A nadie debería sorprender la afirmación que el movimiento libertario de las colonias españolas en América hubiese sido difícil de complementar de no haber contado con la asistencia de Inglaterra. Surge entonces, como referencia ineludible, el nombre de Percy Clinton Sydney Smythe, más conocido como Lord Strangford, embajador británico ante el rey de Portugal y Brasil, de significativa actuación durante los ajetreados días de mayo. Nuestro Lord pertenecía a la más rancia nobleza, ya que sus ancestros se remontaban a los tiempos de Guillermo el Conquistador. Por ejemplo, Lord Henry Sydney Penshurst (1529 – 1586) fue embajador ante la corte de Felipe II de España, cuando el monarca hispano tuvo a bien desposar a María Estuardo. Su hijo, Sir Philips (1554 – 1586), murió peleando por Inglaterra en la batalla de Zutphen. No sólo fue recordado por su valor sino por sus poemas, alabados por el mismo Ben Jonson. Su descendiente también recibirá las visitas de las musas, pero con menos fortuna que Sir Philips… Por último, antes de adentrarnos en nuestro personaje, debemos hacer mención de Sir Algermon Sydney, uno de los jueces que condenó a Carlos I a perder su cabeza. Lord Algermon, a pensar de sus servicios al país, fue juzgado por regicida y sentenciado a morir en 1683. Lord Strangford llegó al mundo el 31 de agosto de 1780. La precoz muerte de su padre lo sumió en dificultades económicas que lo obligaron a seguir la carrera diplomática aunque las letras fuesen su vocación. Percy se inició como escribiente en le Foreign Office, gracias a la mediación de su poderoso pariente el Duque de Northmberland. A pesar de su trabajo, no dejó de lado su vocación literaria que, curiosamente, se inclinó hacia la traducción de la obra de Camoens. El dominio del portugués no fue un elemento menor a tomar en cuenta al momento de enviar al joven Lord a su primer destino diplomáticos que fue, justamente, la tierra lusitana. A poco de llegar, Lord Stranghford quedó a la cabeza de la Misión por el precoz retiro de Lord Fitzgerald. Le tocó asumir la dirigencia de las relaciones diplomáticos en una momento sumamente delicado, ya que la ambición napoleónica dirigía sus ojos hacia tierras portuguesas gobernadas por el rey Juan, por entonces regente dada la enajenación de su madre. Acorralados por la presión de los franceses, Inglaterra propuso a sus aliados una medida inédita: la corte portuguesa debía abandonar Lisboa en naves británicas para asentar sus reales en Río de Janeiro a fin de no terminar sometida por el mariscal Junot. La diligencia de Lord Strangford obró milagros. Supo ganarse la confianza de la corte y su tarea se vio coronada por el éxito. Los franceses tomaron Lisboa justo a tiempo para ver las naves inglesas adentrarse en el océano. El mismo Lord asistió al rey Juan a subir a la nave insignia y acompañó al monarca mientras las cúpulas de Lisboa desaparecían de su vista.
La flota transportó a 15.000 miembros de la nobleza portuguesa incluyendo 15 integrantes de la familia real. Además se llevaron la mitad del dinero que circulaba en el reino de Portugal. Los franceses se habían quedado con una cáscara vacía. El éxito de la operación, más el reconocimiento de la corona británica por lo actuado, crearon envidias y recelos contra Strangford. Lord Napier quitó mérito a la actuación del joven diplomático y el almirante Sydney Smith, encargado de la flota británica, se atribuyó el éxito de la operación, pues dijo haber amenazado con bombardear Lisboa, influyendo así sobre el dubitativo animo del rey Juan que debió elegir entre el mal conocido -sus aliados ingleses- y el mal desconocido -Junot, sus tropas francesas y las veleidades de Napoleón-. De una forma u otra, se cerraba el primer capitulo de la azarosa existencia de Lord Strangfrod que viviría días de gloria en estas costas americanas. El joven Lord había ganado una importante batalla para Inglaterra sin derramar una gota de sangre. Brasil y la corte lusitana quedaba bajo la protección del imperio británico que de esta forma proyectaba su poder sobre la América española. Después de 55 días de accidentada navegación, la flota arribó a Bahía. Allí el rey Juan tomó una decisión que dejaba traslucir, sin duda alguna, la influencia inglesa: sus colonias se abrirían al libre comercio. Poco se detuvieron en Bahía y la corte se dirigió a Río de Janeiro. La nobleza portuguesa debió pasar varios días buscando un lugar decente donde vivir. Pero ese no fue problema para Lord Strangford que se dirigió hacía Londres, después de acompañar al rey Juan hasta Madeira. El mismo Canning congratuló a Strangford y considerando la notable influencia que había ejercido sobre la corte, nadie mejor que él para manejar las relaciones lusitanas en América. Hacía Río fue el joven Lord a continuar su gesta diplomática. No bien desembarcó, el rey Juan requirió su presencia. Strangford recibió un cálido recibimiento donde el rey le rogaba que tuviese a bien olvidar cualquier desafortunado evento del pasado que pudiese empañar la nueva relación entre las dos naciones. Para cuando Strangford llegó a Río de Janeiro ya estaba al tanto del fracaso de ambas expediciones inglesas al Río de la Plata, de hecho, el mismo Canning le había manifestado que de aquí en más las relaciones se limitarían a “una política comercial”. En Río conoció a dos emigrados que habían asistido a escapar al general Beresford, nos referimos a Saturnino Rodríguez Peña y a Manuel Padilla, vehementes propulsores de la independencia de las colonias españolas. Rodríguez Peña subsistía en Río gracias a la pensión concedida por el gobierno británico. Esta estaba lejos de ser muy generosa, apenas lo indispensable para mantener decorosamente a su esposa y cinco niños. Por su parte, Padilla se dirigió a Inglaterra donde trabó una estrecha relación con el general Miranda. (ver recuadro) La casa de Rodríguez Peña fue un foco de conspiración antiespañola y Strangford no dejó de estar al tanto de todo lo que se tramaba en la ciudad carioca, más cuando Padilla volvió de Inglaterra con una carta del marqués de Wellesley recomendándole a Strangford “dar protección y apoyo” a estos dos emigrados que habían dado señas de una disposición probritánica fuera de lo común. El joven Lord prestó el solicitado auxilio cuando el representante de la Junta sevillana ante la corte lusitana, el marqués de Casa Irujo pidió la aprehensión de Rodríguez Peña, Padilla y Pueyrredón (a la sazón de vuelta en América, después de su poco exitoso periplo por tierras españolas). En esta oportunidad se pudo aprovechar la influencia que el ingles tenía sobre el monarca lusitano. Juan le dio largas al asunto para decepción y furia del español. Padilla también fue el centro de un episodio tragicómico, ya que el diplomático español lo hizo secuestrar del barco que lo conducía a Buenos Aires para adueñarse de sus papeles y así demostrar, sin lugar a dudas, su animo conspirativo. Sin embargo, en los baúles de Padilla solo se encontró la carta de Lord Strangford, circunstancia que terminó con la prisión del oficial portugués que había cumplido con las ordenes del diplomático español. Padilla continuó su viaje a Buenos Aires como emisario confidencial entre Lord Strangford y los conspiradores porteños, una alianza clave para la liberación de esta colonia. Durante esta relación es que surge la figura de la máscara de Fernando VII, como una idea de Strangford. Inglaterra no podía estar enfrentada a España, su nueva aliada contra Francia. Los conspiradores porteños recibirían el apoyo de Inglaterra solo si mantenían esta figura para ocultar sus intenciones. La idea gustó entre los hombres de Mayo que aceptaron este doble juego como la única forma de desprenderse del dominio español y permanecer bajo la protección de la Rubia Albión.