Francia y Alemania se reconcilian: el Tratado del Elíseo

De acuerdo a lo pactado, los jefes de ambos gobiernos se consultarían todos los asuntos importantes de política exterior, los ejércitos de ambos países compartirían estrategias, intercambiarían profesionales en rubros técnicos estratégicos y se establecería un fuerte intercambio cultural, haciendo énfasis en la integración entre la población joven de ambos países. El tratado establecía también la necesidad de cumbres periódicas de alto nivel, de tal forma que los jefes de Estado de ambos países debían reunirse al menos dos veces al año y los ministros de asuntos exteriores cada tres meses, para garantizar de esta forma una cooperación cercana entre ambos países.

Los signatarios declararon que el tratado ponía fin a “una rivalidad de siglos” (parece como mucho, teniendo en cuenta que Francia tenía contendientes más clásicos “a lo largo de los siglos”, como Inglaterra, por ejemplo). Pero bueno, los muchachos estaban entusiasmados, y de Gaulle afirmó: “no existe ningún hombre en el mundo que no comprenda la gran importancia de este acto”. Ombliguismo, quizá… habría que haberles preguntado a los chinos, que ya eran unos cuantos, qué opinaban, por ejemplo. En fin.

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Firma del tratado en el salón Murat del palacio del Elíseo.

Firma del tratado en el salón Murat del palacio del Elíseo.

Sin embargo, como el pacto de Locarno de 1925, también diseñado para acabar con la enemistad franco-alemana, este nuevo acuerdo también tenía sus grises y cada uno de los firmantes esperaba de él algo diferente, al parecer.

Una semana antes de la firma, de Gaulle vetó la entrada de Gran Bretaña a la Comunidad Económica Europea, aduciendo que el especial vínculo entre Londres y Washington terminarían colocando a toda Europa en la órbita norteamericana. De hecho, de Gaulle había pensado en este Tratado de Reconciliación como una especie de contrapeso para el gigante anglo-estadounidense: una Europa continental unida en torno a sus dos Estados más fuertes… (estos estrategas nunca dejan de jugar a ver quién la tiene más grande y cuántos casilleros puedo avanzar sin que mi rival se dé cuenta, no hay caso).

Los alemanes, a su vez, tenían otro punto de vista: con el bloque soviético en sus fronteras, en el patio trasero y medianera (de material pero flojita) de por medio, no querían perder la protección estadounidense, sobre todo teniendo en cuenta que Francia estaba interesada en mantener una Alemania dividida (mirá si no lo iban a saber, los alemanes). De modo que el Parlamento alemán ratificó el Tratado, pero añadió una resolución y un preámbulo contrarios a los objetivos de de Gaulle. Dichas resoluciones decían, resumidamente… Uno: Bonn continuaría apoyando a la OTAN; dos: Bonn apoyaba la participación británica en la CEE; tres: Bonn propiciaba la reunificación de Alemania.

Es genial (es un decir, eh…) la idea de firmar un Tratado en el que los dos firmantes manifiestan que quieren cosas diferentes, si no opuestas… Pero bueno, esas cosas pasan. Y lo firmaron, nomás.

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La luna de miel (hiel, más bien) franco-alemana terminó unos meses después de su inicio (¿qué esperaban?). “Los tratados son como las jovencitas (¿?) y las rosas. No duran demasiado”, dijo Charles de Gaulle.

El presidente francés fue tomando desde entonces una serie de decisiones que lo fueron alejando de sus aliados/vecinos/compañeros de juerga: al veto al ingreso de Gran Bretaña a la CEE, le siguió en 1964 la decisión de reconocer a la China de Mao; ese mismo año declinó una invitación del presidente Lyndon Johnson para visitar EEUU, y abogó por un Vietnam del Sur neutral. En 1965 escribió una carta en solidaridad a Ho Chih Minh, condenó la intervención norteamericana en Vietnam y se negó a participar en maniobras de la OTAN. Exigió un boicot francés a la CEE hasta que se eliminaran ciertas tendencias que, consideraba, perjudicaban a Francia. Y más: empezó a cortejar a la URSS después de que Alemania occidental rechazara sus proposiciones de formar un pacto antinorteamericano.

Esto último no le salió tan bien: Moscú fue tan reticente como Bonn a apoyar su desafío a la hegemonía de Estados Unidos sobre Europa occidental.

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