Hombre del 4×4, Fidel, escribió obras como “Te vi partir” y “Vamos Corazón”, que le ganaron cierto prestigio en las noches porteñas de tango, minas y champagne.
Fidel Pintos incursionó en la radio, la composición, el teatro, y el vaudeville de Buenos Aires, la picaresca de una ciudad de pícaros, donde exaltó la gesta del sanatero, el arte de hablar sin decir nada, de expresar ideas que no tienen sustrato y enrostrar relaciones inexistentes con los poderosos de turno, esos que dicen “cortar el bacalao”.
Captó la esencia de los que saben sin saber y ostentan sin poseer, de lo bien que hablan de lo que desconocen y dan cátedra de ignorancia, pero con distinción…
El chanta de Fidel Pintos, existe por la credulidad e inocencia de los otros, aunque tal inocencia no sea de ingenuo, porque a todos nos gusta “tener un amigo que es amigo de un amigo”, a todos nos encanta creer que tal o cual se trató “con los de arriba”, y en este compartir de vínculos, nos imaginamos tocados por esa varita mágica, que en algún momento nos dará la llave a no sé que fantasía.
Si bien Fidel Pintos era dueño de una larga filmografía, fue la TV la que lo lanzó a la fama, esa que forma parte del imaginario popular. Fue “Polémica en el Bar” y especialmente en “La Peluquería de Don Mateo”, donde dejó esa impronta de la “sanata”, el fraseo de lo ridículo dicho con seriedad y compostura, de la oración inconclusa que lo dice todo y no dice nada, de ese gesto de tocarse la nariz de Cyrano que Fidel portaba, a fin de confundir sonidos y dar esa fracción de segundo que necesita el chanta para que decir lo que ha dicho pero que no parezca lo que dijo…
Fidel construyó el arquetipo de lo que muchos cultivaron en política y economía, en negocios y en seducción, en ese espacio de la vida donde coexisten mitos, verdades a medias y mentiras completas, con un límite brumoso e incierto, atravesado por la credulidad del incauto.
Fidel Pintos había nacido el 28 de agosto de 1905 y falleció el 11 de mayo de 1974, pero aún está vivo en la imaginación de todos los que lo conocimos, haciéndonos evocar la sanata del chantún cada vez que escuchamos promesas imprecisas y juramentos incumplidos.
