Emma Goldman fue una anarquista de origen judío que nació el 27 de junio de 1869 en Kaunas (región situada en la actual Lituania) durante la época del Imperio ruso. Murió en Toronto, el 14 de mayo de 1940, dejando una rica y concisa existencia llena de reflexiones y enseñanzas transversales.
Provenía de una familia paupérrima del gueto judío de Kuna. Fue una niña ignorada por su madre y golpeada por su padre, quien se negó a pagarle los estudios superiores (a pesar de haber sido una alumna brillante durante su formación primaria) porque pensaba que las niñas no tenían que aprender mucho, que todo lo que necesitaba saber una hija judía era cómo preparar el pescado “gelfite“, cortar los tallarines finos y darle a un hombre muchos hijos.
Para cuando cumplió sus 13 años no tuvo más opción que empezar a trabajar como costurera, cosiendo abrigos por 10 horas diarias por un salario por debajo del mínimo. Al año siguiente, consiguió otro trabajo como operaria fabril donde conoció a Jacob Kershner, otro operario con quien compartía el amor por los libros, el baile y el martirio por el trabajo obrero (o, mejor dicho: esclavista). Se casaron 4 meses más tarde y se divorciaron 10 meses después de que en la noche de bodas Emma se percatara de que era impotente.
Tras su divorcio fue expulsada de su casa y se fue con 5 dólares, dos mudas de ropa y una máquina de coser a cruzar el océano rumbo a Norte América. Una vez en la Gran Manzana descubrió que “el sueño americano” no era tal y se vio obligada a retomar sus orígenes laborales, volviendo a trabajar como obrera textil. Una tarde, después de una de tantas eternas jornadas, una compañera la invitó a que la acompañara a tomar una copa al café Sach´s, un antro de obreros e intelectuales que soñaban con cambiar el mundo. Esa tarde conoció al hombre que sería el más importante de su vida: Alexander Berkman.
Berkman, un anarquista combativo y prolífero orador, quedó fascinado con las ideas y capacidad expresiva de Emma y la introdujo al pensamiento anarquista y en el mundo de la militancia política, odisea a la cual Emma se entregó substancialmente. Al poco tiempo de militar para el movimiento, los partidarios, a pesar de la abundante presencia policial, asistían a los mítines para escucharla orar y pagaban una entrada, cuya recaudación servía para llenar la caja de resistencia que pudiera afrontar diversas campañas, tales como juicios, huelgas o publicación de libros y periódicos.
Convertida en una agitadora pública, solivianta a la prensa que le dedicaba inmisericordes máximas: “¿Por cuánto tiempo se le permitirá continuar a esa peligrosa mujer poseída por la furia?”, Emma estaba en la mira, cualquier ademán suyo serviría de excusa para privarla de su libertad a fin de quitarle potencia de acción y de poder (o al menos intentar) acallar esa voz que tanta reverberación estaba teniendo. La excusa no tardó en llegar: en 1893 fue detenida por primera vez tras encabezar una marcha de un millar de personas portando una bandera roja. La marcha era a favor de la expropiación de los bienes y llevaba como slogan una de sus frases más recordadas a través de la historia: “Pedí trabajo, si no te lo dan, pedí pan y si no te dan el trabajo ni el pan, toma el pan”. Fue condenada a pasar un año en prisión.
Su estancia en la penitenciaría de la isla de Blackwell se transformó en su escuela. Allí Nietzsche, Whiteman, Thoreau y Emerson se convirtieron en sus teóricos de la desobediencia civil de cabecera. Paralelamente, durante esos 364 días de encierro, se formó como partera. Esa coyuntura la concientizó real y completamente de la situación de la mujer en la sociedad que le era contemporánea y decidió tomar partido de la condición de su sexo y convertirse en acérrima defensora de la emancipación femenina.
A su salida ya era una figura de renombre, la cara más visible del anarquismo. Dentro del anarquismo, la figura de Goldman resultaba incómoda. Ella quería el pan, pero también las rosas, la dignidad y que no estuviera exenta de belleza. Adoraba la ópera, el teatro, la literatura, la pintura y el sexo, y no entendía porque eso tenía que ser incompatible con hacer la revolución. “Quiero libertad, el derecho a la autoexpresión, el derecho a todos a cosas bellas y radiantes”. “Exijo la independencia de la mujer, su derecho a mantenerse a sí misma, vivir para ella, amar a quien le plazca. Exijo libertad para ambos sexos, libertad en la acción, en el amor, en la maternidad”, dijo en su primer acto público después de haber sido excarcelada.
Goldman creía que la lucha por la liberación del amor, los sentimientos y las emociones de la mujer pasaba necesariamente por la destrucción del Estado. En esa nueva sociedad con la que soñaba, la “mujer nueva” sería capaz de tomar sus propias decisiones tanto en el ámbito personal como civil. Sus elecciones sexuales vendrían motivadas por una perfecta salud espiritual y física, donde sólo fueran válidos el amor y el placer. La maternidad sería también una elección libremente escogida. Ni el Estado ni la religión decidirían sobre un asunto que pertenecía a la más absoluta y responsable libertad personal.
Pero, para Emma, el proceso emancipatorio estaba incompleto si sólo se aspiraba a la liberación de los tiranos externos. No eran éstos en realidad los verdaderos opresores. La inhibición interna, los prejuicios, la moralidad pacata y una religiosidad vacua y represiva hacían que las mujeres tuvieran serios problemas para integrarse realmente en la construcción de un proyecto de liberación en que ellas mismas fueran sujetos y objetos del mismo.
A medida que sus ideas, posturas e ideales se esparcían y repercutían significativamente tanto en las mujeres como en algunos hombres de la clase obrera, Emma iba pasando de ser un personaje políticamente engorroso a una pesadilla viviente para el patriarcado todo; era imperioso morigerarla. Por esa razón, el 10 de septiembre de 1901, junto con nueve personas más, fue de nuevo arrestada, acusada injustamente de participar en el complot de asesinato contra el presidente William McKinley. Salió en libertad por falta de pruebas a las pocas semanas.
Durante los años siguientes, los concernientes a las primeras décadas del siglo XX, la labor de propagandista y de promotora de los derechos civiles de las mujeres llevó a Emma a viajar mucho. Todo ello le granjeó gran fama… para bien y para mal. Entre 1906 y 1918 la editorial, revista y boletín “Mother Earth”, impulsadas por Goldman y Berkman, y donde distribuían material impreso y promovían los principios más preciados del anarquismo, fueron blanco constante de acoso.
En 1916, Emma se unió a Margaret Sanger (la mujer que acuñó el término “control de natalidad”) en una charla sobre anticoncepción y nuevamente fue arrestada por la distribución de un manifiesto en favor de la contracepción. Pasó dos semanas en la cárcel. Al año siguiente, por cuarta vez, fue encarcelada junto con Alexander Berkman por conspirar contra la ley que obligaba al servicio militar en Estados Unidos. Hizo públicas sus profundas convicciones pacifistas durante la Primera Guerra Mundial y criticó el conflicto por considerarlo un acto de imperialismo. Dos años después fue deportada a Rusia. Durante la audiencia en la que se trataba su expulsión, J. Edgar Hoover, quien era el presidente de la misma, calificó a Emma como “la mujer más peligrosa de América”, etiqueta que la acompañó por el resto de su vida (y también tras su muerte).
Una vez de nuevo en Rusia, donde permaneció entre 1920 y 1922, participó en la sublevación anarquista de Kronstadt. Apoyó en principio la política comunista pero pronto se volvió crítica. La represión política, la burocracia y los trabajos forzados que siguieron a la Revolución Rusa produjeron una profunda metamorfosis en el pensamiento de Goldman, sobre todo en relación a sus ideas sobre la manera de utilizar la violencia (cuestión que no apoyaba de forma directa como método de transformación social, pero que entendía como consecuencia de la opresión sufrida por quien la ejerce). Durante esa época escribió dos de sus obras más significativas: “Mi desilusión con Rusia” y “Mi posterior desilusión con Rusia”.
Disconforme con el autoritarismo soviético viajó a Canadá y se instaló en Toronto, donde vivió hasta el final de su existencia, 18 años más tarde. Fue sepultada en Chicago, bajo una lápida esculpida por el escultor Jo Davidson, en la que puede leerse en letras bronce una frase extraída de una de sus conferencias: “La libertad no descenderá al pueblo; es el pueblo el que debe alcanzar por sí mismo la libertad”.
“Viviendo mi vida“: https://proletarios.org/books/Goldman-Viviendo_mi_vida.pdf
“Mi desilusión con Rusia”: https://mirror.anarhija.net/es.theanarchistlibrary.org/mirror/e/eg/emma-goldman-mi-mayor-desilusion-con-rusia.pdf
“Mi posterior desilusión con Rusia“: https://issuu.com/anarquismoenpdf/docs/goldman__emma_-_dos_a_os_en_rusia__
Unica,formidable,como muchas mujeres que marcaron a la sociedad,para determinar y defender a las mujeres,como siempre,se debió haberse teneido en cuenta.