Galeano en tiempos de Crisis

En abril de 2009, durante la V Cumbre de las Américas realizada en Trinidad y Tobago, el líder venezolano Hugo Chávez le hizo un regalo muy curioso a Barak Obama: un ejemplar en español de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.

Más allá de lo llamativo del regalo y su no tan discreta intención, lo interesante es que pareciera que de pronto todo el mundo quiso saber de qué se trataba y el libro de Galeano se convirtió en uno de los más vendidos en Amazon. Por ese simple gesto, de la noche a la mañana miles de personas descubrían al escritor uruguayo y a su obra más famosa.

Dejando de lado lo impactante de la anécdota, no hace falta decir que Galeano estaba lejos de ser un desconocido. Especialmente apreciado por los círculos de la izquierda latinoamericana, dónde es considerado como una especie de prócer, la lectura de Las venas abiertas de América Latina, aparecido en el año 1971, es cosa obligada. Más allá de que hacia el final de su vida el escritor reconoció que no sería capaz de releerlo, este libro, en el que intenta explicar el “atraso” latinoamericano a través de la historia de su explotación por las potencias europeas y los Estados Unidos, fue y sigue siendo un texto esclarecedor para muchísimos. Sin intención de desmerecer la importancia de este u otros trabajos literarios del autor, sin embargo, a 79 años del nacimiento de Galeano resulta interesante concentrarse en una parte de su obra que en general tiende a ser vista de modo más secundario: su carrera en el periodismo.

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No se puede sobreestimar esta parte de su obra, ya que los inicios de Galeano en el mundo de la escritura, de hecho, se produjeron en diferentes medios gráficos. Es especialmente destacable su colaboración entre 1961 y 1964 en la revista Marcha y su participación en el diario uruguayo Época, en el que trabajó entre el ’64 y el’66. Su participación en estos medios fue muy importante, pero no se compara a lo que quizás fue el aporte más grande que Galeano hizo al periodismo: la revista Crisis.

Este medio, que en mayo de este año cumplió 46 años de su inauguración, se ha vuelto mítico en la historia cultural de inicios de los setenta. Por ser un objeto de estudio plagado de leyendas, los orígenes de la revista a veces están oscurecidos por todo lo que se ha dicho de ella. No obstante, queda claro que el proyecto fue encarado desde el principio por Federico Vogelius. Este personaje, reconocido excéntrico y coleccionista de arte, se acercó inicialmente a Ernesto Sábato con la idea de armar y financiar una revista cultural “diferente”, algo que el sentía que faltaba en el mundo de las letras argentinas por esa época. El proyecto empezó a formarse y sumar personalidades destacadas a su staff, pero al poco tiempo, especialmente por sugerencia de Julia Constenla, ex secretaria de redacción de Gente, quedó claro que había que buscar un director editorial.

La lista de posibles opciones incluía a personajes como Juan Gelman y Tomás Eloy Martínez, asociados a medios locales, pero llama la atención que, en gran parte gracias al éxito de la recientemente publicada Las venas abiertas de América Latina, se convocó a Eduardo Galeano. Sin conocerlo, Vogelius se entrevistó con él en un bar de Montevideo y, después de una breve reunión, el destino de Crisis quedó sellado.

Con la entrada de Galeano al proyecto, Sábato se terminó retirando. Hay quienes consideran que el autor de El túnel se fue enojado, y el mismo Sábato deslizó comentarios ácidos acerca de su reemplazo, pero lo que queda claro es que con la llegada del uruguayo, la revista se empezó a moldear de acuerdo a sus ideas. Según recuerda Galeano, le dieron total libertad para hacer lo que quisiera y lo único que sobrevivió de la época previa fue el título.

A inicios de 1973 comenzó el trabajo de poner a Crisis en marcha y Galeano, aún viviendo en el Uruguay, viajaba frecuentemente entre Montevideo y Buenos Aires. Este detalle es importante, ya que en la costa oriental del Río de la Plata la situación política ya se estaba poniendo pesada, augurando lo que se definiría con el golpe en junio del ’73, y Galeano, entre tantas idas y vueltas, fue detenido. En Buenos Aires cundió el pánico de que la revista no pudiera salir y Vogelius hasta amenazó con mandar un chárter lleno de intelectuales para pedir por la liberación de Galeano, pero finalmente no hizo falta. Luego de estar en cautiverio por cerca de una semana en una comisaría de la capital oriental, el uruguayo fue liberado el 15 de abril. No fue un período largo ni especialmente severo, pero le sirvió a Galeano para terminar de convencerse de que no le quedaba otro camino más que el exilio.

El 3 de mayo, luego de unos inicios accidentados, finalmente Crisis vio la luz. A pesar de que se la suele asociar con el inicio de la llamada “primavera camporista”, es notable que ese día todavía Lanusse gobernaba. Es más, el día del lanzamiento de la revista incluso coincidió con la declaración de estado de sitio en varias provincias a raíz del atentado del ERP contra el almirante Hermes Quijada, toda una indicación del espíritu de época.

Tímida al principio y con la intención de capturar la idea de ser un medio para un momento de “crisis”, la revista se había concebido para ser hecha con los peores materiales, los más baratos de todos, sin demasiadas ilustraciones, y con una tirada de tan solo 10 mil ejemplares para el primer número. De más está decir que los cálculos fueron demasiado conservadores y que esos pocos ejemplares se agotaron en sólo una semana, debiendo imprimirse una segunda tirada antes de sacar el segundo número.

No fue sólo el valor de la novedad lo que hizo que se vendiera tanto, sino que Crisis se mantuvo popular a lo largo sus tres años y medio de existencia, hasta el año 1976, algo inaudito para un medio cultural. Con tiradas de 25 mil ejemplares en promedio, en el año 73 Crisis vendió, por ejemplo, más que los semanarios Primera Plana o Panorama, revistas de interés más general.

Gran parte de este triunfo venía dado por la dirección de Galeano. Gracias a sus contactos podía rápidamente contactarse con colaboradores de Marcha o de la cubana Casa de las Américas, medios que le deben muchísimo a Crisis. Este lazo que el uruguayo proveía permitía conseguir todo tipo de aportes de personalidades como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Ángel Rama, Pablo Neruda y muchísimos otros, de forma muy sencilla.

No eran sólo nombres lo que Galeano aportó, ya que desde el punto de vista de los contenidos, también dejó su impronta en la línea editorial de Crisis. Muchos relacionan a la revista con la entonces recientemente publicada Las venas abiertas de América Latina, y consideran que Galeano se propuso continuar de alguna manera con ese proyecto. Si en el libro había esbozado una especie de relato historiográfico de la dominación sobre América Latina, en el mensuario buscó dar lugar a artículos, reseñas y crónicas que dieran cuenta de las diferentes matrices económicas y políticas impuestas sobre la región.

La revista estaba en gran medida regida por este latinoamericanismo, pero no se limitaba a él. Otro de los grandes atractivos de Crisis era la capacidad de abrir sus puertas y habilitar la convivencia de diferentes posturas de izquierda. Esto se ve claramente en la formación del staff, en el cual participaban personalidades tan dispares como Aníbal Ford, ligado al nacionalismo revolucionario, Juan Gelman, asociado a Montoneros y a las FAR, Haroldo Conti, afín al marxismo, y Vicente Zito Lema, identificado con el peronismo de base. Galeano, según recuerdan muchos de los colaboradores, era un director muy abierto, en el sentido de que no bajaba línea ideológica y daba completa libertad al escritor. Por actitudes como estas, muchos hoy recuerdan a Crisis como un lugar de encuentro, no sólo simbólico en sus páginas, sino también físico en las oficinas de la calle Pueyrredón.

La rara apertura que el medio mostraba hacia adentro se replicaba también en otra importante innovación de Crisis. Lejos de ser como otras revistas “de ideas” que tendían a apartar al público con su hermetismo intelectual, Crisis intentaba genera un diálogo. La idea, de nuevo en línea con el pensamiento de Galeano, era dar cuenta de un concepto más totalizador de la cultura, no solo limitado a sus “altas” expresiones. Así, entre una entrevista a Borges y un artículo sobre una cuestión ideológica del momento, en Crisis era común que se incluyeran también escritos de obreros, presos, marginados e, incluso, de pacientes internados en manicomios.

La revista gozó de tanta popularidad que el proyecto se expandió para incluir una editorial – inaugurada en julio del 73 con la publicación de Vagamundo del mismo Galeano – y una colección de “Cuadernos”, inspirados en los publicados por la revista Marcha, que trataban sobre diferentes personalidades latinoamericanas. Por donde se lo viera, Crisis era un producto exitoso y autosustentable. Sin embargo, para 1975 la situación se complicó cuando empezaron las amenazas de la Triple A y los primeros ataques contra colaboradores de la revista.

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Lejos de amedrentarse, Crisis siguió saliendo hasta dónde pudo. En agosto de 1976, presionados por la censura y luego de que varios de sus miembros, entre los que se incluye al mismo Galeano, partieran al exilio o fueran desaparecidos, salió el último número de la revista. Luego de 40 ediciones, Crisis cerró sus puertas sin dejar un mensaje de despedida a sus lectores.

Con la vuelta de la democracia, sin embargo, resultó claro que la muerte no había sido definitiva en este caso, experimentando un revival en 1986 y 1987. Para esta experiencia muchos de los antiguos colaboradores volvieron y hasta retornó el mismo Galeano, participando ahora como secretario de redacción. El contexto, no obstante, había cambiado y la revista no contó con el mismo éxito de su primera época.

Al día de hoy, la experiencia liderada por el autor uruguayo se sigue estudiando y recuperando como la de un medio ejemplar. Crisis fue sin dudas una revista que salió en el momento justo, que supo concentrar a las más importantes personalidades de su época, y que fue exitosa en tanto que fue capaz de capturar el espíritu de su época para sus contemporáneos y para la posteridad.

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