Hofmann, el padre del LSD

Albert Hofmann, el creador del LSD juraba que el secreto de su longevidad era desayunar dos huevos diarios. Falleció a los 102 años y aunque había dejado de tomar varias décadas atrás lo que consideraba como “medicina para el alma”, Hofmann dijo que volvería a hacerlo cuando agonizara, como su amigo el escritor Aldous Huxley. Pero no pudo. El químico suizo falleció el martes pasado de un paro cardíaco en Rittimatte, un pequeño pueblo suizo rodeado de montañas y bosques, cerca de la frontera con Alemania y Francia.

Hofmann había estudiado química en la Universidad de Zurich porque su vocación, aseguraba, era explorar el mundo natural al nivel en que la energía y los elementos se combinan para crear vida. Se recibió en 1929, a los 23 años, y consiguió un empleo en los laboratorios Sandoz, atraído por un programa que buscaba aislar los principios activos de varias plantas medicinales. Su jefe era el doctor Arthur Stoll, quien investigaba el hongo del cornezuelo del centeno y había aislado un primer alcaloide al que bautizó como “ergotamina” (luego se distribuiría como reductor de hemorragias en los partos y analgésico contra migraña).

Sin embargo, había más sustancias entre los alcaloides del cornezuelo. Hofmann continuó investigándolo hasta que el 16 de noviembre de 1938 descubrió otro compuesto: la dietilamida del ácido dlisérgico (LSD25). Aunque se distinguía por estimular el sistema nervioso central, era menos efectivo que la ergotamina y carecía de interés farmacológico. Cinco años después (1943), mientras trabajaba con cristales de LSD, Hofmann absorbió accidentalmente parte de la sustancia y sintió mareos. Dejó pasar tres días y decidió realizar un autoensayo. Más tarde, al regresar en bicicleta a su casa, sintió los efectos de la sustancia psicotrópica más poderosa conocida hasta hoy.

“Hay experiencias sobre las que la mayoría de personas no se atreve a hablar porque no caben en la realidad cotidiana y se sustraen a una explicación racional”, diría luego el químico, quien consideraba que la importancia del LSD residía en facilitar la contemplación y comprensión de la unidad entre la humanidad y la naturaleza. Hofmann continuó su investigación en México, adonde viajó en 1956 para investigar hongos alucinógenos usados por los indios en antiguas ceremonias religiosas. Junto a Gordon Wasson, participó en rituales psicodélicos con chamanes mazatecos en el sur mexicano y logró aislar los dos alcaloides psicoactivos presentes en los ejemplares de psilocybe mexicana, unas cien veces menos potentes que el LSD.

De regreso en Suiza, fue testigo de la revolución que había causado su invento, prohibido a principios de los ‘60. El ácido lisérgico era consumido con fines recreativos por jóvenes, y no tanto, en todo el mundo. “Mientras se ofrezca a nuestras vivencias, mediante alguna sustancia o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional de la realidad, seguramente nada cabe objetar a tales medios –reflexionó Hofmann sobre la prohibición–; al contrario, pues el vivenciar y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve más real.”

Por esos años, este químico suizo hizo amistad con escritores como Allen Ginsberg y Aldous Huxley y permaneció en Sandoz como director del departamento de investigación sobre medicamentos naturales, hasta que se retiró en 1971. Hofmann se convirtió luego en un defensor apasionado del medio ambiente. Decía que el LSD, además de ser una sustancia valiosa para la psiquiatría, podía ser utilizado para generar una conciencia más profunda del lugar de la humanidad en la naturaleza y ayudar a detener la degradación autodestructiva del mundo natural perpetrada por la sociedad.

“A través de mi experiencia con el LSD y de mi nueva imagen de la realidad, me volví consciente de la maravilla de la creación, de la magnificencia de la naturaleza y de los reinos animal y vegetal”, le dijo al psiquiatra Stanislav Grof durante una entrevista en 1984. Sin embargo, Hofmann siempre estuvo en contra del uso lúdico de esta droga. Creía que debía ingerírsela con una intención espiritual, como lo hacen las sociedades primitivas con las plantas sagradas psicoactivas.

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