“Soy el más rápido, el más fuerte y el más lindo”, afirmó el entonces Cassius Clay, cuando actuaba con esa actitud entre soberbia, vanidosa e irritante, pero calculada, con una buena dosis de autopromoción. Sabía muy bien que fanfarronear da sus réditos en el mundo del box.
Nació en Louisville, Kentucky, descendiente de una familia de esclavos. Su padre era pintor de letreros, un tipo alegre, histriónico, mujeriego, y popular dentro de esta pequeña ciudad. En cambio, su madre era una mujer de su hogar, afable, cariñosa, por quién Cassius tenía un profundo amor.
En la casa de Clay no era infrecuente que hubiese episodios de violencia doméstica, por la afición al alcohol del padre.
A diferencia de cómo fue el resto de su vida, Cassius era un joven tranquilo, casi tímido, lector de la Bíblia. La familia era bautista y no solían faltar a misa. Ya famoso declaró: “En casa soy muy afable, pero no quiero que el mundo lo sepa. La gente humilde no llega muy lejos”.
Desde muy joven se interesó en el boxeo, que pasó a ser su obsesión. Para ser pugilista cuidaba su salud (a veces con medios muy particulares, como comer docenas de huevos) y entrenaba continuamente, cosa que lo mantenía lejos de los problemas en los que solían caer sus amigos, en una sociedad marcada por el racismo.
El asesinato de Emmett Till lo impresionó fuertemente. Este joven de color había silbado a una mujer blanca. Por esta razón fue torturado y linchado.
A lo largo de su carrera Clay se valió de su fama para difundir y condenar estos excesos, muy frecuentes en la sociedad americana.
A los 15 años trabajó en la Biblioteca de Nazareth, mientras continuaba su entrenamiento, inspirado por la figura de Jack Johnson, el primer Campeón Mundial afroamericano.
Los Juegos Olímpicos de Roma le ofrecieron una oportunidad para lucir su talento, aunque su miedo a volar limitaba su actividad, ya que antes de subirse a un avión prefería recorrer cientos de kilómetros en micro. Su consagración como Campeón Olímpico fue la puerta dorada a su carrera profesional.
“Los campeones no se hacen en los gimnasios. Están hechos de algo inmaterial… es un sueño, un deseo, una visión”.
El año 1964 fue muy significativo para Cassius, quien con 22 años se consagró Campeón Mundial de los pesos pesados, se convirtió al islamismo, cambió su nombre por Muhammad Ali (“Cassius es nombre de esclavo negro”), y se casó con Sonji Roi, una joven que trabajaba de mesera. Poco duró la relación, porque Sonji no aceptó los preceptos del Islam.
Angelo Dundee fue su entrenador, un hombre que había captado el espíritu de Alí, al que no daba órdenes, pero si orientaba cuando lo creía necesario. “Imposible es un desafío” solía decir Alí. La frase fue el origen del slogan “Nada es imposible”.
Alí estudiaba a sus oponentes, sobre los que vertía opiniones irreverentes, tanto para presionarlos psicológicamente (como lo hizo con Sonny Liston), como para promover el combate. Generalmente recurría a rimas burlonas para llamar más la atención, y solía pronosticar en qué round derribaría a su contrincante.
Siendo ya campeón, se declaró objetador de conciencia, y se opuso al reclutamiento para pelear en Vietnam. “¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a mil millas de casa, y arrojar bombas y disparar balas a gente de color, mientras los negros de Louisville son tratados como perros, y se les niegan los derechos humanos más básicos? …no tengo nada contra los vietcongs, ningún vietcong me ha llamado ‘negrito'”.
Y extrapoló el conflicto bélico con lo que él veía en el mundo del boxeo, que “es un montón de hombres blancos, viendo a un hombre negro vencer a otro negro”.
Alí, fue el primer personaje notorio que habló abiertamente de su oposición al conflicto armado. Esto le costó el título del Mundo, pero le ganó una notoriedad y una posición dominante en los medios. No solo era valiente en el ring; él no estaba dispuesto a que le prohibiesen exponer sus ideas.
Lo demás es historia. Sus legendarias peleas contra Frazier. El recordado chiken chiken de Bonavena, sus frases desafiantes, su “Black is beautifull”, y su triste final, cuando el Parkinson lo convirtió en la sombra de lo que fue: El más grande.