Desalojado del Panteón de los Ilustres de París en 1793, nadie sabe aún hoy en qué lugar reposa este célebre parlamentario de la revolución que fue conocido como el «orador del pueblo»
¿En qué lugar sepultaron al impar Honoré Gabriel Riquetti, más conocido por su título nobiliario de conde de Mirabeau? Al cabo de más de dos siglos de su muerte, seguimos haciéndonos la misma pregunta. La Historia encierra también enigmas un tanto macabros y escabrosos, como el que ahora nos disponemos a desentrañar. Pero antes de eso, presentemos a nuestro nuevo protagonista, nacido el 9 de marzo de 1749 en el castillo de Le Bignon, en la comuna francesa de Nemours; aunque con su muerte, acaecida el 2 abril de 1791, arranca en realidad su gran aventura póstuma.
Mirabeau era un parlamentario excepcional, motejado con toda justicia «el orador del pueblo», que llegó a presidir la Asamblea Nacional Constituyente de Francia. Lo tenía todo, o casi todo, bueno y malo: revolucionario, escritor, diplomático, periodista, francmasón, espía, y hasta protagonista de sonados escándalos que dieron con sus huesos en la cárcel… hasta que llegó su hora.
Un pagano en la basílica
Poco después de exhalar el último suspiro, el cadáver de Mirabeau fue inhumado en la iglesia de Santa Genoveva, consagrada por la Asamblea Nacional a la gloria y sepultura de los grandes nombres de la nación. ¡Menuda paradoja! Un hombre pagano como él enterrado en una basílica religiosa! Avatares del destino. Una necrológica de la Abadía de Santa Genoveva, exhumada de su antigua biblioteca, así nos lo confirma: «El 4 de abril de 1791 –se lee en el documento– ha sido depositado en la bóveda, debajo del cabildo, el cuerpo de M. Honoré Gabriel Riquetti de Mirabeau, diputado en la Asamblea Nacional y miembro del Directorio del Departamento de París. Había muerto el día 2 del mismo mes, en la Chaussée d’Autin, parroquia de San Eustaquio, a los cuarenta y tres años de edad. Después, un decreto de la Asamblea lo trasladará a la nueva iglesia de Santa Genoveva, convertida hoy en la sepultura de los grandes hombres de la patria».
Pero el reposo del tribuno fue turbado tan sólo dos años después. ¿Qué poderosa razón indujo a que el ataúd de Mirabeau, colocado en el Panteón de los hombres ilustres de Francia, muy cerca de los despojos mortales de Descartes, Voltaire o Rousseau, fuera removido en noviembre de 1793 por orden de la mismísima Convención? Por increíble que parezca, los documentos oficiales revelaron luego la connivencia de Mirabeau con la antigua Monarquía reinante, el peor pecado que un revolucionario podía cometer.
Fue así como el comisario de Policía de la sección del Panteón, Sylvain-Barnadé Lardy, condujo finalmente el atáud de madera de Mirabeu fuera del recinto del Panteón, en compañía del alguacil de la Convención y de otros comisarios. El cuerpo de Mirabeau, según la tradición oral, quedó así sepultado hasta 1877 en el cementerio de Clamart. ¿Y cómo lo sabemos? Por uno de los grandes biógrafos de los últimos años del príncipe de las letras Alejandro Dumas. Aludimos al escritor M. Gabriel Ferry, que nos hace partícipes del nuevo destino del cadáver de Mirabeau tras su expulsión del Panteón, donde todavía en algunas enciclopedias se afirma por error que sigue enterrado el insigne orador.
El autor de «El conde de Montecristo», al decir de Ferry, fue el primero en revelar en público la nueva morada del otro conde y tribuno que sí existió en realidad. El traslado del cadáver de Mirabeau a Clamart se lo había comunicado a Dumas el escritor y bibliotecario Charles Nodier durante una visita hecha a ese cementerio en 1840. El propio Dumas relató más tarde su experiencia en aquel camposanto reservado a los ajusticiados. Tras descubrir la tumba del general Charles Pichegru, general en jefe de los Ejércitos de Francia, Nodier descendió unos metros de terreno.
–Aquí es –dijo, señalando unos hierbajos.
–¿El qué? –repuso Dumas, sorprendido.
–Aquí es donde está enterrado el cuerpo de Mirabeau.
Al recuerdo de este nombre, el novelista se estremeció y miró a sus pies: la tierra estaba pisada como la de un camino. Nada indicaba la señal de una tumba ni la huella de una fosa. Pero Nodier insistió:
–Está aquí; os respondo de ello. Yo mismo ayudé a bajarlo a la tumba y me faltó poco para rodar hasta ella; tanto era lo que pesaba ese maldito ataúd de plomo.
Años atrás, Nodier y otros hombres lo habían transportado hasta el mismo lugar que entonces contemplaban, arrojándolo sin miramientos a una fosa muy profunda sin cruz ni lápida alguna. Entre ellos se encontraba el sepulturero de Clamart. Dumas jamás olvidó su visita al desolado lugar.
UNOS RESTOS ILOCALIZADOS
¿Era cierto lo que aseveraba Charles Nodier? Si nos atenemos a la versión del archivero Coyecque, no. Según éste, desde su salida del Panteón, el ataúd de Mirabeau fue inhumado en el cementerio dependiente de Saint-Etienne-du-Mont, es decir, el de Santa Catalina, y no el de Clamart. Un documento fechado el 18 de octubre de 1798 así lo acredita. Se trata de la respuesta de la Dirección de Dominios a una demanda de la ciudadana Lasteyrie de Saillant, hermana de Mirabeau, autorizándola para «exhumar los restos fúnebres del ciudadano Riquetti-Mirabeau del cementerio de Saint-Etienne-du-Mont, donde habían sido depositados después de su salida del Panteón». ¿Dónde fueron a parar finalmente los restos de Mirabeau? Este es otro gran enigma. Si nadie pudo localizarlos en Argenteuil, donde llegó a decirse que estaban inhumados, ni tampoco en el parque de Marais, ni en Saillant… ¿Dónde están hoy? Nadie, a ciencia cierta, lo sabe. Y resulta complicado que se aclare el enigma.
Texto extraído del texto: https://www.larazon.es/cultura/donde-esta-el-cadaver-de-mirabeau-CK14695447/