La masacre comenzó apenas despuntó el sol, pero se venía preparando hacía días en una creciente ola de humillaciones, asesinatos y rumores de matanzas en pueblos vecinos. Alemania había invadido la Unión Soviética el 22 de junio, quebrando el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin. Jedwabne, incorporado a la Unión Soviética en 1939 y bajo un brutal proceso de sovietización desde entonces, cambió a manos alemanas el día 23. El destino de la mitad de su población, judíos con raíces centenarias en el pueblo, estaba sellado para diecisiete días después.
En la plaza desprovista de árboles, una cadena de brazos no dejaba escapar a centenares de hombres, mujeres y niños judíos reunidos a empujones y amenazas bajo el sol ardiente del verano, apaleados e insultados por sus propios vecinos polacos. Con el alcalde y la gendarmería alemana a la cabeza, armados con hachas, palos con clavos y barras de hierro, sacaron a sus vecinos judíos de sus casas, y persiguieron y asesinando a quienes intentaban escapar. Al final del día, quienes todavía quedaban vivos fueron obligados a marchar con el rabino al frente hasta un granero cerca del cementerio judío, obligados a llevar una estatua de Lenin, obligados a cantar que la guerra era su culpa. El establo se roció con combustible, y más de mil hombres, mujeres y niños fueron quemados vivos. Los gritos y el olor a carne quemada se convirtieron en un recuerdo fantasmal entre los habitantes de Jedwabne y sus descendientes que ocuparon las propiedades de los muertos. No lo olvidarían fácilmente.
Hasta el año 2001 se culpó a los alemanes nazis por este suceso, e incluso existía una placa conmemorativa en el lugar de la matanza que culpaba directamente al pueblo alemán: “Sitio de martirologio del pueblo judío. La Gestapo hitleriana y la gendarmería quemaron 1600 personas vivas el 10 de julio de 1941″.
Hasta que el profesor Jan Gross demostró que fueron los propios polacos quienes cometieron la masacre, posiblemente con la complacencia de los nazis.
En 2001, un libro publicado en Estados Unidos y seguidamente en Polonia expuso a la luz pública los hechos ocultos tras el monumento de Jedwabne.
Jan Tomasz Gross, sociólogo e investigador de origen judío-polaco, profesor de historia en la universidad de Princeton, publicó el resultado de una extensa investigación, en un libro titulado “Vecinos”. En él reconstruye el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, generando un amplio debate en Polonia respecto a la actuación de su ciudadanía durante el nazismo.
El profesor Gross consiguió demostrar que, aunque los alemanes fueron testigos del suceso y probablemente simpatizantes, fueron los propios polacos los que se encargaron de ejecutar la masacre.
El libro fue finalista del National Book Award y en Polonia despertó un debate nacional sin precedentes sobre un tema tabú: las complejas relaciones polaco-judías durante la guerra. Hubo una ola de discusiones sobre la responsabilidad colectiva, ensayos y libros a favor y en contra del trabajo de Gross.
Periodistas y documentalistas se acercaron a Jedwabne y fueron recibidos con hostilidad por la mayoría de la población local. El Instituto para la Memoria Nacional inició una investigación judicial en Jedwabne que concluyó en 2004 y apoyó parcialmente las conclusiones de Gross sobre la participación polaca, aunque “no pudo establecer” la cantidad de muertos y el grado de participación de las SS el día de la matanza.
El 10 de julio de 2001, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de la masacre, el presidente polaco Aleksander Kwansiewski pidió perdón públicamente a las víctimas y sus familiares en nombre del pueblo polaco.
El presidente viajó al pueblo y por primera vez hubo un reconocimiento oficial de la culpabilidad de los polacos ante una treintena de familiares de las víctimas llegados de todas partes del mundo. La frase de la placa del monumento fue cambiada por: “Aquí fueron quemados vivos los 1600 judíos de Jedwabne”.
Cuando se conmemoró el 70° aniversario de la masacre, participó por primera vez un obispo y se leyó una carta del actual presidente, Bronislaw Komorowski, rogando “una vez más, perdón”. El alcalde del pueblo no se presentó: el anterior se había visto obligado a renunciar después de apoyar el acto de diez años atrás. Los habitantes de Jedwabne, una vez más, miraron de lejos.
Esta no fue la única matanza perpetrada por el pueblo polaco contra los judíos; casos similares se dieron en otros pueblos, como Wasosz y Radzilow.