La diáspora cardenalicia

“Dame seis cartas escritas por el hombre más honesto

y encontraré en ellas una razón para colgarlo”

Armand Jean du Plessis (cardenal Richelieu)

No solo los reyes fueron víctimas del terror jacobino durante la Revolución Francesa. Algunos de sus funcionarios lo sufrieron en lo poco que les quedaba de carne propia. Unos versos que se decían entonces se referían al cardenal:

Yace aquí el gran Cardenal,

que hizo en vida mal y bien,

el bien que hizo lo hizo mal,

el mal que hizo lo hizo bien.

Al parecer, nadie simpatizaba con Armand du Plessis, más conocido como el cardenal Richelieu.

La iglesia de La Sorbona era el cementerio privado de su familia. Allí se encontraban veintisiete parientes del purpurado y el hermoso monumento mortuorio, obra de Girardon[1], que albergaba sus restos. En mayo de 1793, el cuerpo embalsamado del cardenal fue exhumado y decapitado. La Revolución no solo cortaba las cabezas de los monarcas vivos, sino también de los muertos; hasta sus estatuas fueron privadas de sus regias testas.

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Cardenal Richelieu.

Cardenal Richelieu.

En el medio del desorden reinante, la cabeza del cardenal fue sustraída por un tal Cheval, que pasaba por el lugar y que, al parecer, no tenía mayores razones para guardar resentimientos contra el otrora todopoderoso purpurado. La cabeza de Richelieu -en realidad, la cara-, en un espectacular estado de conservación, pasó a manos de Nicholas Armez. Por años la lució en un fanal de su Château du Bourblanc (Britania). Tal era su estado de conservación que fue prestada al pintor Ignace François Bonhommé para que hiciera un retrato del cardenal en el Palacio del Consejo de Estado. Por muchos años, la familia Armez cedió la cara del prelado al colegio de Saint-Brieuc, para que fuera expuesta los días de entrega de los premios a los alumnos. Desconocemos si esta exposición lograba algún efecto edificante sobre el estudiantado.

A pesar de cierta resistencia a entregarla, la familia Armez, ante un pedido de Napoleón III, se dignó a devolver el macabro recuerdo para que fuera reintegrado al cadáver de Richelieu, el 15 de diciembre de 1866. Desde entonces, el cardenal yace casi íntegro, y decimos casi porque, aunque en esa oportunidad, Victor Dupuy, ministro de Educación de Napoleón iii, afirmó que de allí en más, el cardenal descansaría para siempre, se equivocaba: nada es para siempre. Treinta años más tarde, en 1895, el sarcófago fue nuevamente abierto para un examen de rutina. El entonces ministro de Relaciones Exteriores y experto en la biografía del cardenal, Gabriel Hanotaux, pidió ver el cadáver de su ídolo y, extasiado por su contemplación, aprovechó la oportunidad para llevarse la célebre barba del prelado y el meñique, que se unió a los otros dedos que ya monsieur Hanotaux atesoraba.

En 1947, a la muerte de Hanotaux, sus descendientes se encargaron de devolver la barba, el meñique y dos falanges, guardados en una caja de habanos que, desde entonces, descansan en esta bella tumba en La Sorbona.

tumba richelieu

[1]. Basada en dibujos de Le Brun.

Extracto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato (Olmo Ediciones).

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