Lewis Carroll: La magia de la lógica

El origen de las excentricidades del reverendo Charles Lutwidge Dodgson permanecerá oscuro, como algunos detalles de la vida de este profesor de matemáticas, conocido entre sus alumnos por sus clases insípidas y aburridas, a diferencia de sus libros, aun de los libros de matemática, donde plantea problemas originales y divertidos.

Quizás la diferencia entre su rigidez externa y riqueza interior deba buscarse en su aspecto, desgarbado y asimétrico. Tenía un hombro más alto que el otro y una leve torsión en la comisura de los labios. Sus ojos azules que no eran exactamente del mismo color. Sufría terribles migrañas que reflejan en la magnificación y empequecimiento de Alicia, la macropsia y micropsia que asola a los jaquecosos y que los neurólogos han llamado Síndrome de Alicia (en un mundo no tan maravilloso). Caminaba inclinado hacia delante, tenía un leve temblor del labio superior, era sordo de un oído y tartamudeaba. Esta dificultad en el habla lo convirtió en Dodo, la extraña ave que acompaña a Alicia en su aventura.

Alicia y el Dodo

 

        

<p>Alicia y el Dodo – Dibujo de John Tenniel.</p>
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Alicia y el Dodo – Dibujo de John Tenniel.

 

Este hijo de un predicador anglicano fue ordenado diácono, aunque raramente predicaba ante su grey, justamente por esta molesta dificultad en el habla que compartía con sus hermanos. Era un convencido de la integridad de la Iglesia de Inglaterra en una época donde muchas de sus figuras más destacadas se alejaban de ella (Newmann, Maninng, etc.). Sin embargo, a pesar de su ortodoxia, se negaba a creer en la condena eterna.

Políticamente era un Tory, un conservador pero también era un ocultista, convencido, perteneciente a la Society for Psychical Research.

Era un amante del teatro pero se oponía al uso del lenguaje vulgar sobre las tablas. Acariciaba el proyecto de escribir una versión simplificada de la obra de Shakespeare para ponerla al alcance de las niñas, que ejercían una fascinación irrefrenable sobre el reverendo Dodgson. Sin embargo aconsejaba que las niñas se educasen en colegios exclusivos sin mezclarse con las nocivas compañías masculinas.

Su obsesión por las jovencitas se refleja en los innumerables retratos fotográficos de niñas que realizó a lo largo de su vida. Por supuesto que sus favoritas eran las hermanitas Liddell. La creciente intimidad con ellas, con las que compartía juegos, cuentos y viajes por el río, llegaron a un final abrupto impuesto por la madre de Alicia, Lorina Liddell, quien además destruyó todas las cartas que Dodgson le había enviado a su hija.

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Las hermanas Liddell - Fotografía por Charles Dodgson.
Las hermanas Liddell – Fotografía por Charles Dodgson.

 

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Fotografía de Alice Liddell por Lewis Carroll (1858).
Fotografía de Alice Liddell por Lewis Carroll (1858).

 

 

Lewis Carroll fotos

 

 

 

 

 

 

 

Quizás la intensa labor académica matemática y literaria que Charles Dodgson encaró desde entonces haya sido una forma de evasión, como él mismo confiesa en la introducción de su libro Curiosa Matemática, una serie de acertijos aritméticos que mantiene la mente alejada de “pensamientos escépticos (y) de ideas blasfemas que se clavan en las almas más reverentes”.

Entre sus hobbies estuvo la fotografía que le sirvió de pasaporte -junto a su prestigio literario- para acceder a la intimidad de la respetable clase media inglesa y a los artistas más célebres de la época victoriana. Tennyson, Millais, los Rossetti, Ellen Ferry y el mismo príncipe Leopoldo, el fallido pretendiente de la hermosa Alicia, fueron sólo algunos de los retratados por Dodgson.

Una cruel ironía del destino fue que para cuando Dodgson publica en 1865 la maravillosa historia nacida de esta relación, todo vínculo emocional con Alicia Liddell era cosa de pasado. Algunas versiones señalan que Dodgson le habría declarado su intención de casarse, cosa que no le cayó bien ni a la niña, ni a la madre de la niña. La señora Liddell pretendía un novio de mayor alcurnia para su hija. Sus expectativas se hicieron realidad y unos años más tarde Alicia mantuvo una relación sentimental con el príncipe Leopoldo de Inglaterra.

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Autorretrato de Lewis Carroll (hacia 1856).
Autorretrato de Lewis Carroll (hacia 1856).

 

Naturalmente, la reina Victoria vio improcedente que su hijo se casara con una plebeya y la señora Liddell coincidió con las apreciaciones

clasistas de su adorada emperatriz. El espíritu victoriano le otorgaba a las clases sociales características de compartimentos estancos.

Alicia se casó con un tal Reginald Hargreaves pero permaneció en contacto de por vida con el príncipe Leopoldo. Éste le regaló a Alicia para su boda un anillo que lució durante el enlace. El príncipe, como era de esperarse, se casó con una princesa y tuvo una hija a la que llamó Alicia.

Mucho se ha escrito sobre el espinoso tema de las fotos de las púberes desnudas, esas que ejercían una atracción irresistible sobre el reverendo. Sin embargo, no existe el menor indicio de una relación impropia. Cualquier exceso hubiese implicado un escándalo del que no existe registro. En realidad, Dodgson refleja una tendencia victoriana al exaltar la pureza virginal de las núbiles. Existen fotos de otros autores que tocan el mismo tema, las mismas poses y reflejan idéntica inocencia, envuelta en un intenso pero disimulado erotismo.

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<p><i>Ethel Hatch, fotografía por Charles Dodgson (1879).</i></p>
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Ethel Hatch, fotografía por Charles Dodgson (1879).

 

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<p><i>Annie y Frances Henderson, fotografía por Charles Dodgson (1879).</i></p>
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Annie y Frances Henderson, fotografía por Charles Dodgson (1879).

 

Por eso resulta inadecuada la comparación con Humbert, el narrador de Lolita, de Vladimir Nabokov. Las ninfas que acosan a Humbert son carnales, no así las niñas de Dodgson que le otorgan, justamente, un sentimiento de seguridad sexual por ser inaccesible.

La obra de Dodgson amalgama esta curiosa combinación de inocencia y atracción heterosexual. De haber estado contaminado por el deseo jamás hubiese brotado de su pluma una historia fresca y pura como la de Alicia en su mundo maravilloso.

A lo largo de su vida había padecido jaquecas y dolores articulares que trataba de paliar con buenas dosis de láudano. Algunos especulan que su obra se debe, en parte, a las ensoñaciones que tenía durante su ingesta.

Después de una gripe que se complicó en una neumonía, el reverendo Dodgson entregó su alma al Señor.

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Dibujo de John Tenniel.
Dibujo de John Tenniel.

 

Carta que Carroll le envió a Alicia (¡a los cincuenta y tres años!) para solicitarle los manuscritos de su libro

Mi querida Sra. Hargreaver:

Me temo que esta carta se le antojará algo así como una voz salida de la tumba, después de tantos años de silencio. Pero a pesar de esos años yo no aprecio ninguna diferencia en la claridad de “mi” memoria de los días en que nos comunicábamos. Ahora sé por experiencia cuán frágil es la memoria de un hombre de edad en lo que se refiere a nuevos

acontecimientos y amistades (por ejemplo, apenas si han trascurrido unas semanas desde que conocí a unos amigos, entre ellos una lindísima pequeñita de unos doce años con la que paseé, y ¡ahora no puedo recordar ninguno de sus nombres!), pero mi imagen mental de la que durante tantos años fue mi niña-amiga ideal es tan vívida como siempre. Montones de niñas-amigas he tenido desde entonces, pero han sido cosa bien diferente.

Más si me he puesto a escribir esta carta no es para contarle todo “eso”. Lo que yo deseo preguntarle es: ¿tendría algún inconveniente en que se publicase en facsímil el manuscrito original del libro de Aventuras de Alicia (que supongo que todavía posee)? La idea se me ocurrió precisamente el otro día. Sí, después de considerarlo, llega usted a la

conclusión de que preferiría que así no fuese, el asunto se da por terminado. Si, por el contrario, su respuesta es favorable, le quedaría muy agradecido si me lo enviase (por correo certificado sería, supongo, lo más seguro) para que yo pueda considerar las posibilidades. Hace veinte años que no lo he visto y no estoy nada seguro de que las ilustraciones no resulten tan calamitosamente malas que sería absurdo reproducirlas.

No cabe duda de que, al publicarlo, se me podría acusar de grosero egoísmo. Pero eso no me preocupa lo más mínimo, porque me consta que no es ese el motivo que me anima a hacerle esta petición; lo único que pienso es que, teniendo en cuenta la extraordinaria popularidad obtenida por ambos libros (hemos vendido más de 120.000 ejemplares de los dos), debe haber muchas personas a quienes gustaría ver la forma original.

Siempre su amigo.

C.L. Dodgson

Lewis Carroll y Alicia Liddell

 

        

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Lewis Carroll y Alicia Liddell.

 

 

 

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