La doble vida de Elia Kazan

La vida de Elia Kazan está indeleblemente marcada por dos hechos: el haber sido una leyenda en el teatro y el cine estadounidense, por un lado, y el haber traicionado y logrado el bloqueo laboral de sus ex compañeros del partido comunista durante el macartismo. Sólo con estos dos datos queda claro que él es una figura extraña, ambigua, o como él mismo se definió, “un hombre dividido”. Llegar al fondo de la historia de Kazan, entonces, es difícil y muchas veces su accionar resulta poco esclarecedor.

Como la de muchos hombres y mujeres de su época, su historia fue una de esfuerzos y progresos. Joven inmigrante de familia anatolia, había nacido en Turquía el 7 de septiembre de 1909 y, tras un breve paso por Alemania, había ido a parar a Nueva York con sólo 4 años. Allí, su padre montó un exitoso negocio de alfombras, pero las necesidades y la tensión entre la cultura familiar y la del nuevo mundo eran constantes en su día a día. Así fue que, para cuando terminó la escuela y entró a estudiar inglés en el Williams College, por ejemplo, lo hizo desde una posición subalterna. No cuadraba del todo con sus compañeros – blancos anglosajones protestantes de familias privilegiadas – y tuvo que trabajar como mozo en varias fraternidades del campus para poder pagar su educación.

Terminada la carrera, en un rapto de crisis existencial, logró conseguir una beca para estudiar teatro en el Yale Drama School, a pesar de que el tema jamás le había interesado. Entró en 1930 y, durando apenas dos años, no llegó a terminar todo el curso, pero el espacio le sirvió para encontrar una vocación y para entrar en contacto con el Group Theatre en 1932. Aunque nunca fue una parte importante del grupo, la experiencia que hizo con ellos probó ser una de las más importantes en la vida de Kazan. Miembros como Lee Strasberg y Harold Clurman estaban experimentando al introducir teorías rusas como el “método” de Stanislavski en el contexto estadounidense, mientras que exploraban en sus obras temas sociales. Ésta última veta, quizás, fue la principal razón por la que el Group Theatre atrajo tanto a Kazan en un momento en el que él mismo se estaba politizando. La Depresión había liquidado al negocio familiar y él entendió que la culpa del malestar de su padre (y el de la nación en general) se debía a la crisis producida por el sistema capitalista, por lo que debía, según él, “vengarlo”. Empezó entonces a prestar más atención al mundo del trabajo, al cine soviético y, como corolario a toda esta situación, en 1935 se unió al Partido Comunista. Igualmente, la experiencia duró poco ya que sólo año y medio después terminó abandonando sus filas y las del Group Theatre luego de desilusionarse con los ideales colectivistas y negarse a participar en una huelga para que los actores tomaran control de la dirección.

Ya apartado de este espacio, la vida de Kazan siguió por otros rumbos. A inicios de la década del cuarenta empezó a desplegar su talento como director en ambas costas estadounidenses. En el mundo del teatro, en Nueva York, tuvo sus primeros roles importantes como director con The Skin of our Teeth (1942) y One touch of Venus (1943). Dirigió también sus primeras películas comerciales para el estudio Fox en Hollywood, destacándose Lazos Humanos (1945), y, convencido de que no había un espacio para los actores en el contexto de posguerra, en 1947 creó con Cheryl Crawford y Robert Lewis el Actors Studio, futuro semillero de grandes actores de método, al que luego se sumaría Lee Strasberg. Para completar su triunfo, ese mismo año dirigió la puesta originale de Todos eran mis hijos de Arthur Miller y, en 1949, la sensacional Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, que lanzó al estrellato a un, hasta entonces desconocido, Marlon Brando.

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Kazan en el rodaje de Un tranvía llamado deseo.
Kazan en el rodaje deUn tranvía llamado deseo.

 

 

Aunque nunca abandonaría el teatro del todo, para inicios de los cincuenta Kazan se volcó más hacia la costa Oeste. En 1947 había dirigido la película que le dio su primer Oscar como mejor director, La barrera invisible, y además de participar en producciones notables como Pánico en las calles (1950), en 1951 dirigió la adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. El triunfo de la película, sin embargo, se vio empañado por las crecientes sospechas sobre su pasado comunista.

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Kazan en el rodaje de Pánico en las calles (1950).
Kazan en el rodaje de Pánico en las calles (1950).

 

 

En plena época macartista, luego de que Jack Warner lo denunciara como “subversivo”, se le hizo saber que tarde o temprano vendrían por él y, aún habiendo pasado la mayor parte de 1951 lejos de las narices del Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC) mientras estaba rodando su siguiente película, ¡Viva Zapata! (1952), fue citado para comparecer frente al tribunal el 14 de enero de 1952. Según las investigaciones de la historiadora del cine Karina Longworth, en esta primera reunión a puertas cerradas él se había propuesto hablar sólo de sus lazos personales con el PC, cosa que cumplió. Los archivos dejan claro que, cuando le preguntaron por el comunismo dentro del Group Theatre, explícitamente él se negó a mancillar la reputación de otras personas.

Sin embargo, luego de este episodio lo empezaron a asaltar las dudas y, el hecho de que Un tranvía… ganara sólo una minoría de los 12 premios Oscar a los que había sido nominada parecía ser la confirmación de que su carrera estaba en peligro. Kazan se cuestionó su lealtad hacia sus ex compañeros y empezó a pensar que, si se había mantenido callado hasta entonces, era porque había querido lograr lo imposible y quedar bien con todo el mundo. En este acto de desesperación, citado para una audiencia pública en abril, se reunió con su ex compañero del Theatre Group, el guionista Clifford Odets, le dijo que planeaba hablar y se pusieron de acuerdo entre ambos para nombrar a las mismas personas. Cuando se presentó frente a HUAC, entonces, Kazan dio ocho nombres. Estos no eran una novedad para la organización y es probable que las personas en cuestión habrían terminado en las Listas Negras de cualquier manera, pero eso importó poco a la posteridad. Además de justificar el mismo Kazan su comportamiento en una polémica solicitada publicada en The New York Times – dónde básicamente hizo una apología de la denuncia de los “subversivos” – muchos no podrían evitar relacionar sus triunfos posteriores con el hecho de que hubiera pisado varios cráneos para llegar a dónde estaba.

Él, por su parte, aunque expresó haberse sentido incómodo con lo que había hecho, negó haberse arrepentido alguna vez. De hecho, aún luego de perder amigos y colegas, casi toda su carrera luego de su declaración – de una forma u otra – ha sido leída como un intento continuo por justificar su decisión. Inmediatamente después del tema, por ejemplo, dirigió la obviamente anticomunista Fugitivos del terror rojo (1953). Al año siguiente vino una de sus obras más famosas, Nido de ratas (1954), que, aunque quiso ser una representación no filocomunista del mundo del trabajo y el sindicalismo, terminó siendo interpretada por muchos como una versión estilizada de lo que había sido el propio acto de delación de Kazan – versión que él mismo confirmó años después.

El éxito de Nido de ratas, de todos modos, también sirvió para asegurar el estatus del director en Hollywood. A partir de ahí, con menos posibilidades de progreso en el mundo del teatro, realizó algunas de sus mejores películas. Al Este del Edén (1955), donde debutó James Dean, Baby Doll (1956), Un rostro en la multitud (1957), el debut de Andy Griffith, Wild River (1960) y Esplendor en la hierba (1961), que contó con el debut de Warren Beatty y una participación que vigorizó la carrera alicaída de Natalie Wood. Todas ellas, películas con grandes guiones y con gran valor artístico que definieron una época y contribuyeron a poner a varios actores de calibre en el mapa.

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Kazan en el rodaje de Esplendor en la hierba.
Kazan en el rodaje de Esplendor en la hierba.

 

Ya en la década del sesenta, se acercó también al mundo de la literatura y escribió varias novelas entre las cuales se destacaron las semiautobiográficas América América (1962) y El Arreglo (1967), cuyas versiones cinematográficas él dirigió en 1963 y 1969 respectivamente. Más allá de eso, con sólo un par de películas más en la década del setenta, Los visitantes (1972) y El último magnate (1976), Kazan se retiró del cine.

En la década del ochenta publicó su autobiografía Elia Kazan: una vida (1988) y su popularidad y reconocimiento como leyenda del cine se mantuvieron más o menos intactas durante los siguientes años. El rencor, igualmente, siguió un camino similar. Así, en 1999, cuando se anunció que iba a ser merecedor de un Oscar honorario por su trayectoria, varias personalidades importantes del cine llamaron a un boicot en su contra. Si bien las imágenes de la ceremonia indican que una gran cantidad de los presentes en la sala lo aplaudieron cuando se levantó a recibir el premio, otras tantos eligieron no pararse ni aclamarlo de modo alguno.

En definitiva, Elia Kazan murió algunos años después, plácidamente, a los 94 años el 28 de septiembre de 2003. En su vida había ganado miles de premios, títulos y honores en el teatro y en el cine, pero los obituarios se encargaron de reflejar la dualidad que había sido la marca de su vida y, aún hoy, continua siendo un punto de conflicto en el legado del director.

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