La imagen más difundida que tenemos de Benjamin Franklin es la de un señor vestido de levita, elevando una cometa en plena tormenta, tarea que a primera vista parece infantil, pero que, tras esta aparente inocencia, desafía los peligros -en este caso- de la naturaleza, y en sus escritos, los de los gobiernos autocráticos. Fue el decimoquinto de 17 hermanos. A pesar que sus estudios fueron limitados (asistió al South Grammar School en Boston, que aún se puede visitar), su natural inteligencia le permitió adentrarse en los secretos del mundo editorial, donde se destacó junto a su hermano James. A los quince años, después de haber sido marino, carpintero y albañil, fundó el New England Courant, el primer periódico independiente en las colonias inglesas. Allí publicó sus primeras críticas a la estructura colonial, una forma de elevar su cometa en la tormenta que se estaba gestando.
En 1725 viajó a Inglaterra para perfeccionar su formación como imprentero. Tenía tan solo 23 años cuando se estableció en Filadelfia, donde estableció su primera imprenta y editó el Pennsylvania Gazette. El éxito de este periódico, donde publicó El Almanaque del pobre Richard, lo convirtió en una persona de fortuna. En ese tiempo se inició en la masonería, fundo la primera biblioteca, la Universidad de Pennsylvania, el primer hospital y su cuerpo de bomberos. Después de estudiar detenidamente el sistema de correos colonial, desarrolló el Servicio Postal y fue su primer director durante la Revolución americana.
Fue también el primer secretario de la Sociedad Filosófica Americana, a la que imprimió su perspectiva utilitarista, lejana a devaneos metafísicos y disquisiciones inconducentes. La practicidad fue su característica vital. Justamente por su actividad editorial, fue el gran enemigo del Stamp Act, cuando las imposiciones del gobierno británico encienden la llama de la efervescencia popular y las ansias independentistas.
