John Stuart Mill, un hombre notable

A la edad de tres años, y siempre bajo la supervisión de su padre, John Stuart Mill comenzó el estudio de la lengua griega, que continuó con el aprendizaje del latín.

“No supe latín hasta los ocho años. A esa edad ya había leído, bajo la tutoría de mi padre, varios libros en prosa de autores griegos: Herodoto, los primeros seis Diálogos de Platón, Diógenes Laercio”. “Mi padre, en todas sus enseñanzas, no sólo me exigía el máximo de todo lo que yo podía hacer, sino también mucho de lo que estaba fuera de mi alcance.” “Además de girego, la otra cosa que aprendí como lección fue Aritmética, que también me enseñó mi padre. Esa era la tarea de las tardes, y recuerdo lo desagradable que me resultaba.”

Dotado de una inteligencia extraordinaria, a los diez años estaba versado en griego y latín y poseía un exhaustivo conocimiento de los clásicos. A los trece años su padre le introdujo en los principios de la lógica y de la economía política, centrándose en este ámbito en la obra de Adam Smith y David Ricardo.

En 1823 ingresó en la Compañía de las Indias Orientales, donde llegaría a ocupar el cargo de jefe de la Oficina para las Relaciones con los Estados Indios. Activo políticamente en defensa de la causa abolicionista durante la guerra civil estadounidense.

Sus primeros escritos aparecieron publicados en las páginas de los diarios The Traveller y The Morning Chronicle, y se ocuparon fundamentalmente de la defensa de la libre expresión. En 1824, la aparición de The Westminster Review, órgano de transmisión de la ideas filosóficas radicales, proporcionó a Mill un atrio privilegiado desde el que difundir su ideario liberal.

John Stuart Mill se rebeló contra la rigurosa educación recibida de su padre, como lo relata en su “Autobiografía”, escrita poco antes de morir. Se convirtió en un hombre brillante por su cultura e inteligencia y puso en pie su propio pensamiento, nutrido de una innegable influencia del “utilitarismo” de Jeremy Bentham, que sostenía que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la “utilidad” que tienen; esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. Mill incluso criticaría las ideas de Bentham, por quien sentía real estima y aprecio, en su obra “Utlitarismo”, en 1861. En ella, John Stuart Mill defendió una suerte de “utilitarismo matizado” en el que introdujo una constante preocupación por incluir en el concepto habitual de “utilidad” las satisfacciones derivadas del libre ejercicio de la imaginación y la conciencia crítica.

También se acercó al “positivismo” de Henri de Saint-Simon y Auguste Comte; esta corriente filosófica afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico y que tal conocimiento solo puede surgir del método científico, siendo el ejemplo ideal las ciencias físicas que triunfan claramente en el dominio de la naturaleza y en las aplicaciones técnicas que de ellas se derivan. Al positivismo de Comte le agregó una impronta personal tan poderosa que se transformó en un pensamiento propio.

En el plano de su pensamiento económico, partiendo de las ideas de David Ricardo, completó y sintetizó la economía política clásica pero introdujo muchos matices para adaptarla a los tiempos modernos; su obra “Principios de economía política”, escrito en 1848, constituyó un manual básico para la enseñanza de esa materia a lo largo de unos cuarenta años. En un tono claramente más humanista que el de sus predecesores, Mill disminuyó la importancia del significado del crecimiento económico para los países, defendiendo objetivos relacionados con la calidad de vida, la realización personal a través de la cultura y el arte, la armonía social y una distribución más equitativa de la riqueza.

En el área política defendió el liberalismo democrático y defendió a las minorías (su obra “Sobre la libertad”, escrita en 1859, es una obra trascendente y referencial). Si bien estuvo siempre a favor de la democracia como forma de gobierno, mostró pesimismo sobre la incidencia real de la misma en el bienestar de la sociedad. Participó activamente en la política y fue elegido miembro del Parlamento británico, en la Cámara de los Comunes, por el Partido Liberal entre 1865 y 1868. Allí sería sujeto constante de polémica a causa de su decidido apoyo a las medidas a favor de las clases menos privilegiadas y de la igualdad de derechos para la mujer.

Su éxito como filósofo y pensador (uno de los más lúcidos de todos los tiempos) contrastó con su siempre balbuceante y torpe preparación para la vida en lo que hace a las relaciones personales y la expresión de sentimientos. Con todo, muchos de los temas que constituyen el amplísimo repertorio del pensamiento milleano se refieren a asuntos de filosofía práctica: la moral, el derecho, la economía, las influentas inmediatas de la religiosidad en la vida humana; su obra “La utilidad de la religión” es una extraordinaria exposición en la que plantea si las diversas religiones, especialmente el cristianismo, han contribuido o no a aumentar el grado de felicidad de los creyentes.

John Stuart Mill apoyó siempre las causas feministas, y consideraba necesaria la formación de las mujeres para darle más fuerza al movimiento feminista. Por esta razón, al morir dejó en su testamento una suma importante de dinero para aquella institución que permitiera estudiar y graduarse a la primera generación de señoritas.

 

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