El levantamiento del Dos de Mayo

El motín de Aranjuez había supuesto la caída de Godoy y la abdicación forzada de Carlos IV, con­virtiendo a su hijo Fernando, inductor de la revuelta, en rey de España. Al conocerse la noticia en Francia, Napo­león ordenó al mariscal Murat dirigir­se cuanto antes a Madrid, donde este llegó pocos días después. Casi al mis­mo tiempo hizo su entrada en la capi­tal el nuevo monarca, Fernando VII, acompañado de su familia.

En Madrid se habían reunido 36.000 sol­dados galos, tres divisiones comple­tas, de los que 10.000 se hallaban acantonados en su interior. Tanto las autoridades francesas como las espa­ñolas llamaron a la tranquilidad, aun­que fue imposible evitar fricciones entre unas fuerzas que comenzaban a comportarse como ocupantes y la so­ciedad civil.

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El mariscal francés Joaquín Murat.

 

El mariscal francés Joaquín Murat.

 

 

 

 

Al cabo de poco, Fernando VII par­tió hacia Bayona al encuentro de Napoleón. Tam­bién lo hizo días después su padre, así como buena parte de la familia real. Las inten­ciones del emperador consistían en aprovechar aquella lucha por el poder en el seno familiar para hacerse direc­tamente con la Corona y transferirla a su hermano José Bonaparte.

1. Aumenta la tensión

En Madrid quedaba únicamente la Junta de Go­bierno, presidida por el tío del rey, el infante don Antonio. A partir de ese momento comienza a gestarse en el ambiente una crispación creciente y se empieza a hablar de un posible mo­tín.

El descontento por la ausencia del monarca era notorio, mientras que proliferaban los roces entre soldados galos y población. No hay pruebas definitivas de cuál fue la causa inmediata de la insurrección del 2 de mayo, aunque es posible que tanto el estallido popular espontáneo como cierta planificación de los partidarios de Fernando coexis­tiesen como desencadenantes.

2. Ganando adeptos

El capitán de artillería Pedro Ve­larde, que sería uno de los protagonistas de la jornada, trató de sumar a los mismos a las altas jerarquías del Ejército en los días previos a la revuelta, lo que resultó inútil. En quien encontró apo­yo fue en su compañero de armas Luis Daoiz, también capitán, que manda­ba la segunda batería del tercer regi­miento, ubicada en el parque de Mon­teleón.

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Luis Daoiz, capitán de artillería en el parque de Monteleón.

 

Luis Daoiz, capitán de artillería en el parque de Monteleón.

 

 

 

3. La víspera

Tras la abdicación de los monarcas españoles en favor de Napoleón, y al saber que los miembros de la familia real que que­daban en palacio (la infanta María Luisa y el infante Francisco de Paula) iban a ser trasladados el 2 de mayo a Francia, se decidió aprovechar ese momento para iniciar la rebelión. La emotiva defensa por la permanen­cia de los infantes en España podía ser una excusa perfecta para arrastrar a la insurrección a amplios sectores socia­les.

Sin embargo, el mariscal Murat, advertido del riesgo, dictó un bando prohibiendo “corrillos” en la Puerta del Sol, y se ordenó a los pocos efectivos españoles que quedaban en la ciudad que no se moviesen, aunque, por si acaso, se retiró la munición a las fuerzas que estaban de servicio. El 1 de mayo los conspiradores habrían llamado al pueblo de Madrid a concentrarse al día siguiente ante las puertas del Pala­cio Real.

4. Estalla la rebelión

La mañana del día 2, desde el interior de palacio, sonó un grito varias veces re­petido de “¡Traición!”, que fue res­pondido por grupos de gente congre­gada a las puertas con “¡Mueran los franceses!, ¡que no salgan los infan­tes!”, mientras trataban de impedir que partiese el carruaje. A la vista de los acontecimientos, el mariscal Murat ordena que un batallón de granaderos de la Guardia Imperial acuda con dos cañones a despejar las puertas de palacio. Sus descargas ma­tan a diez españoles.

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El infante Francisco de Paula.

 

El infante Francisco de Paula.

 

 

 

 

La noticia se extiende de in­mediato por la capital y los fran­ceses comienzan a ser atacados en varios puntos. La animosidad po­pular hacia los extranjeros era un cam­po abonado en el que fructificarían las consignas a favor del rey Fernando. Cuadrillas de 50 hombres, según algu­nos preparadas desde hacía días, co­mienzan a hostigar a los galos.

5. Sangre en las calles

Los sublevados se concen­traron en la Puerta del Sol. Pronto co­menzaron a entrar en masa en la ciu­dad las tropas francesas y a dirigirse hacia ese punto. Eran 2.000 corace­ros, 3.000 jinetes y 4.000 soldados de infantería. Poco después entraron por otros puntos 10.000 hombres más, ocupando todo Madrid. Fue en la Puerta del Sol donde se dan los cho­ques más violentos, que Goya inmor­talizó en La carga de los mamelucos .

Allí, cientos de españoles armados con navajas, cuchillos y algunos fusiles arrebatados al enemigo plantaron cara a la caballería polaca y a los mamelucos de la Guardia Imperial, en una feroz lucha cuerpo a cuerpo que solo la ac­ción de la artillería decantó hacia el bando galo. A continuación, los dis­turbios se extendieron por las calles ad­yacentes, en una sucesión de peque­ños choques que iban concluyendo con la huida de los amotinados.

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La carga de los mamelucos, obra de Goya.

 

La carga de los mamelucos, obra de Goya.

 

 

 

 

6. La defensa de Monteleón

El único cuartel que se puso abier­tamente del lado de los insurrectos fue el parque de artillería de Monte­león. Allí se dirigió Pedro Velarde con los refuerzos que había consegui­do del regimiento de Voluntarios del Estado. Tras repartir las armas entre los soldados y la muchedumbre, se prepararon para la defensa.

Los primeros embates franceses fueron rechazados. El parque de Monteleón se había convertido en el centro de resistencia más importante, y fue preciso para los franceses recurrir a refuerzos de artillería. Las nuevas fuer­zas que atacaron el cuartel por tres puntos a la vez comenzaron a masacrar a los defensores.

Las descargas de sus cañones fueron terriblemente destructivas y la lucha cesó. Velarde murió de un dis­paro, y Daoiz, herido en una pierna, fue cosido a bayonetazos tras la rendición, igual que otros defensores. La mediación de generales españoles afrancesados impidió que la masacre fuese mayor entre los que se habían rendido. Poco des­pués de sofocada la rebelión, el alcalde del cercano pueblo de Mósto­les, enterado de los sucesos de Ma­drid, declaraba la guerra a Francia.

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La defensa del parque de artillería de Monteleón.

 

La defensa del parque de artillería de Monteleón.

 

 

 

 

7. Decreto de muerte

Por la tar­de del 2 de mayo, Murat firmó un de­creto en el que se ordenaba fusilar a todos los apresados durante la rebe­lión, así como a aquellos a los que se les sorprendiese portando armas. Las ejecuciones comenzaron de inmedia­to en diferentes puntos, como en la montaña del Príncipe Pío, en el paseo del Prado y en el portillo de Recole­tos, y se prolongaron durante varios días. Fue Goya, una vez más, quien inmortalizó la represión en el estremecedor cuadro conocido co­mo Los fusilamientos del 3 de mayo .

 

 

Texto extraído del sitio: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20180428/47313532162/el-levantamiento-del-dos-de-mayo.html#foto-6

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