Inclinados ante la voluntad de la Providencia: Robert Scott, el héroe de la Antártida

A principios del siglo XX, la Antártida y el Ártico eran el gran desafío para los exploradores, el último horizonte para descubrir. Con este reto en mente, se configuró una contienda por ver quién llegaría primero al Polo.

Uno de sus más célebres actores fue el capitán británico Robert Falcon Scott, quien tuvo su primera experiencia antártica bajo el mando de Ernest Shackleton, a bordo de una nave especialmente diseñada para los mares del Sur, el Discovery. Shackleton, Scott y el Dr. Edward Wilson intentaron llegar al Polo Sur (geográfico, no el magnético, que están separados por 2.858 km).

Las condiciones climáticas le impidieron coronar esta expedición con éxito, aunque fueron quienes más cerca estuvieron de lograrlo. A 850 km del Polo se vieron obligados a volver.

Conscientes de los peligros que los esperaban, Scott y Shackleton prepararon otra expedición, pero diferencias entre ellos hicieron que cada uno formara su propio grupo.

En 1910, Scott zarpó hacia los mares del sur en la nave Terra Nova con 65 tripulantes. Pasó el primer invierno en el Cabo Evans en la isla de Ross, el lugar mas al sur al que se podía acceder por mar. El 21 de noviembre partió con 10 ponies y 8 miembros de la expedición hacia el Plateau Polar, una gran meseta a 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar.

Allí eligió a los cuatro compañeros que habrían de acometer la travesía al Polo: Edgar Evans, Edgard Wilson (médico), Henry Bowers (antiguo integrante del Discovery) y Lawrence Oates. Este último era el encargado de los caballos.

El 9 de enero la expedición pudo ver claramente la bandera noruega que el explorador Roald Amundsen había clavado sobre el Polo Sur, solo 36 días antes. Abatidos por está derrota, los británicos emprendieron el regreso el 17 de enero. Pudieron atravesar a buen ritmo el Plateau Polar, pero el clima empeoró hacia febrero. Evans sufrió un traumatismo craneal el 17 de febrero.

No recuperó la conciencia y murió esa misma noche. Oates comenzó a experimentar escorbuto y congelamiento de sus dedos. Su avance se hizo lento y penoso. Lawrence se percató que su presencia era un estorbo para los demás y ponía en peligro la vida de sus compañeros. La última frase que le escucharon decir al salir de la tienda, pasó a la historia: “Voy afuera, quizás demore un tiempo”.

Los restantes continuaron su camino, pero a 18 km del depósito donde guardaban víveres, se vieron obligados a detenerse por el cansancio y el viento helado. Casi no tenían qué comer. Allí comprendieron que ese asalto final era imposible.

En su diario, Scott anotó “Dios, cuida a tu gente”. Y dejó un mensaje para el público: “Corrimos los riesgos y no tenemos razón para quejarnos, solo inclinarnos ante la voluntad de la Providencia y proseguir de la mejor forma posible hasta el final”. Está fechado el 29 de marzo de 1912.

Sus cuerpos fueron hallados el verano siguiente. En ese sitio fueron enterrados bajo una cruz. Al parecer, por la disposición de los cadáveres, Scott fue el último en morir.

La historia de la tragedia rápidamente se difundió por el mundo, especialmente por el registro de sus últimos testimonios.

Amundsen fue invitado a contar su experiencia antártica en el Instituto Geográfico de Londres, poco después de conocerse el final de sus contrincantes en la carrera al Polo. En esa oportunidad afirmó “gustosamente daría mi honor y mi dinero por haber salvado a Scott de su terrible final”.

 

Esta nota también fue publicada en Clarín

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