«He procurado mantener oculta esta situación para proteger mi vida privada y la de quienes me rodean, pero ha llegado el momento de que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad, y espero que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos cuantos luchan por combatir esta terrible enfermedad, para luchar contra ella». El 23 de noviembre de 1991, Freddie Mercury realizaba esta declaración pública, reconociendo que tenía sida y asegurando que, como había hecho casi siempre durante su carrera, continuaría con su política de «no dar entrevistas». No le dio tiempo. Al día siguiente, murió.
La prensa británica llevaba varios meses lanzando rumores su deteriorado aspecto físico y la muerte de varios de sus amigos a causa, también, del sida. Las sospechas no hicieron más que crecer tras la publicación de varias fotografías y sus escasas apariciones públicas, por lo que el 22 de noviembre, dos días antes de su muerte, Mercury, de 45 años, llamaba al manager de Queen, Jim Beach, para discutir un asunto concerniente a él que quería hacer público. Ya estaba bien de secretos.
El histriónico y carismático cantante se encontraba ya extremadamente delgado, sedado y sin apenas poder hablar. Una «penitencia» que tan sólo compartió con unos pocos amigos, como Montserrat Caballé: «Mira Montse, cada uno en la vida tiene su camino y lleva su equipaje. Y dentro de este están todas las cosas que debemos cargar. Yo llevo mi equipaje igual que tú llevas el tuyo. Sería inútil tirarlo, porque… tengo que llevarlo», le dijo en una ocasión a la soprano española, que vio en aquella confesión, según comentó tras su muerte a un programa televisivo, «una forma muy filosófica de ver su corto futuro».
La muerte de sus amantes
Freddie sabía que era seropositivo desde 1987. Al parecer, había quedado impactado por la muerte de dos de sus antiguos amantes a causa del sida y, consciente de los riesgos de su variada y ajetreada vida sexual, decidió hacerse los primeros análisis. Sus temores se hicieron realidad.
La terrible noticia le cambió su estilo de vivir. Se encerró en su casa de Londres y la convirtió en una clínica, en la que continuaba componiendo. Sus últimas canciones, de hecho, reflejan un estado de ánimo depresivo. Intuye que no le queda mucho tiempo de vida y, de alguna manera, esto se refleja en sus letras.
El avance de la enfermedad provocó que apareciera poco en los videoclips, y, cuando lo hacía, como en «Show must go on», se cuidaba mucho la iluminación y el maquillaje para no mostrar las huellas del sida.
Según contaría su pareja de entonces, Jim Hutton, los dolores que sufría Mercury en los últimos días de su vida eran enormes. En la madrugada del domingo 24 de noviembre, tras una noche muy convulsa en la que el cantante ya no se mantenía en pie, llamaron al médico, que decidió ponerle una inyección de morfina, asegurando que no aguantaría ni dos días.
Las últimas visitas
Por la mañana, cuando ya se encontraba inconsciente, pasaron a verlo Elton John y Dave Clark, dos de sus grandes amigos, pero ya no respondía a ningún estímulo. Pocas horas después, moría en compañía de su novio.
Freddie había previsto su final y dejado listos todos los detalles para después. Regaló coche y casa a muchos de sus amigos, grabó una serie de vídeos sobre su enfermedad para que se emitieran tras su muerte y donó su fortuna, 5.000 millones de pesetas, a la lucha contra el sida. Por último, quiso que en su funeral se escucharan algunas grabaciones. Entre ellas, el tema «Barcelona» que grabó junto a Montserrat Caballé.