Jacob Grimm, el mayor de los famosos hermanos Grimm, vivió junto con su hermano la vida de un romántico puro. Su historia, casi como requerimiento de esta calificación, estuvo inicialmente marcada por la tragedia.
Nació a fines del siglo XVIII, el mayor de seis hermanos, y a poco de morir su padre, jurista y burócrata, tuvo que ponerse la familia al hombro, junto con su hermano menor Wilhelm Grimm. La pérdida del padre implicó la pérdida de la posición social, por lo que la esperanza era que ambos pudieran ascender con el fruto de su trabajo, tarea que no era fácil en un contexto todavía fuertemente marcado por la distinción de clase. Gracias a los auspicios de una tía con contactos, ambos pudieron acceder a la Universidad de Marburgo, donde se formaron en leyes. La discriminación contra los Grimm por no ser parte de la nobleza no cesó en esta etapa de su vida, razón por la cual se volvieron muy cercanos. Ambos mantuvieron siempre una ética del trabajo muy estricta, creyendo que el esfuerzo podría garantizarles el ascenso social.
Desde sus épocas en Marburgo ambos se habían interesado por el pasado y su estudio, pero especialmente Jacob lo entendía como un conducto que habilitaba la comprensión de una sociedad en el presente. Este tipo de interés, por cierto, no era novedoso en su contexto, marcado por las guerras napoleónicas de inicios del siglo XIX. Este conflicto ayudó a diseminar los ideales de la revolución francesa por los principados alemanes, algo que resultó especialmente atractivo para el joven Jacob, quién recordaba la discriminación sufrida por no pertenecer a un linaje aristocrático. Pero al mismo tiempo, considerando que se trataba de la invasión de una potencia extranjera, los sentimientos nacionalistas, asociados al romanticismo, también empezaron a surgir con fuerza.
Luego de un arduo trabajo, en 1812 y 1815 se publicaron los volúmenes I y II de la colección de cuentos bajo el título de Kinder- und Hausmärchen (Cuentos de la infancia y del hogar). Esta colección contenía un total de 156 relatos, entre las cuales se incluyen los famosísimos “La Cenicienta”, “Rapunzel”, “Hansel y Gretel” y “Blancanieves”. A pesar del nombre del proyecto y de las asociaciones posteriores, despertadas básicamente por las adaptaciones hechas en las películas de Disney, es notable que la mayoría de los cuentos no eran para niños. Inicialmente repletos de alusiones sexuales y de violencia, no fue sino a lo largo de las siguientes siete ediciones que se hicieron en vida de los Grimm que el tono fue modificándose para ser más apropiado y para incluir elementos pedagógicos y moralizantes. El trabajo de los Grimm en un principio era puramente científico, destinado no tanto al entretenimiento, sino a la preservación de las historias y, más que nada, al estudio de la cultura germánica. Inaugurando, de alguna forma, los estudios folklóricos serios, se aprecia el gran interés dado al método y al detalle. Gracias a las anotaciones, hechas especialmente por Jacob, aún hoy queda claro que el proceso de recopilación se llevó a cabo de forma muy rigurosa, anotando con gran exactitud los nombres de las personas y los lugares donde se habían escuchado las historias y dando cuenta de variaciones regionales, tipificadas a través del uso del dialecto.
A pesar de esta rigurosidad, es importante recordar que, como pasaba con gran parte de los románticos, la búsqueda de la apariencia de autenticidad era más importante para los Grimm que la autenticidad misma. Por esta razón se observa que muchos de los cuentos no son exactamente “genuinos”. Aunque uno hoy prefiera imaginar a Jacob y a Wilhelm en alguna cabaña en el medio de un bosque escuchando a una anciana relatarles la historia de “Caperucita Roja”, se sabe que pasaron mucho menos tiempo en el campo y mucho más dentro de las bibliotecas y escuchando a mujeres conocidas de su propio estrato social. Con el afán de exaltar su carácter folklórico, no sorprende que los hermanos, especialmente Wilhelm, “embellecieran” el texto con algunas rimas o palabras en dialecto.
Este es el punto en el que conviene empezar a hacer distinciones entre los hermanos. Si bien se tiende a pensar en ellos como un conjunto – por sus trabajos en común y porque Jacob era un solitario que nunca se casó y, literalmente, nunca se separó de Wilhelm – hubo algunas divergencias en sus caminos. Jacob, especialmente, tuvo una relación más estricta con los estudios del derecho, con la vida académica y, especialmente, con la germanística, una rama de estudio que él prácticamente creó por su cuenta.
Para Jacob, el fin último de su trabajo con los cuentos de hadas era llegar a la raíz de sus preocupaciones: el lenguaje y su evolución. En su afán de comprender a su pueblo y de dar forma a una idea de lo germano como identidad – parte del ideario político nacionalista – dedicó muchísimos de sus esfuerzos a la filología y la lingüística. Esta búsqueda atraviesa toda su obra, pero en ella se destacan trabajos de gran modernidad para su tiempo como la Gramática Alemana (1819), la Historia de la lengua alemana (1848) y el Diccionario Alemán, hecho en conjunto con su hermano y publicado inconcluso, hasta la letra F, en 1854.
Su vida no estuvo alejada de las turbulencias políticas de la época y resulta notable su expulsión de la Universidad de Göttingen en 1837 por protestar en contra de la reforma de la constitución impulsada por el rey de Hanover. Luego de este episodio él y Wilhelm, en un momento de rara apertura, fueron invitados por el rey de Prusia a instalarse en Berlín a inicios de la década de 1840. Allí continuaron trabajando juntos hasta la muerte de Wilhelm en 1859. El deceso de su hermano fue duro para Jacob, quien decidió retirarse parcialmente, aunque siguió escribiendo hasta su muerte el 20 de septiembre de 1863. Hoy ambos están enterrados lado a lado en Berlín.
Su trabajo con los cuentos de hadas los sobrevivió y adquirió vida propia, casi siguiendo la propia naturaleza de estos relatos. No solo influenciaron a otros autores de su misma época, sino que a lo largo de la historia los cuentos fueron modificados, adaptados y apropiados por todo tipo de personalidades y con múltiples propósitos. Al día de hoy los Cuentos de infancia y del hogar están calificados por la UNESCO como parte de la Memoria del Mundo y sus historias son reconocidas por millones de personas en todo el planeta.