Cada turista en París termina, tarde o temprano, visitando la Torre construida por Gustavo Eiffel en 1889 para celebrar el centenario de la toma de la Bastilla. Lo que muchos visitantes no saben, es que esta estructura de metal, convertida en un centro de atracción, fue concebida como “un observatorio y un laboratorio, como la ciencia jamás ha tenido a disposición”, según palabras de su diseñador. De hecho, en sus travesaños están escritos los nombres de 72 químicos, biólogos, ingenieros y matemáticos franceses que antecedieron a Eiffel (curiosamente, algunos de ellos muertos a raíz de la Revolución que conmemora).
La estructura simboliza, en palabras de Gustave Eiffel, el siglo de la industria y la ciencia en la que vivimos y que nos ha preparado el gran movimiento científico de fines del siglo XVIII.
Esta estructura sirvió de laboratorio para calcular la resistencia aerodinámica de distintos perfiles metálicos. Colgada la pieza a estudiar de la cúspide de la Torre, ésta era sometida a distintas velocidades de viento con un ventilador y sus movimientos eran graficados por una pluma conectada al perfil mecánico en cuestión, que registraba los movimientos en un tambor giratorio.
Eiffel usó estos datos para calcular la relación matemática entre forma, tamaño, masa y velocidad de los objetos y se convirtió en el primer túnel de viento para estudios aerodinámicos, asistiendo así a los pioneros de la aviación.
Como los vecinos se quejaban del ruido producido por este primer túnel de viento, Eiffel debió construir una estructura semejante en un lugar más apartado, donde personalmente hizo el primer análisis físico del decolaje de un avión.
La Torre también sirvió para experimentos fisiológicos, ya que se estudiaron las variaciones cardiológicas y de presión entre los voluntarios que subían los 1.665 escalones hacia la cumbre metálica. Para quien esté interesado, existe una carrera llamada “La vertical de la Tour Eiffel”, donde periódicamente se anotan atletas para poner a prueba su velocidad y resistencia para subir escaleras.
También en la Torre existió una estación meteorológica que estudiaba las diferencias del viento, humedad y temperatura entre su base y el tope. En una concesión a la modernidad y al ahorro energético, hoy día se aprovecha la energía eólica para proveer a la Torre de electricidad.
Esta estructura se utilizó como un barómetro de 300 metros de altura para estudiar las variaciones en la presión atmosférica (el más grande del mundo) y sirvió para medir las cargas eléctricas en la atmósfera. Curiosamente, de la comparación entre los niveles de radiación en el tope con aquellos de la base sugirió la existencia de rayos cósmicos y esto pavimentó las hipotesis planteadas en la teoría del Big Bang.
Thomas Alva Edison visitó a Eiffel en la pequeña oficina que tenía en la parte superior de la Torre y le sugirió la colocación de un fonógrafo que podría darle voz a esta “dama de hierro”. La idea no prosperó (si ya los vecinos se quejaban por el ruido del ventilador, más lo harían si pasaban música todo el día). Pero la estructura efectivamente sirvió para la transmisión de mensajes radiales, primero con el Panteón (a cuatro kilómetros de distancia), después con Londres y en 1913 con los Estados Unidos. Esta transmisión (o mejor dicho, la demora en la transmisión) sirvió para calcular la distancia exacta que mediaba entre la Torre y Annapolis, la Academia Naval de los Estados Unidos donde se recibió el mensaje.
En 1914 ante la inminenca de una Guerra Mundial, se planteó la destrucción la Torre para que no cayese en manos de los alemanes. Sin embargo la Torre salvó a París, porque sus antenas detectaron un mensaje alemán donde se promovía el ataque a la Ciudad Luz. El conocimiento de este dato permitió que los taxis de Paris movilizaran las tropas hacia el Marné para así evitar el colapso de las líneas francesas.
La Torre, muy discutida desde una perspectiva estética, solo iba a durar 25 años y sin embargo se convirtió en el símbolo de París y el ingenio de sus habitantes, no solo cientificos, sino por amigos de lo ajeno con guante blanco… No le faltan a la Torre historias como la de Victor Lustig, quien la vendió a un incauto, de esos que nunca faltan… pero esa es otra historia, que hoy no vamos a contar