Gato y Mancha, de Buenos Aires a Nueva York

Gato y Mancha lucen tiesos e indiferentes. Han perdido el brillo de sus colores y la tersura de su pelaje. Solo son un tenue recuerdo de sus antiguas glorias, cuando a un suizo que decía no saber de caballos, se le metió en la cabeza que a lomo de un criollo debía llegar a New York.

Aimé F. Tschiffely había nacido en Ginebra pero fue educado en Inglaterra. Allí conoció a Robert B. Cumingham Graham, un gringo enamorado de la pampa argentina, un conocedor (y admirador) del los caballos criollos.

Los libros de Graham influyeron sobre Tschiffley, que con 29 años se vino para estas tierras. Aquí trabajó como profesor de inglés en el colegio Saint George de Quilmes, mientras preparaba un proyecto ambicioso que venía madurando desde que conoció a Graham. Iba a demostrar, sin dejar lugar a dudas, que el caballo criollo -descendiente de los caballos españoles que vinieron con Pedro de Mendoza- eran los más resistentes de la Tierra.

Su objetivo era recorrer en caballos criollos toda América. Así se lo había hecho saber al Dr. Emilio Solanet, entusiasta criador de la raza. Para mantener la pureza de los criollos, este señor había comprado a los tehuelches del Chubut varios padrillos y yeguas de la marca del corazón, pertenecientes al cacique Liem Pichun. Gato y Mancha eran parte de esa tropilla.

Tschiffely conoció a sus compañeros de ruta en la estancia “El Cardal” del Dr. Solanet. A la sazón, Gato tenía 16 años y Mancha 15. No eran de carácter muy amigable. Domarlos había puesto a prueba las habilidades de más de un jinete, pero ahora estaban listos para el viaje. Mancha, según Tschiffely, “era como un perro guardián”. Siempre alerta, desconfiaba de los extraños y solamente permitía que Tschiffely lo montara. Gato en cambio era sumiso y seguía a Mancha en todo.

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El viaje comenzó el 23 de abril de 1925. Partieron desde la Sociedad Rural Argentina de la calle Florida. El viaje estaba previsto en 504 etapas con un recorrido promedio de 46km por día. Desde el inicio Tschiffely había resignado llevar una carpa, porque entonces todas las disponibles eran muy pesadas y voluminosas. De esta manera el suizo tuvo al cielo por techo y las piedras como almohada. A Gato y a Mancha no era necesario sujetarlos por la noche. Los dejaba sueltos y sin bozal y por la mañana con solo un silbido aparecían para saludarlo relinchando alegremente.

Montes, ríos, selvas, arroyos y llanuras cruzaron los tres, recorriendo las geografías de América. Varias veces pasaron sobre la cordillera, desafiando los fríos, los vientos y la altura (el punto más alto al que llegaron fue 5.500 metros) para bajar a los desiertos candentes del Perú, donde la temperatura ascendía a 52 grados, sin agua y sin sombra, solo una gran pampa de tierra y arena. Los guías lugareños y sus bestias renunciaban a la empresa, mientras que Gato, Mancha y el suizo tosudo seguían su camino.

Al final, después de 3 años, cinco meses y 21.500 Km. Tschiffley arribó el 20 de septiembre de 1928 a la ciudad de New York. Ese día la Quinta Avenida detuvo su andar y la calle se cerró para que Tschiffley, montado en Mancha[1] fuese recibido por el alcalde de la ciudad y el embajador argentino. Finalizada la travesía, Gato y Mancha volvieron a “El Cardal”, donde varios años después de la hazaña, Tshiffley los visitó. Solo bastó acercarse al alambrado y lanzar un silbido, para que sus ex compañeros de ruta lo fuesen a recibir como antaño.

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Gato y Mancha murieron en 1944 y 1947 respectivamente. Sus cuerpos fueron embalsamados, pero sus huesos y vísceras quedaron en “El Cardal”. Aimé Tschiffely murió en 1954, después de otras aventuras, muchos viajes y varios libros que contaron sus hazañas.

En 1999 las cenizas de Tschiffely fueron trasladadas del cementerio de la Recoleta a “El Cardal”, para unirse con sus compañeros, esta vez a fin de emprender ese último viaje del que no hay retorno.

Entre tanto, Gato y Mancha lucen algo apolillados y deslucidos en una vitrina del Museo de Luján, donde esperan inmóviles el llamado de este suizo que decía no saber nada de caballos.

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[1] Gato había quedado en México curándose de una herida recibida por una patada de mula.

Texto extraído del libro Animalitos de Dios de Omar López Mato.

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