Joan Crawford, ¿madre monstruosa o víctima de una hija cruel?

El 10 de mayo de 1977, a las diez de la mañana en Nueva York, falleció Joan Crawford. “La superestrella ha muerto. Ahora se abrirá la puerta y todos los fans desfilarán agitando sus promesas de lealtad firmadas con un ‘Dios te bendiga, Joan’. Lloré, pero no de tristeza, sino de cólera”. Este es uno de los párrafos iniciales de Queridísima mamá, las memorias de Christina Crawford, la hija mayor de la protagonista de Johnny Guitar, un libro rebosante de amargura, dolor, venganza y miserias que se editó por primera vez en 1978 y fue adaptado en 1981 al cine con el título homónimo en una vergonzosa película protagonizada por Faye Dunaway.

Desde que murió su madre, Christina Crawford ha sacado partido de su volumen: en el vigésimo aniversario de la primera edición escribió cien páginas más y eliminó otras cincuenta del libro original. En 2017 añadió fotos de su álbum y un prólogo en el que asegura: “La violencia familiar es generacional, un comportamiento aprendido. […] Solo la voluntad bien informada de las personas puede revertir realmente dicho comportamiento. Esa es la razón principal por la que he mantenido a Queridísima mamá en constante publicación durante cuarenta años”.

Si en su momento el libro levantó una polvareda tremenda, con los años las respuestas familiares y la serie Feud, que ahondaba en su tormentosa relación con Bette Davis, han resucitado para varias generaciones el nombre de Joan Crawford, estrella que trabajó sin parar de 1925 a 1970, y que en sus últimos años se convirtió en la mejor publicista de Pepsi-Cola, al casarse —fue su tercer marido— con Alfred Steele, el presidente del consejo de administración de la marca de refrescos. Crawford adoptó cuatro hijos a lo largo de su vida (hubo un quinto que fue reclamado por su madre y por tanto devuelto): Christina, Christopher, y las gemelas Cindy y Cathy. En su testamento Crawford desheredó a los dos mayores: a Christopher no lo veía desde que él cumplió 15 años y algunos amigos aseguraban que Christina ya había empezado a escribir sus memorias en vida de Joan y que esta, tras leer algunas páginas, decidió eliminarla de la herencia.

En Queridísima mamá Christina no ahorra en detalles morbosos, incluso salvajes. Delante del cadáver embalsamado de su madre, le dice —o así lo escribe—: “Sé que en realidad ya no estás aquí conmigo, madre… Solo quiero decirte que te amo, que te perdono […]. Dios nos ha liberado, mami querida. Vete en paz”. Y a partir de ahí inicia el viaje a los infiernos que, insiste, fue su existencia.

Christina no se llamó siempre así. Al inicio de su vida como niña adoptada recibió el nombre de Joan Crawford jr. Su madre se dio cuenta pronto del peso del nombre y se lo cambió por Christina. Al año de vida del bebé, en 1940, madre e hija cruzaron de costa a costa Estados Unidos para pasar varias semanas en Miami. Cuatro décadas más tarde, Christina descubrió que su progenitora “tenía conexiones con el hampa desde su adolescencia” y que así conoció a una leyenda de la mafia judía, Meyer Lansky, que facilitó la adopción de Christina en el Estado de Nevada, ya que en California existían leyes que no permitían que mujeres solteras adoptaran niños.

La autora habla de años de maltrato psicológico y golpes con objetos, encadena episodio tras episodio de broncas por rehusar comer algún alimento (durante una semana se niega a acabar un filete, y desayuno, comida y cena la carne sale del frigorífico para que el servicio la ponga en la mesa ante Christina) y redacta los recuerdos de sus legendarios cumpleaños, cuando Joan Crawford montaba en su casa “auténticos espectáculos circenses” a los que acudían los hijos de las estrellas y los prebostes de Hollywood. En las fotos de aquellas jornadas aparecían retratados “niños pequeños sin asomo de sonrisas en sus caras”, críos a los que Christina, además, no conocía.

Queridísima mamá es una lista desenfrenada de quejas y desdichas en 450 páginas en las que la califica hasta de ninfómana. A Crawford le obsesionaba la limpieza y Christina encadena historias sobre aquellos momentos volcánicos en los que la actriz dejaba salir “su frustración, ansiedad o completa locura, que le hacían reunir a toda criatura capaz que tuviera a mano para obligarla a prestar servicio”. La autora también subraya que no solo ella sufrió aquellos desmanes. La estrella, nacida como Lucille Fay LeSueur en San Antonio (Texas), creció junto a su madre y su hermano Hal, luchando por salir adelante con muy poco dinero. Décadas después Crawford contaría que su padrastro abusó de ella durante varios años desde que ella cumplió los 11. “El tío Hal y la abuela… A menudo, he pensado que se les hizo pagar un precio terrible por aquellos primeros años de pobreza que compartieron con mamá. Creo que solo representaban dolor para ella y creo que se avergonzaba de ellos”, plasma Christina.

El libro acaba con una ceremonia en homenaje a Crawford organizada por George Cukor, cuando su hija ya sabe que tanto ella como su hermano han sido desheredados “por las razones que ellos muy bien conocen” (así consta en el testamento), un acto al que acude todo Hollywood, incluido un joven llamado Steven Spielberg que había dirigido siete años antes en televisión a la estrella. Hasta para él Christina reserva una colleja verbal.

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Joan Crawford, a la derecha, en

Joan Crawford, a la derecha, en ‘Alma en suplicio’.

¿Cuánto de verdad hay en esas memorias? Tras su publicación comenzó una guerra en el mundo del cine y en la familia Crawford. La estrella poseía un carácter endiablado, necesario probablemente para sobrevivir en el Hollywood de la época, en el que ganó el Oscar por Alma en suplicio y obtuvo otras dos candidaturas por Amor que mata y Miedo súbito. Esa fortaleza y ferocidad alimentaron su personaje en ¿Qué fue de Baby Jane?, donde encaró a otra gran leyenda, Bette Davis. Aquel enfrentamiento alimentó regueros de tinta y medio siglo después, pasó a la televisión en la serie Feud.

Sin embargo, el resto de las biografías de Crawford —como Not the Girl Next Door: Joan Crawford: A Personal Biography, de Charlotte Chandler— no se creen todas las historias de Christina. Empezando por sus dos hermanas pequeñas, que hablan de una “madre estricta pero cariñosa”. Lo mismo aseguraron exmaridos, secretarios, personal de servicio y otras estrellas amigas. En cambio, su hermano Christopher apoyó el libro y actrices como Helen Hayes, June Allyson o Betty Hutton confirmaron algunos de los abusos de los que fueron testigos. Su compañera en Alma en suplicio Eve Arden contaba que Crawford era “una buena mujer”, hasta que el alcoholismo y su trastorno bipolar alteraban su comportamiento. Fuera lo que fuese, aún hoy, a sus 81 años, Christina Crawford vive dolida por sus años como hija de una de las leyendas de Hollywood.

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1 COMENTARIO

  1. Ese supuesto maltrato sicológico es una educación normal en américa latina. Los gringos son muy malcriados. Acá la comida no se bota. No se compran hamburguesas porque en el refrigerador hay sopas del medío día o del día anterior. SIno te comes toda tu comida no te puedes levantar de la mesa, muchísimo menos jugar o ver tele. Eso es normal y es una buena educación. Y darle sus buenas nalgadas ante cualquier brote de rebeldía o grosería, o mala conducta, también es normal y necesario dentro de un límite, porque hay niños y adolescentes demasiado voluntariosos y deben aprender a las buenas o a las malas, antes que les enseñe la vida y esa sí golpea duro y sin compasión. NO conozco ningún colombiano al que lo hayan educado así y reniegue de sus padres. Es más, aún de adultos, le faltan a los padres y segurito les voltean el mascadero de una buena bofetada. Y eso está muy bien, porque a los padres se les obedece y se les respeta. Los gringos son demasiado malcriados por eso crecen que cualquier estupidez les afecta tanto que o se suicidan o salen a matar a todo el mundo.

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