La distopía es aplicable al mundo, a una sociedad, a un grupo o a una familia; en todos los casos, la distopía remite a un estado de cosas considerado indeseable en relación a los términos y las formas en que estamos acostumbrados a vivir. Es lo opuesto a la utopía.
El cine ha mostrado muchas veces llevarse especialmente bien con las tramas distópicas, y la mezcla de esta con la ciencia ficción es especialmente atrayente. Pero a poco que nos acerquemos y revisemos en detalle, veremos que los argumentos de algunas de las películas que muestran esa interesante mezcla no son “tan” imposibles. Quizá algunos son improbables en tiempos presentes, pero imposibles… nahhh. Dejando de lado los viajes en el tiempo, la interacción con extraterrestres o los viajes espaciales e interestelares hacia remotísimos lugares, cosas que en nuestros días aún parecen inalcanzables, si ampliamos nuestro foco comprobaríamos que varias situaciones distópicas son eventualmente posibles. Dejando de lado las distopías familiares, que merecen un tratamiento aparte, hagamos un breve muestreo sobre varias películas que muchos conocemos y que encaran la distopía desde diferentes aspectos.
El Estado abarcador que todo lo decide y todo lo ve es un tema frecuente en los argumentos distópicos en el cine. “Metrópolis” (1927, Fritz Lang) es una metáfora impiadosa de mundos paralelos, el de abajo de la tierra (trabajadores, esclavos) y el de la superficie (propietarios, pensadores, intelectuales); “1984” (1984, Michael Radford), basada en la novela de George Orwell, introduce el concepto del Gran Hermano que agobia la vida cotidiana; “Fahrenheit 451” (1966, François Truffaut, y versiones posteriores), basada en la novela de Ray Bradbury, muestra un estado que prohíbe los libros y, como siempre, alguien se rebela; “V for Vendetta” (2005, James McTeigue), expone con un clima político opresor ante el que sólo parece posible una rebelión violenta; en “Brazil” (1985, Terry Gilliam), una nimiedad (una mosca que cae sobre una tecla de una máquina de escribir) desata una caza de brujas en una sociedad basada en la burocracia y el poder sde las máquinas.
No lejos de esa perspectiva, “Nunca me abandones” (2010, Mark Romanek), película dramática y dolorosa, basada en la novela de Kazuo Ishiguro, muestra la crianza despersonalizada de seres humanos predestinados inexorablemente a ser donantes de órganos; no lejos en la temática, “La isla” (2005, Michael Bay) describe a grupos de seres humanos agrupados en una especie de campo de concentración (aunque algo más amigable) que en realidad resultan ser clones que serán utilizados para aportar sus órganos según las necesidades de los humanos “originales”; desde otra perspectiva, la discriminación de los humanos se aprecia en “La guerra del cerdo” (1975, Leopoldo Torre Nilson), que presenta una sociedad distópica en la que los jóvenes acechan, amenazan y matan a los viejos.
La interacción con robots “pensantes” ya no sorprende a nadie, y si bien aún no forman parte de nuestra vida cotidiana, todos conocemos ejemplos de robots diseñados con algoritmos avanzados que pueden hacer frente a siuaciones complejas. “Yo, robot” (2004, Alex Proyas), basada en un libro de relatos de Isaac Asimov, es una historia en la que se exponen las tres “leyes de la robótica”: primero, un robot no puede hacer daño a un ser humano o permitir que un ser humano sufra daño; segundo, un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la primera ley; tercero, un robot debe proteger su existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley. Interesante (podrían probar esas mismas leyes entre los humanos, ya que estamos). En “Blade Runner” (1982, Ridley Scott), basada en la célebre novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, otro tipo de humanoides creados por los humanos, los replicantes, se amotinan y parece que ya no hay lugar para todos en la sociedad. Hay robots más pacíficos, casi perfectos, como en “The Stepford Wives” (1975, Bryan Forbes), basada en la novela de Ira Levin, en la que una pareja llega a un pueblo en el que todas las esposas son sumisas, hermosas, dispuestas, amigables; todo parece armónico y a la recién llegada no le parece natural… La película fue tan exitosa que tuvo muchas versiones, la última en 2004. En una de tantas (“The Stepford Husbands”, 1996, Fred Walton) el asunto se invierte, pero la trama no cambia mucho. La apuesta se eleva en “Inteligencia Artificial” (2001, Steven Spielberg), en el que el niño robot no sólo piensa sino que tiene sentimientos, que son dañados por sus padres humanos, o en “Her” (2013, Spike Jonze), en el que el protagonista se obsesiona (y se enamora) de una asistente virtual de inteligencia artificial con la que contacta desde su laptop.
La sociedad distópica violenta es el tema alrededor del cual gira “La Purga” (2013, James DeMonaco), en la cual durante una noche al año los ciudadanos tienen permitido asesinar a quienes les plazca sin que eso sea considerado delito. La violencia ejercida en forma ejemplificadora como método para resolver problemas de la sociedad está desarrollada magistralmente en la extraordinaria “Battle Royale” (“Batoru Rowaiaru”, 2000, Kinji Fukasaku), en la que cada año, como respuesta del gobierno al desmadre de violencia juvenil y estudiantil, un grupo escolar elegido al azar es llevado a una isla en la que deben matarse entre ellos, hasta que sólo uno sobreviva. Si bien la película es atroz, la frase final de uno de los protagonistas permite ver humanismo en el mensaje (después de que cuarenta adolescentes se masacren entre ellos, suena raro hablar de humanismo…). Una “casi copia” de esa película es “Los juegos del hambre” (2012, Gary Ross), basada en la novela de Suzanne Collins; en este caso, en un país distópico, cada año el “gobierno central” expone a una pareja de jóvenes de cada una de sus doce provincias (años atrás rebeladas contra el gobierno) a una batalla a muerte en la que sólo uno sobrevivirá, con el agregado de que toda esa carnicería juvenil es transmitida por televisión a todo el país, presentada como un reality show. En sintonía con esto, “Rollerball” (1975, Norman Jewison) presenta un Estado mundial corporativo en el que su deporte estrella consiste en una verdadera batalla entre dos equipos sobre patines, con armas, motos y violencia desenfrenada, en el que las reglas no sólo avalan la violencia sino que está permitido que los jugadores se maten entre sí.
El ambiente apocalíptico que hace pensar que el fin de la humanidad se acerca es otra manera de encarar la distopía. “Los niños del hombre” (“Children of men”, 2006, Alfonso Cuarón) expone un mundo en el que la infertilidad de la raza humana trae, como era de esperar, problemas, peleas, violencia y lucha por migajas de un poder que ya no servirá para mucho, ya que la humanidad se encuentra cerca de su extinción definitiva; “La Carretera” (2009, John Hillcoat), basada en la novela de Cormac McCarthy, muestra a un padre y su pequeño en un viaje por la nada, luchando por la supervivencia en un mundo convertido en un páramo estéril; “The Book of Eli” (2010, Albert Hughes) presenta un argumento parecido, aunque en este caso la travesía es de un tipo bastante particular que debe sobrevivir luchando contra todo mientras transporta un libro con el secreto que supuestamente salvaría a la humanidad, a esta altura casi exterminada debido a una catástrofe nuclear que convirtió al mundo en un desierto tóxico. En otro escenario apocalíptico, “Mad Max” (1979, George Miller, y versiones posteriores) el mundo se ha quedado sin combustible, sin energía y sin agua, y la violencia entre grupos humanos parece la única forma de mantenerse con vida.
La distopía también se hace presente mostrando las posibilidades del cerebro humano. “Lucy” (2014, Luc Besson) muestra lo que ocurriría si se encontrara la manera usar la totalidad de la capacidad del cerebro humano, basándose en el concepto de que normalmente sólo se usa el 10% de la misma; “Inception” (2010, Christopher Nolan) plantea la posibilidad de manipular las conductas y pensamientos humanos incursionando en su actividad onírica; “Minority Report” (2002, Steven Spielberg), basada en un relato breve de Philip K. Dick, introduce la posibilidad de prevenir delitos debido a personas que han desarrollado habilidades “pre-cognitivas”.
Finalmente, llegamos a “Un mundo feliz” (“Brave New World”, 1980, Burt Brinckerhoff, y versiones posteriores), basada en la célebre novela de Aldous Huxley, en la que se presenta una sociedad en la que tanto los instintos agresivos como las emociones pueden ser controlados y suprimidos por medio de drogas y fármacos diversos, la tecnología ha llegado a n nivel tan elevado que los humanos pueden aprender mientras duermen, la reproducción humana se ha optimizado, ya no hay guerras ni pobreza, la sexualidad es libre, cada uno acepta su rol en la sociedad sin quejarse ni aspirar a otra cosa y todos son felices. El detalle es que todo eso se ha logrado eliminando la diversidad, la familia, el arte, las ideologías, la religión, el pensamiento crítico, el amor. Podría discutirse si se trata de una distopía en realidad, ya que la forma de convivencia humana sin conflictos no parece algo indeseable. Incluso hasta se podría pensar que se parece más a una utopía que a una distopía. Cada uno tendrá su opinión.
Hoy, a principios del siglo XXI, muchas de las cosas que muestran las películas citadas no parecen tan lejanas. No parece imposible clonar seres humanos, ni convivir a diario con robots “inteligentes”, ni que se agote el combustible en el mundo, ni que la humanidad se vuelva infértil, ni que se pueda saber lo que sueña una persona, ni que algunos sobevivan a una catástrofe nuclear, ni que se discrimine gente hasta matarla (ya ocurre), ni que se permita el asesinato (ya se permite), ni que la burocracia destruya cualquier argumento razonable (ya ocurre), ni que la violencia se ejerza como correctivo (ya ocurre).
No estamos tan lejos de ser una sociedad distópica, si es que no lo somos ya. Las diferencias con respecto a lo que vemos en las películas, en algunos casos, parecen ser matices meramente cuantitativos. La que hoy es considerada una novela o película distópica, en unas décadas puede ser calificada como una novela o película… de anticipación.
Es lo que hay.