La batalla de Copenhague (2 de abril de 1801)

Antecedentes

A principios de 1798 un convoy de barcos mercantes suecos cruzaba el canal de la Mancha en dirección a las costas de Normandía (Francia). Iba escoltado por dos fragatas de la misma nacionalidad, cuando a estribor surgieron 6 velas de guerra –entre ellas un navío de tres puentes- que arrumbaban directamente hacia él. Una vez confluyeron, el convoy redujo vela y aquéllas lo rodearon, invitándolo a la voz a cambiar el rumbo y dirigirse al norte, al tiempo que los navíos abrían las portas de los costados. Ante la negativa del comandante del convoy, el oficial al mando de la escuadra asaltante en el buque más avanzado giró la cabeza en dirección a su castillo de proa y, acto seguido, una descarga múltiple agujereó el casco de la fragata sueca más próxima. Esto fue seguido de un repiqueteo de efecto dominó en toda la flota pirata que demolió casi la totalidad de las dos fragatas. Poco después los mercantes y su protección desaparecía rumbo norte secuestrados por sus asaltantes.

En las postrimerías de ese siglo, un buque mercante y una fragata daneses fueron interceptados y registrados en aguas del estrecho de Gibraltar por tres navíos de guerra. En esta ocasión los sorprendidos fueron autorizados a seguir su rumbo.

Otro célebre acto de piratería naval tuvo lugar en las cercanías de Ostend (Bélgica) en el verano de 1800. Un convoy de transportes danés escoltado por dos fragatas que venía del mar Báltico fue interceptado por una escuadra de 5 buques de línea, uno de ellos de primera clase. Desde éste se envió un bote a una de las fragatas con la intención de inspeccionar la carga. Cuando el bote aún no había llegado a destino, una andanada desde el tercer navío invasor segó la vida de varios marinos de la otra fragata que se encontraba a escasos 100 metros. La fragata danesa devolvió el fuego y se inició una escaramuza entre ambas embarcaciones que finalizó con la confiscación y desvío del convoy.

En todos estos casos, los corsarios eran buques de la Royal Navy, que cumplían celosamente las instrucciones del Almirantazago de impedir la libre circulación mercante y el comercio marítimo en todo el orbe. Tras su éxito en Aboukir, Inglaterra se arrogó el derecho de propiedad de las aguas y veía con malos ojos cualquier fuente de abastecimiento a su archi-enemiga Francia, sobre todo de material susceptible de ser utilizado en la construcción y accesorios navales.

Al zar Pablo de Rusia no le gustó nada que Inglaterra se quedara en Malta después de desalojar a los franceses, a pesar de haberse alineado con ella en contra de Francia a cambio de facilitarle la posesión de una base en el Mediterráneo. El rey inglés Jorge III había dicho algo así como que si Rusia quería una posesión en el Mare Nostrum que fuese allí y la ganase. Este resentimiento alimentó el deseo del país zarista de aunar fuerzas al margen de la confrontación galo-inglesa, fruto del cual, a finales de 1800, Rusia, Suecia, Dinamarca, Noruega –entonces danesa- y Prusia, firmaron en San Petersburgo un acuerdo por el que se declaraban neutrales y exigían su derecho a comerciar libremente con cualquiera de las partes beligerantes, lo que fue percibido por Inglaterra como una declaración de guerra, pues tanto Suecia como Noruega eran los más importantes proveedores de ingeniería naval a Francia (y a Inglaterra). Además, el tratado recogía que la palabra del comandante de un convoy mercante respecto a la carga era suficiente salvoconducto para seguir su rumbo sin ser inspeccionado. Cuando la diplomacia fracasó e Inglaterra amenazó a Dinamarca con represalias armadas si no abandonaba la coalición, el príncipe heredero Federico explicó su negativa por la posible hostilidad de la flota rusa en caso contrario.

Preparativos

John Jervis, primer Lord del océano y comandante en jefe de la flota del canal, que incluía toda la costa hasta el golfo de Vizcaya y Portugal, fue consultado por el Almirantazgo. El conde de S. Vicente propuso golpear a la flota rusa en sus puertos inicialmente, pero el mar estaría congelado hasta abril. Se decidió por tanto una expedición punitiva a Copenhague, la capital danesa.

A principios de 1801 Horacio Nelson tenía un sabor agridulce en la boca. Estaba eufórico por su reciente ascenso a vicealmirante y por su inminente, aunque ilícita, paternidad (Horacia, nacida el 28 de enero). Su prestigio marinero estaba siendo socavado por su adulterio público con la esposa del embajador inglés en Nápoles, Emma Hamilton. La puritana sociedad británica se horrorizaba y no entendía la deambulación del héroe del Nilo en el cenagoso pantano del amor impuro. Un audaz lobo de mar sobre un buque de guerra, Nelson, cuyo matrimonio hacía aguas, era inseguro y pusilánime en sus relaciones personales, así como tímido y reservado. Cuando Emma alumbró a Horacia, Nelson estaba exultante, pero un manto de oprobio cubrió la marina inglesa y Jervis y su íntimo amigo Troubridge (con este capitán había compartido la gloria del Nilo, entre otras) se llevaron las manos a la cabeza avergonzados.

El almirante Hyde Parker había regresado recientemente de Jamaica. Allí había pasado los últimos cinco años como comandante en jefe de la flota inglesa en las indias occidentales. Con 61 años, se había casado hacía apenas dos meses con una adolescente, la hija del almirante Onslow, lo que supuso otro bofetón a la Royal Navy y, principalmente, a Jervis, pues consideraba que los marinos no debían casarse en tiempo de guerra. Cuando fue designado para comandar la escuadra con destino a la capital danesa, Parker entendió que se trataba de un “castigo” por haber contravenido aquella norma no escrita respecto al celibato y contraatacó dilatando su partida lo máximo posible y viviendo confortablemente en Norfolk con su flamante esposa, que organizaba actos para sazonar su incipiente vida social, mientras su buque insignia London, de 98 cañones, y la dotación del mismo, soportaban la furia del mar del norte fondeado en el puerto. Además, Parker delegó en su inmediato inferior la obligación de surtir la flota que sería de 15 navíos de línea, 2 de 50 cañones, varias fragatas y otras unidades menores como corbetas, balandras y cañoneras.

Nelson iba a ser el otro “castigado” por su pobreza moral y enviado a Copenhague. Como segundo de Parker, Nelson fue elegido personalmente por Jervis para revestir la operación de relevancia y agudeza tácticas, algo que parecía inane si consideramos que la marina danesa –en este envite unida a la noruega- tenía un potencial ridículo comparado con la inglesa y aparecía en el ranking como 7ª del mundo: la mayoría de las dotaciones estaban formadas por marinos no profesionales y el barco más grande tenía 80 cañones y dos puentes de artillería.

Nelson eligió inicialmente el San José (sí, el nuestro) para enarbolar su recién estrenada insignia, pero su gran calado y enorme peso serían un estorbo en aquellas aguas someras de la bahía de la capital danesa. Finalmente se decidió por el St. George, 98, capitán Hardy, a bordo del cual llegó a Yarmouth el 6 de marzo. Cuando fue informado de la pasividad de Parker, tomó un carruaje y se dirigió a casa para pasar los últimos días en compañía de su hija recién nacida y Emma antes de partir. La felicidad sólo duró seis días. En un manuscrito del Almirantazgo entregado en su domicilio se le ordenaba ponerse a las órdenes de Parker inmediatamente, requiriendo, a su vez a éste en otra misiva, para zarpar sin más dilación. Además de la premura propia de toda acción naval, en este caso la posibilidad de que las flotas sueca y rusa se unieran a la danesa en Copenhague aconsejaba mayor rapidez y prisa por llegar a destino.

Una vez azuzada, la escuadra se puso camino del Báltico el 12 de marzo. Nelson, exasperado, comprobó que Parker, en los sucesivos consejos de guerra a bordo de su insignia London y en consonancia con las directivas del consejo del rey Jorge III, abogaba por agotar hasta la última posibilidad diplomática para evitar la batalla naval y aquellos terminaban con la decisión personal del almirante de enviar emisarios a la capital danesa en embarcaciones rápidas, adelantándose a la flota, mediante los cuales reiteraba la exigencia de Londres a Copenhague de que abandonase la neutralidad armada y se alinease con Inglaterra en contra de Francia, con el apercibimiento de choque naval en caso contrario. Invariablemente estos volvían con una negativa del príncipe heredero. El espíritu guerrero de Nelson chocaba con la senectud prematura del recién casado Parker a quien, como se vería en el transcurso de los acontecimientos, importunaba sobre manera esta comisión que se le había encomendado. El loco de San Vicente, apelativo aplicado a Nelson en la marinería inglesa de la época, se vio obligado a aplacar su carácter expeditivo diseñando un plan de acción en su camarote para atacar a la flota danesa que se encontraría en una situación similar a la que halló en Aboukir.

En la batalla de San Vicente, de resultados indignantes para las armas españolas, Nelson, después de romper la línea de batalla inglesa y contraviniendo una orden directa del comandante en jefe, llevó su navío el Capitán, motu propio, ante los descomunales barcos españoles. En un momento dado llegó a estar bajo el fuego de 4 navíos simultáneamente y vio morir a una buena parte de su dotación, a pesar de la escasa efectividad del fuego hispano. Desde ese momento, y debido al estruendo del cañoneo, quedó medio sordo y el ojo bueno comenzó a lagrimear, lo que le obligaba a mirar fijamente a los labios de su interlocutor para comunicarse con precisión y sostenía permanentemente un pañuelo en la mano para enjugarse los lagrimales. Estas características, junto con la mutilación que padecía en el brazo derecho desde que hacía cuatro años intentó subir al Teide sin el permiso del gobernador de Tenerife, le habían granjeado aquel sosias que aludía más bien a su temeridad y desprecio a la vida al mando de un navío de guerra que a su presunto desequilibrio mental.

La convivencia de Nelson con Parker se desarrollaba en una atmósfera irrespirable. El viejo vinagre, como era conocido el almirante en jefe en la Royal Navy debido a su carácter vesánico e incendiario, no toleraba ni el más mínimo desliz. En una ocasión, un centinela del St George, insignia de Nelson, defecó accidentalmente sobre el mascarón de proa. El comandante del navío, Hardy, propuso un escarmiento público a modo de ejemplo, pero Nelson solicitó que se hiciese la vista gorda. Llegado a oídos de Parker, éste se encolerizó y ordenó flagelar al que había protagonizado semejante ultraje en un barco de su majestad, a lo que Nelson se opuso enérgicamente. Finalmente los 20 latigazos que impactaron en la espalda del desafortunado guardián dibujaron una sonrisa socarrona en la cara de Parker y un gesto de frustración en la del loco de San Vicente.

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Plano de la batalla por Gardiner.

Plano de la batalla por Gardiner.

Otro evento que supuso un intercambio de miradas coléricas entre el almirante de la flota y su segundo fue la orden de decomiso, por parte del primero, de las mejores capturas que sucumbían a las artes de pesca de los distintos bajeles de la escuadra, incluido el St George de Nelson, y que acababan en el plato de Parker. Estas fricciones menores fueron muy habituales durante la derrota de la flota y no eran más que una antesala de los desencuentros que se avecinaban en los próximos días en lo tocante a la estrategia bélica y, particularmente, al tratamiento de la confrontación con la alianza.

Cuando el 24 de marzo la flota llegó a The Sound, el estrecho que separa Suecia de Dinamarca, Parker ordenó echar el ancla con la intención de ponderar el rumbo a seguir, pues a ambos lados las fortalezas artilladas suponían el primer escollo. Nelson se revolvía en su camarote ante esta nueva y, para él, incomprensible dilación y no cesaba de tildar a Parker de vieja. El aliento bélico de Nelson desbordaba su pequeña anatomía e identificaba a su jefe como el mal de toda su frustración y cólera. Aunque no fuese más que anecdótico como posteriormente quedaría plasmado, el máximo responsable del auge de la Royal Navy había sido ubicado bajo un almirante cauto y juicioso, perteneciente a una egregia prosapia de marinos y con una dilatada carrera profesional y que había amasado una considerable fortuna personal saqueando todos los convoyes españoles y franceses que entraban o salían del Caribe. Nelson se sentía humillado y su brío guerrero, sometido. Era muy difícil encontrar a dos personajes más antagonistas en la marina inglesa. Si él estuviera al mando de la expedición, ya hubiese llegado a Copenhague y ordenado caza general desde el momento de avistar al enemigo, táctica que le reportó los laureles egipcios. Pero el Almirantazgo consideraba que la escuadra era demasiado grande para un vicealmirante de cuarenta años, adúltero y padre ilícito, ya que, durante la travesía, se les habían unido 3 navíos de línea, con lo que ahora estaba formada por 20 buques, 4 fragatas, otras tantas corbetas y varias balandras y cañoneras.

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Cañonera danesa. La escuadra danesa estaba bien  surtida de esta clase de buques tan apropiados para escenarios como el  de esta batalla.

Cañonera danesa. La escuadra danesa estaba bien surtida de esta clase de buques tan apropiados para escenarios como el de esta batalla.

El 30 de marzo y después de atravesar The Sound bajo el fuego de las baterías danesas del Helsingor, la flota fondeó a 15 km al norte de Copenhague. En los consejos de guerra en el buque insignia, Nelson pedía a Parker 10 navíos y se ofrecía una y otra vez para atacar ipso facto. La mayoría de los oficiales, incluido el propio Parker, proponían hacer un estudio minucioso de la posición del enemigo, las baterías de costa, y, sobre todo, de los bajíos de la bahía, lo que, una vez acordado, suponía más retraso a la acción armada. “Me importa un carajo por donde atacamos, pero hagámoslo ya!” -exclamó Nelson excitado ante la indecisión de los capitanes en cuanto a qué rumbo sería más seguro. Mientras tanto, varios diplomáticos fueron enviados de nuevo a parlamentar en el palacio de Annaliesborg con el príncipe Frederick, con objeto de evitar el uso de la fuerza, con idéntico resultado a los anteriores.

A pesar de la debilidad de la marina danesa –noruega todos estas precauciones no eran baladíes. Las defensas de la ciudadela (3 castillos) y el hecho de pelear “en casa” le daban una ventaja que Nelson insistía en ignorar: “cuanto más esperemos, más tiempo les damos para hacerse fuertes”- aseveró.

La batalla de Copenhagen

Después de mucho insistir, Nelson consiguió que Parker le cediese 12 navíos y todas las embarcaciones menores junto a las cuatro fragatas. Con esta escuadra, Nelson, que había cambiado su estandarte al Elephant de 74 cañones y menor calado que el St George, arrumbó al sur y fondeó en un extremo del Royal Channel el 30 de marzo, a 5 km al sur de la línea danesa. Desde esta posición el vicealmirante podía ver por primera vez con nitidez a sus enemigos y se le encogió el corazón. El coronel Stewart, a bordo del Elephant y al mando de las tropas de desembarco del 49 regimiento de infantería, vio como el pequeño marino transpiraba abundantemente -a pesar del glacial viento- mientras, con el catalejo, recorría la flota contraria anclada en una línea cerrada todo a lo largo de un extenso farallón que imposibilitaba doblarla, intercalada con innumerables baterías flotantes –pecios artillados- y respaldada por numerosas piezas de costa. Además, al norte, y defendiendo la entrada al propio puerto de la capital, se erigía la imponente fortaleza Trekronner, cuyo nombre alude a las tres coronas: sueca, danesa y noruega, acorazada con 68 cañones de 38 libras. Nelson tuvo que olvidarse de la audaz maniobra de Aboukir.

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Plano de situación de las fuerzas contendientes. Fuente: Wikipedia.

Plano de situación de las fuerzas contendientes. Fuente: Wikipedia.

La falta de cartografía fiable hizo que durante las noches del 30 de marzo al 1 de abril el capitán Hardy sondeara el Royal Channel, la parte navegable de la bahía por donde la flota inglesa se acercaría, es decir, aquélla paralela a la línea danesa y que discurría entre ésta y un gran banco de arena llamado Middle Ground. Esta estrecha franja de apenas dos cables era el único rumbo posible para los navíos y obligaba a una batalla a la antigua usanza, es decir, emparejamientos en paralelo. Nelson, por primera vez en mucho tiempo, se molestó en reconocer de cerca las posiciones enemigas previo a un ataque, a bordo de la fragata Amazon, capitán Riou. Durante este proceso observó cerca de 20 unidades artilleras (buques y baterías flotantes) alineadas con la proa al norte y desprovistas de aparejo.

El día 2 de abril a las 9.30 h. la escuadra levó anclas. Ésta la conformaban los navíos de 74 Russell, Bellona, Elephant, Ganges, Monarch y Defiance; Polyphemus Ardent y Agamenon de 64; Glatton de 54 e Isis de 50; las fragatas Alcimene, Blanche y Amazon y las balandras Arrow, Dart, Zephyr y Cruiser. El plan elaborado por Nelson y respaldado por Parker, establecía que los navíos se emparejarían con sus enemigos anclando de popa y las fragatas, al mando del capitán Riou en la Amazon, se adelantarían y atacarían el castillo Trekronner. Asimismo, 10 lanchas cañoneras se situarían a estribor de los navíos y dispararían por encima de ellos sobre las baterías de costa para acallarlas y poder facilitar el desembarco de la infantería de marina. Por su parte, la división de Parker -London (98), St George (98), Warrior (74), Defence (74), Saturn (74), Ramillies (74), Raisonable (64) y Veteran (64)-, que seguía estacionada a 15 km al norte de la ciudadela, avanzaría rumbo sur en dirección al choque y protegería a la columna de Nelson de la posible llegada de las flotas sueca y rusa.

Con un suave viento en popa, ésta comenzó a avanzar hacia el norte. Al poco rato, las baterías danesas de la costa empezaron un ensordecedor martilleo. Los cañonazos describían una parábola por encima de la línea danesa buscando los buques ingleses. Acto seguido, ésta inició una sucesión de certeras descargas que impactaron en los cascos de la vanguardia de Nelson. La lluvia de hierro la hacía titubear y algunos buques tuvieron que corregir ligeramente el rumbo.

A bordo del Elephant Nelson frunció el ceño. El Agamenon, capitán Fancourt, apenas soltado trapo, quedó varado en el extremo meridional del Middle Ground, casi en el mismo punto donde había estado anclado los tres días previos. Apenas diez minutos después, del Bellona, capitán Thompson, que lideraba la columna, se escapó un chasquido sordo, al tiempo que todo el navío se estremecía y giraba sobre la proa. Nelson levantó la vista para ver como quedaba atascado también en ese bajío. Poco después, su matalote de popa, el Russell, capitán Cumming, quedaba varado en el mismo arrecife. Los cañones daneses se centraron en ellos.

No habían transcurrido 20 minutos y una cuarta parte del potencial inglés estaba inutilizado. Para colmo, estos tres barcos, que, para congraciarse con un enojado Nelson, disparaban desde su posición inerte por encima de su propia línea, arrasaron parte del aparejo del Glatton y el Defiance, en un peligroso fuego cruzado. En el primero de ellos incluso se originó un pequeño fuego en el mastelero de velacho que fue sofocado milagrosamente cuando su capitán, Bligh (1) -conocido por ser abandonado a la deriva en un bote tras el motín en el HMS Bounty de su mando- obligó, a punta de pistola, a varios infantes de marina a colaborar en su extinción.

Nelson tragó saliva y ordenó a los siguientes buques que ocuparan los lugares inicialmente asignados a estos tres encallados. A eso de las 10.30 todos los navíos ingleses habían anclado e iniciado el cañoneo. El Elephant se prolongó al insignia danés Dannebroge de 80 cañones, capitanes Fischer y Braun. El número de piezas británicas doblaba al de su enemigo, pues la mayoría de los bajeles daneses tenían 20 cañones y un solo puente. Sin embargo, la efectividad de las baterías, sobre todo las de tierra, era sorprendente y estaba haciendo astillas los buques británicos. Además, la fortaleza Trekronner machacaba sin descanso desde su posición privilegiada: sobre un pequeño rompeolas que acercaba sus cañones a cualquier embarcación en un radio de 3 km, con una eficacia y precisión matemática. En media hora, el Elephant perdió el palo de mesana y la mitad de sus velas estaban agujereadas. El cariz de los acontecimientos se tornaba lúgubre. Nelson estaba en un serio aprieto: sus barcos estaban siendo reducidos a viruta y apenas habían infligido daño a algunas embarcaciones menores.

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Willemoës a bordo de un buque de la batería flotante danesa de Gernerske en la batalla de Copenhagen.

Willemoës a bordo de un buque de la batería flotante danesa de Gernerske en la batalla de Copenhagen.

La división de Parker avanzaba de bolina a un ritmo muy lento. Desde el castillo de proa del London, el almirante veía como tres de los navíos de Nelson estaban inmóviles y dos de ellos soltaban humo desde la cubierta, y no procedía de sus cañones precisamente. Enfocó el catalejo y observó que el resto estaba alineado al enemigo y siendo vapuleado, principalmente desde tierra, y a la división de fragatas del capitán Riou recibiendo una salva de cañonazos tras otra desde el castillo septentrional de la bahía. Comentó la situación con su capitán, Dommett, y, hacia las 11.15 voló la señal de retirada en el palo mayor del London dirigida a la columna de Nelson.

El teniente de señales Langford, a bordo del Elephant, comunicó la orden a Nelson y, ante el silencio de éste, le reiteró la decisión del almirante en jefe. El loco de San Vicente, que se paseaba nerviosamente por la cubierta palmeándose suavemente el muñón y tras dirigir el catalejo hacia el London, miró con indiferencia a su subordinado. El pundonoroso Langford, atónito ante la pasividad de Nelson, inquirió si debía sustituir la señal que en ese momento estaba izada en el Elephant (combatan más cerca) por la del buque insignia. Éste se volvió hacia el teniente y vociferó: “Sr Langford, limítese a informarme si en el Dannebrog se atisba alguna bandera de rendición y deje la señal que tenemos en el buque”. El coronel Stewart, que presenció esta conversación, estaba boquiabierto. Una vez contestada su pregunta de qué señal se elevaba en el London, Nelson dijo al coronel “!que me maldigan si abandono ahora!”. Seguidamente se llevó el catalejo al ojo inútil en dirección al London y, después, mirando al comandante del Elephant, capitán Foley, despreció la señal: “sabes Foley, no veo ninguna señal; como soy tuerto tengo derecho a equivocarme cuando uso este artefacto”.

Parker veía como su orden estaba siendo únicamente atendida por la flota de fragatas. Preguntándose si la instrucción había llegado a todas las unidades, el almirante envió a su capitán en una balandra a comunicar personalmente a Nelson su decisión. Al ser una señal emanada del buque insignia, todos los bajeles debían replicarla para hacerla visible a sus compañeros, por si las circunstancias bélicas dificultaban su visión. El resto de la columna de Nelson seguía empeñado en la acción y todos los barcos izaban la misma que volaba en el Elephant.

Cuando se encontraba en plena retirada, la fragata Amazon fue acribillada por las piezas del Trekronner. El capitán Riou feneció alcanzado por una bala cuando dirigía unas palabras de aliento a sus artilleros en el alcázar. El resto de las fragatas consiguieron alejarse momentáneamente pero dos quedaron a la deriva con el aparejo hecho trizas.

La división de Parker estaba casi a tiro de esta implacable fortaleza y el London y el St George empezaron a vomitar fuego. Pero las baterías del Trekronner, firmemente clavadas, mordían la vanguardia del almirante. El London seguían enarbolando la señal 39 en el palo mayor cuando Parker observó como el estrépito descendía progresivamente hasta casi desaparecer. Sólo algunas unidades aisladas danesas seguían martilleando la columna de Nelson. Desde el castillo de proa, Parker distinguió como un bote del Elephant bogaba lentamente con una bandera blanca hacia el insignia danés, el Dannebrog. Éste disparó contra la lancha y a punto estuvo de hundirla. El almirante no entendía nada pero posteriormente el coronel Stewart le contaría detalladamente todo lo que había acontecido a bordo del Elephant.

Una bala de cañón perforó la borda de babor del Elephant. Foley se agachó farfullando un anatema. Dirigió una mirada de odio a Nelson, como si le reiterase la señal 39. Con su barco medio desecho –había perdido el palo mesana y tenía inútil el bauprés, la mayoría de sus velas estaban hechas jirones y desmontando el 20 por ciento de sus cañones-, su columna humeante y las fragatas dispersas, Nelson sintió el gélido viento de la derrota en la cara. Había sido frenado por la 7ª marina del mundo –sólo un barco tenía 80 cañones y la dotación no era profesional- y abochornado en su estreno como vicealmirante. Al igual que en Cádiz y Tenerife y Saumarez en Algeciras, Nelson había menospreciado el poder de una flota anclada en línea sobre aguas someras y, sobre todo, el de las baterías ribereñas. Su plan se había torcido y no había conseguido su propósito de doblegar a la flota enemiga y desembarcar al regimiento al mando del coronel Stewart. Además había desobedecido la orden de su superior en una acción naval y hecho escarnio público de ella. Su cerebro trabajaba a velocidad vertiginosa en busca de una salida de aquel infierno. Con el viento en popa, la retirada tendría que ser rumbo norte por delante del leviatán Trekronner, uno de los principales artífices de la masacre británica. De arrumbar al sur para evitarlo, la navegación sería lentísima con viento contrario y sus navíos, la mayoría desarbolados, se verían expuestos e indefensos durante un largo tiempo. No concebía la rendición. Sólo una vez había dado marcha atrás cuando fue expulsado de la costa española de Cartagena hacía casi 5 años por un grupo de bajeles hispanos.

Su legendaria táctica estaba basada en la temeridad de enfrentar al enemigo prejuzgado como inferior técnica y militarmente y en la disciplina de sus propias tripulaciones, que veían a sus mandos como dioses y cumplían ciegamente sus órdenes.

Una tregua. Se le ocurrió proponer una tregua al príncipe Fredrerick, que contemplaba el combate desde el puerto. Para ello envió un bote hasta el buque insignia danés. El celo de los artilleros locales casi arruina la lancha y Nelson tuvo que enfatizar la propuesta volando la bandera blanca en su palo mayor. El príncipe, que veía con buenos ojos un alto el fuego después de casi 5 horas de cañoneo, contestó a Nelson que por qué proponía una tregua. Nelson aprovechó la bisoñez del heredero danés en cuestiones navales y argumentó, en una segunda misiva, que las razones por las que había propuesto una tregua eran humanitarias para con sus “hermanos daneses” (2). Cuando el coronel Stewart y el capitán Foley se enteraron de los términos de la carta, exhibiendo los dientes y mirándose entre sí y a Nelson, que devolvió la sonrisa, soltaron una carcajada: las bajas británicas superaban las 1.500 entre muertos y heridos. De los 12 navíos iniciales, sólo estaba íntegro uno y 6 de ellos habían perdido completamente la movilidad. Las fragatas parecían pontones de reos a la deriva y 5 cañoneras habían sido hundidas.

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Battle of Copenhagen Roads April 2, 1801. (Pintura de C. A. Lorentzen, de los archivos del Museo Naval Danés)

Battle of Copenhagen Roads April 2, 1801. (Pintura de C. A. Lorentzen, de los archivos del Museo Naval Danés)

El príncipe Frederick encontró un poco chocante los argumentos de un vicealmirante que, unos horas antes, había ordenado bombardear la población civil con el objeto de resultar más persuasivo en su encargo de suscitar el abandono de Dinamarca de la neutralidad armada. Copenhague, que también había visto morir a muchos de sus súbditos, accedió a la tregua e invitó a una delegación inglesa a palacio.

Parker recibió a Nelson en el London con una mirada gélida. Para un marino no existe mayor insulto que se soslaye su orden directa en el campo de batalla. Toda la bilis que había tragado Parker se la soltó a Nelson en su camarote del London con asistencia de todos los oficiales. En sus años de servicio, el capitán Dommett no había visto nunca la vena del cuello de Parker tan hinchada y sus ojos tan desorbitados. Nelson, encogido en su butaca, aguantaba el chaparrón estoicamente. El tuerto marino había organizado este desaguisado y él se encargaría de arreglarlo. Parker designó a Nelson para entrevistarse con el príncipe y sacar provecho de un posible armisticio. En el despacho oficial de Parker al Almirantazgo podía leerse “…el vicealmirante Nelson desobedeció durante media hora la orden de cesar el fuego que icé en mi buque insignia, poniendo en peligro inútilmente la vida de sus subordinados. Además, hizo mofa de mi persona al vanagloriarse ante los que lo rodeaban de que él no seguía instrucciones de una “vieja amargada (…)”. El coronel Stewart afirmaría posteriormente que un acto de insubordinación tal no debería quedar impune, pues el ejemplo otorgado era muy poco edificante y peligroso en caso de propagarse. Una investigación postrera encontró a Nelson culpable de desobediencia a un superior. Esta conducta estaba tipificada en el código penal naval británico como una falta muy grave que se castigaba anudando una corbata de cáñamo en el cuello del infractor suspendido en el aire. Las influencias de Jervis –que curiosamente había sido víctima de la misma iniquidad por parte del loco de San Vicente cuatro años antes- evitaron que este estrecho accesorio fuese probado en el díscolo marino, para infortunio de la flota combinada de Trafalgar.

Al alba del 3 de abril, Nelson, junto a un pequeño séquito, desembarcó en el muelle de Copenhague, donde fue recibido por una legación de palacio para conducirlo a destino. Nada más poner los pies en suelo danés, otro bombardeo, pero en este caso de insultos, aterrizó sobre su minúsculo cuerpo. La muchedumbre estaba sulfurada con el causante de tanta barbarie. Entre el clamor, varios disparos de fusil sonaron en la lejanía. Temiendo por su integridad física, Nelson solicitó un carruaje y fue conducido a la corte. Regresó a palacio dos veces más y en la última se alcanzó un armisticio de 15 semanas, pero el objetivo inglés de disuadir a Dinamarca de la coalición no fue se consumó. Paradójica y trágicamente éste se había conseguido el 24 de marzo, cuando un enviado del rey británico Jorge III asesinó en San Petesburgo al recalcitrante zar Pablo, convirtiendo en inútil tanto derramamiento de sangre. Su hijo, el zar Alejandro, pro-inglés, disolvió la neutralidad y se retractó de todo lo firmado por su padre a favor de Napoleón. La batalla de Copenhague no había resuelto nada, si es que alguna batalla resuelve algo. Sólo había servido para demostrar al mundo la arrogancia y contumacia inglesas y, especialmente, las de Nelson.

La fortuna de este polémico marino parecía no tener fin. Recién alcanzado el armisticio y con la flota inglesa todavía anclada en la bahía, llegó la respuesta afirmativa del Almirantazgo a una solicitud de cese en el mando que Parker había instado para cuando acabasen las hostilidades. Éste volvió a Londres en una fragata y Nelson fue nombrado jefe de la escuadra, al que el ejecutivo naval inglés encomendó la supervisión del nuevo orden salido del magnicidio ruso mediante una incursión en aquellas aguas. Esta singladura devino en una especie de tour intimidatorio en donde la Royal Navy surgía en los puertos rusos, comprobaba que todos los mercantes ingleses retenidos como consecuencia del inicio de las hostilidades habían sido liberados y enviaba saludos del monarca británico al nuevo zar. Era la primera vez que Nelson enarbolaba su insignia recién adquirida al mando de una flota de ese tamaño pero, afortunadamente para sus dotaciones, no hubo necesidad de un choque naval. A pesar de encontrar gran deleite surcando las aguas del Báltico al mando de la escuadra, sentía añoranza de Inglaterra y, sobre todo, de su hija Horacia y de Emma Hamilton. Pidió a Jervis ser relevado y a los pocos días el almirante Poole lo reemplazó y Nelson regresó a su país en una embarcación rápida. Una vez en Londres, asistió a un acto social en el palacio de Buckingham, donde se encontró con un recibimiento frío y distante de la aristocracia inglesa, incluso el mismo Jorge III se mostró indiferente cuando Nelson, junto a Emma, accedió al salón real. De vuelta en la vida mundana, un juzgado de Portsmouth falló en su contra en un pleito que había entablado por la posesión del botín obtenido en la captura de dos barcos franceses.

  • Notas.
  • (1).- El capitán del Glatton era el archiconocido William Bligh, famoso por haber sido víctima del más famoso amotinamiento naval, el de la Bounty en 1789. En esta ocasión se encontraba al mando de un navío de cuarta clase y 56 cañones, que originariamente había sido un East Indiamen y que en 1795 fue comprado por la Marina británica, siendo convertido en buque de guerra. En la batalla de Copenhague era el único navío armado exclusivamente con carronadas. En concreto 28 carronadas de 68 libras en la primera batería y otras 28 de a 32 libras en la segunda, lo que le hacía tener un aplastante poder a corta distancia, incluso más que un navío de primera clase. En contra, su rango de tiro era muy limitado al no contar con cañones navales ordinarios, pero dado el lugar donde se desarrolló la batalla, mayormente fuego cerrado, beneficiaba este armado exclusivo con carronadas, siendo las andanadas del Glatton tremendamente demoledoras.
  • (2).- La carta de Nelson decía así: To the Brothers of the Englishmen, the Danes:
  • Vice-Admiral Lord Nelson has been commanded to spare Denmark, when she no longer resists. The line of defence which covered her shores has struck to the British flag: but if firing is continued on the part of Denmark, he must set on fire all the prizes he has taken, without having the power of saving the men who have so nobly defended them. The brave Danes are the brother, and never should be the enemies, of the English.

TEXTO ETRAÍDO DEL SITIO: https://www.todoababor.es/articulos/copenhague.htm

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