La vida de Georges Remi, luego conocido como Hergé, comenzó el 22 de mayo de 1907 entre las tinieblas. Se sabe muy poco de su infancia y, más allá de las polémicas sobre el origen de su padre y las constantes enfermedades de su madre, lo único que él se preocupó por transmitir es que no fue un buen momento de su vida. “Me sentía mediocre”, llegó a decir en una entrevista, “y yo veo a mi infancia como una cosa gris, gris”. Quizás por eso, siempre buscó escapar mental y físicamente, no solo dibujando, sino también realmente intentando encontrar un lugar al cual pertenecer.
Con este historial, no sorprende que se viera atraído por organizaciones juveniles muy activas en la Bélgica de principios de siglo como los Scouts, perteneciendo a las ramas laica y católica en distintos momentos de su juventud. Además de contenerlo en varios sentidos, en este espacio también comenzó a formarse y, de hecho, logró hacer varios contactos que le facilitaron su entrada al mundo laboral una vez terminada la secundaria, como el abad Norbert Wallez. Este religioso, admirador de Mussolini y director del diario católico de ultraderecha, Vigntième Siècle, se interesó inmediatamente por Hergé y le ofreció trabajo en el periódico como un empleado administrativo en 1925.
Viéndolo tan joven e inseguro, según el propio Hergé, Wallez ejerció una fuerte influencia sobre él en la primera etapa de su vida adulta, especialmente en su carrera. Para 1926 el joven dibujante ya había hecho su primera tira en la revista Le Boy-Scout llamada Totor, C.P. de los abejorros (una suerte de proto Tintín que duró un par de números) y Wallez tomó nota de esto. Viendo lo mucho que se esforzaba en el dibujo, aunque aparentemente todavía no lo hacía muy bien, le ofreció realizar varias ilustraciones para el diario e, incluso, lo puso a cargo de su suplemento semanal infantojuvenil, Le petit vigntième, que comenzó a salir en noviembre de 1928. Para los primeros diez números Hergé desarrolló una tira conocida como Flup, Nénesse, Poussette et Cochonet que, escrita a las apuradas por un colaborador de la sección deportiva del diario, relataba las peripecias de tres jóvenes y su cerdo inflable en el Congo. La historieta, más allá de sus hoy obvios tintes racistas con negros antropófagos que solo quieren comerse a los niños, no lo estimulaba en lo más mínimo, algo que se nota hasta en la calidad paupérrima del dibujo. Quizás para dejar atrás esto rápidamente, el joven dibujante propuso hacer un nuevo personaje que, fuertemente basado en Totor, fuera un joven corresponsal del diario llamado Tintín y viajara por el mundo acompañado de su fiel perrito Milú.
El nacimiento de Las aventuras de Tintín, hoy tan amada por niños de diferentes generaciones, sin embargo, no se produjo sin polémica. Si bien fue una tira revolucionaria desde lo formal e incluyó novedades para Europa, como el uso de globos de diálogo, su contenido estaba fuertemente enraizado en una ideología conservadora. Por el momento, parecía ser, Tintín no era más que una diversión para Hergé, que todavía recibía una intensa bajada de línea de Wallez. Por lo menos esa es la explicación que él siempre usó para indicar por qué las primeras aventuras aparecidas entre 1929 y 1931, luego recopiladas en Tintín en el país de los soviets, Tintín en el Congo e, incluso, Tintín en América, respectivamente, transmitían un mensaje fuertemente crítico del comunismo, adoptaban una actitud paternalista frente a los súbditos coloniales y mostraban a los Estados Unidos como un lugar lleno de criminales. Recién a partir de 1934, con la elaboración de El loto azul, Hergé comenzó a abandonar esa línea. Especialmente luego de conocer a Zhang Chongren, un estudiante chino con el que llegaría a desarrollar una muy buena relación, descubrió la importancia de documentarse en detalle para escapar a los estereotipos y las visiones sesgadas de los lugares a los que elegiría mandar a su héroe.
Así, de la mano de Tintín, de Quique y Flupi (tira sobre dos niños traviesos aparecida en 1930 que luego sería editada en 12 álbumes diferentes), y de Las aventuras de Jo, Zette y Joko (historieta de 1936 hecha a pedido de los religiosos para exaltar la vida familiar) no queda duda que la década del treinta fue de gran producción y éxito en la vida de Hergé. Así y todo, especialmente considerando la época y el contexto en el que se movía, no llama la atención que él terminara quedando atrapado en la controversia. Aunque él jamás se pronunció personalmente a favor o en contra de visiones políticas extremas, aún antes del estallido de la Segunda Guerra él había establecido relaciones bastante reprochables dentro de la redacción de Vigntième Siècle, como León Degrelle, fundador del movimiento fascista belga conocido como rexismo, para quien incluso ilustró la tapa de un libro en 1932. Por eso, para muchos no sorprende que, producida la invasión de los nazis en Bélgica en mayo de 1940, Hergé accedió a trabajar en el periódico Le Soir, puesto bajo control alemán.
Sobre este tema, es de imaginar, se ha debatido muchísimo, especialmente si se tiene en cuenta que la etapa de la Ocupación fue un periodo de gran actividad para el dibujante y que, una vez acabada la guerra, él fue tildado de colaboracionista y se le prohibió la publicación por casi dos años hasta 1946. El debate, años después, persiste. El propio Hergé siempre adujo que ignoraba las atrocidades cometidas por los nazis y que para él su rol en Le Soir fue un simple trabajo, en el cual se dio al escapismo total con historias fantasiosas. La ideología transmitida desde las páginas de Tintín -por ejemplo, en El cetro de Ottokar, donde critica los esfuerzos expansionistas de un dictador llamado Müsstler (mezcla de Mussolini y Hitler)- parece indicar que el dibujante no estaba a favor del régimen. Su crimen, no obstante, era el haber adoptado una actitud sumisa frente a un mal que, si bien no defendió, tampoco criticó.
Aún considerando la polémica, Hergé logró salir adelante. Hacia fines de los cuarenta, luego de sufrir al punto de considerar trasladarse a la Argentina para evitar las represalias de su accionar durante la guerra, comenzó a experimentar nuevamente el éxito de la mano de Tintín, ahora publicado en su propia revista, Le Journal de Tintin, y reeditado en nuevos álbumes “saneados”, que eliminaban gran parte de los elementos con los que Hergé ya no se sentía cómodo. En lo personal, especialmente en la década del cincuenta, su vida sufrió una transformación radical. En 1952, murió Wallez y su mujer, Germaine Kieckens, que lo había acompañado desde sus días en Vigntième Siècle, sufrió un accidente automovilístico. Sobrevivió, pero la relación se deterioró a tal punto que, en este contexto de fragilidad y crisis, Hergé terminó alejándose de su esposa y en 1956 comenzó una nueva relación con una empleada del flamante Studio Hergé, Fanny Vlamynck, con quien se casaría finalmente en 1977.
A partir de entonces, con Tintín ya establecido en el plano internacional, su creador comenzó a explorar nuevos intereses. De los sesenta en adelante Hergé cambió visiblemente. Ahora, devenido en ídolo de moda, practicaba yoga, viajaba por el mundo, coleccionaba piezas de arte contemporáneo e, incluso, llegó a ser retratado por Andy Warhol, quien lo admiraba, en 1979. Gano muchísimos premios en esos años, pero realizó poco trabajo nuevo. Era extremadamente celoso de su propia obra y llegó a decir “Tintín soy yo”, implicando que nadie más podía estar a la altura de su héroe.