Treinta policías al mando del coronel Francisco Bosch, lo buscaron en el prostíbulo La Estrella. Moreira no pensó en entregarse y, al intentar escapar trepando un tapial, el sargento Andrés Chirino le clavó la bayoneta de su fusil, iniciando el mito del gaucho renegado, víctima de una sociedad injusta.
Su cuerpo permaneció insepulto por varios días, ya que todos querían ver el cadáver del célebre matón, y su cráneo fue objeto de estudio por un médico de Lobos, llamado Tomás Liberato Perón, que deseaba encontrar en los accidentes óseos de la cabeza de Moreira la causa de sus tendencias criminales. Eduardo Gutiérrez dio cuerpo a la leyenda, y los hermanos Podestá le dieron vida al personaje, piedra fundamental del teatro argentino.
Juan Moreira no siempre fue Juan Moreira; había sido bautizado bajo el nombre de Juan Gregorio Blanco, nacido cerca del bañado de Flores. Era hijo de Mateo Blanco y María Ventura Núñez. Blanco era gallego, un hombre de Rosas que había servido bajo las órdenes del célebre coronel Ciriaco Cuitiño. Por algunos excesos cometidos por Blanco, Rosas ordenó su ejecución. La madre decidió alejar a su hijo de la ciudad y lo llevó a vivir por la zona de Lobos, donde Juan cambió su apellido a Moreira. Trabajó de peón en la estancia de los Correa Morales y allí se casó con Vicenta Santillán. Persona trabajadora, paisano de a caballo, era un hombre respetado en el vecindario hasta que en 1856 mató al pulpero Sardetti por el cobro de una deuda.
El crimen le ganó fama de hombre de armas llevar, de esos que necesitaban los políticos en tiempos del voto cantado. Era menester hacer entrar en razón al sufragista a punta de facón y Moreira se especializó en promover tal corrección política. Fue guardaespaldas de Adolfo Alsina, que premió su lealtad con un soberbio caballo y un facón con cabo de plata. Con éste ultimó a una tal Juan Córdoba de 29 puñaladas. La causa de tanta saña dijeron que se debía a un asunto de polleras. Tras este asesinato, Moreira se lanzó a una vida de fugas, marginalidad y asesinatos. Por un tiempo se escondió en las tolderías de Simón Coliqueo en los pagos de 9 de Julio.
Durante las elecciones de 1874, sus servicios fueron requeridos una vez más para “convencer indecisos”, pero en la contienda asesina a otro matón de comité, llamado José Leguizamón. Días más tarde ultima a Melquíades Ramallo de dos disparos en el pecho. Ramallo se jactaba diciendo que habría de aprender a Moreira vivo o muerto. No tuvo suerte.
Moreira sumaba ya 15 muertos y se había convertido en un estorbo para las autoridades, como antaño lo había sido su padre. Era menester callarlo para siempre y a tal fin lo siguió una partida al mando del coronel Bosch y el capitán Varela. Lo fueron a buscar al prostíbulo La Estrella, que el hombre solía frecuentar. Al final, a Moreira lo mató la soledad y estos amores mercenarios.
Su tumba en el cementerio de Lobos fue lugar de peregrinación, siguiendo los ritos propios de la veneración de los bandidos sociales, justicieros legendarios que actuaban como subrogantes de la protesta campesina, aunque el estudio de las causas de Moreira, hechas por los doctores Ricardo Levene y Guillermo Mac Laughlin lo señalan como “un violento, un criminal, un vulgar matón de pulpería. pendenciero, tramposo y borracho”.
¿Héroe popular o bandido? ¿Víctima o victimario? La oportunidad de dilucidar el enigma se presentó cuando el cuerpo de Moreira llevaba 3 años enterrado en el cementerio de Lobos. El Dr. Eulogio de Mármol exhumó el cadáver y conservó el cráneo a fin de estudiarlo a la luz de las teorías lombrosianas. Sin llegar a una conclusión sobre el origen de su criminalidad, Del Mármol le regaló el cráneo a su colega y amigo, el Dr. Tomás Perón, quien tampoco encontró en éste los estigmas criminales. Para disipar las dudas, el Dr. Perón se lo facilitó al frenólogo más conocido del momento, el Dr. Octavio Chaves, quien después de un detallado estudio de la cabeza de Moreira arribó a las mismas conclusiones de sus colegas: era el cráneo de un individuo normal, que “concibió por alcance propio, el derecho personal que lo asistía y repelió la fuerza con la fuerza, hasta que fue vencido por la fuerza”, certificó Chaves, en enero 1928.
Al fallecer el Dr. Perón, el cráneo fue a parar a manos de su esposa (Dominga Dutey Cirus) quien a posteriori se lo cedió en herencia a su hijo Mario Tomás. Éste conservaba el cráneo de Moreira en su estudio, en perfecto estado de preservación, hasta que su hijo pretendió asustar a una vecinita, con tal mala fortuna, que el cráneo cayó y Juan Moreira perdió, después de muerto, algunos dientes a mano de Juan Domingo Perón.
El cráneo de Moreira fue donado al Museo de Luján mientras su leyenda crecía gracias a la novela de Eduardo Gutiérrez y la obra de teatro escrita para los hermanos Podestá, representada con tal verismo que una noche en Chivilcoy un paisano subió al escenario facón en mano, proclamando que “así no se mata a un criollo”.