al ingeniero Celestino Rodrigo para resolver el problema y como en El aprendiz de brujo de Goethe, despertó la crisis contenida: devaluación, aumento de precios, reclamos sociales. En pocas semanas la crisis política evaporó el poder de Lopecito, al que rodeaban los rumores de maltratar a la Sra. presidente, cada vez más frágil y desorientaba en un país q se tornaba ingobernable aun para “la heredera de Perón”.

De la noche a la mañana, el Brujo renunció, fue nombrado embajador y pronto se “borro” del país con mejor suerte que la de Casildo Herrera, quien inmortalizó el espíritu de aquellos que rodeaban a Isabelita. La república caía postrada …. Por diez años nadie supo dónde se escondía el Brujo. Cada tanto se decía que estaba por Suiza, por España, por Nueva York… Muchos querían olvidarlo como un mal sueño, y muchos otros soñaban con la venganza, con verlo en calzoncillos, ciego y carcomido por la diabetes en una seccional. Y así lo vieron diez años más tarde cuando fue extraditado de los Estados Unidos.

Díscolo hasta el final, acusó a jueces y fiscales con demandas por injurias y calumnias brotadas de “la prensa sensacionalista”.

Los psicólogos del cuerpo médico forense que lo examinaron encontraron a un hombre sumiso y dócil, de labilidad emocional con una “hiperdemostrabilidad dramática”. Ante las preguntas de las autoridades judiciales sobre represión indebida, corrupción y desmanejos económicos, Lopecito (más Lopecito que nunca) respondía con vaguedades, elusivo, renuente a recordar …. Y bruscamente pedía suspender el interrogatorio aquejado por dolores de cabeza, aunque poco después se recomponía y con un atisbo de su antigua soberbia, “el mago” (así se autotitulaba) declaraba que “Mi menta flota, ni aun encerrándome podrán tenerme prisionero”, como ese Vagabundo de las estrellas de Jack London. “El mundo no entiende lo grande que soy” remataba.

Megalomanía egocéntrica, percepción evasiva de la realidad y modalidad psicopática con rasgos paranoides que no llegaban a alterar su racionalidad fueron algunos conceptos que volcaron los forenses en su historial…

Curiosamente, a pesar de los cientos de muertos por la AAA, el exministro López Rega solo fue extraditado acusado de seis asesinatos. En la convulsionada Argentina del 89 su causa judicial languidecía, después de tres años en prisión preventiva. Era poco el interés de buscar cómplices ni pruebas. Mientras lo dializaban por sus riñones deshechos por la diabetes, en las sombras de su escasa visión pidió volver a verla a Isabelita quien, según lo que él declaraba, le había pedido que huyera del país para no ser asesinado por los militares que lo veían como el último escollo para tomar el poder. Compromisos ineludibles evitaron ese ultimo encuentro entre Lopecito e Isabelita.

Él marchaba a la muerte, ella al olvido… No había mucho que decirse y nunca se lo dijeron.

“Quieren terminar conmigo”, le dijo a su hija Norma, quien lo acompañó hasta el último suspiro. “Me acusarán de todo. Todo el peronismo va a lavar sus culpas conmigo”. Y así lo hicieron y se desentendieron de él como un pecado ajeno.…

El 9 de junio de 1989, López de Rega se unió al “universo astral”. Su muerte pasó casi desapercibida entre los índices astronómicos de una inflación superior a la que había desatado 15 años antes. Murió sin condena por la justicia, aunque sí por la historia. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas lanzadas al mar.

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